jueves, 25 de octubre de 2007

LA CIUDAD DE LOS REYES DE LIMA Y PÍO BAROJA

A mi amigo limeño Pedro Otero Navarro

Tal vez fuese por los manuscritos de los artículos de mi bisabuelo, Regino Vigil-Escalera y Suero-Carreño, cuando escribía como corresponsal en Madrid para el “Diario de la Marina” de la Habana y para el “Diario de Manila” (decano de la prensa filipina), y para la revista “Asturias” de la Habana, artículos de corte costumbrista bajo los títulos de “Madrid a pie” y “Madrid pintoresco” que empecé a leer sobre las Filipinas y la ciudad de Manila. Mi bisabuelo, abogado, fue un alto funcionario del Ministerio de Hacienda en Manila, a solicitud del Ministerio de Ultramar, allá por los años de 1868 a 1873. De ambiente filipino escribió zarzuelas y obras de teatro como “República doméstica” (de ambiente popular y social filipino), “Un día de gloria” (que exalta los hechos de las fuerzas expedicionarias a Joló contra los piratas moros en 1876) y “Viaje redondo” (teatro de costumbrismo filipino). Algunas fueron traducidas al tagalo por el éxito obtenido.

Sus artículos están llenos de descripciones de Manila y de sus gentes y fue tan conocedor y divulgador de las costumbres e idiosincrasia de los filipinos, así como de la realidad socioeconómica de estas colonias, que fue nombrado Comisario de la Exposición General de las Islas Filipinas que se celebró en Madrid en 1887.

Regino Vigil-Escalera y Suero-Carreño

El siglo XIX vio proliferar los libros y artículos sobre viajes, sobre nuevas tierras, sobre tierras exóticas, y los artículos y las obras de Regino Vigil-Escalera están llenos de esas descripciones que, aún hoy, son perfectamente asimilables al siglo XXI.

Por esas casualidades de la vida en estos días viajeros, de nuevo por el Perú, me llevé para releer un libro que me iluminó los años mozos, ese, como todos los demás libros de Pío Baroja, nos habrían nuevos horizontes con sus relatos de viajes. Eran casi como el complemento literario para otros libros, otros autores, Emilio Salgari, Jules Verne o Joseph Conrad. Pero sus relatos eran mucho más profundos que los de los autores citados. La tipología de los personajes de sus obras trasciende el relato de una simple aventura y se adentran en la caracterización de los personajes volcando en ellos toda la filosofía contagiada del pesimismo de Schopenhauer, esa misma sensación de “neurosis pesimista” que arropó a todos los escritores de la generación del 98, de la cual nace el regeneracionismo que proclamaba Joaquín Costa o la redención por la acción. Muchos de los personajes de sus novelas recrean la España castiza, también la España pícara pero noble, no la cínica de Alfarache, y lleva ese mismo mundo también a la Lima del Capitán Chimista que hablará de “tapadas” y rabonas y de unos personajes marginales que le dan siempre al relato un tono lúgubre.


Pío Baroja y Nessi nació en Donosti el 28 de diciembre de 1872, estudió y la carrera de Medicina en Valencia y Madrid y ejerció en Cestona, en 1894, hasta que solo se dedicó a escribir al publicar su primer trabajo en 1900.


Don Pío Baroja y Nessi


Su obra literaria se puede resumir en 10 grupos de trilogías y tetralogías de los cuales los que siempre más me impactaron fueron:


  • Tierra vasca: agrupa La casa de Aitzgorri (1900), El mayorazgo de Labraz (1903) y Zalacaín el aventurero (1909)

  • La vida fantástica está formada por Aventuras, inventos y mixtificaciones de Silvestre Paradox (1901), Camino de perfección (pasión mística) (1901) y Paradox rey (1906)

  • El mar: Las inquietudes de Shanti Andía (1911); El laberinto de las sirenas (1923); Los pilotos de altura (1931); La estrella del capitán Chimista (1930)

Muchos jóvenes de mi época aprendieron a conocer el carácter de la tierra vasca leyendo la Casa de Aitzgorri y el Mayorazgo de Labraz y se entretuvieron admirados con el conspirador Aviraneta y las aventuras, inventos y mixtificaciones del excéntrico Silvestre Paradox o las aventuras de Zalacaín y muchísimo más con el inquieto Shanti Andía y el viajero y esclavista Capitán Chimista y aprendieron de lugares y gentes distantes con sus relatos.

La imaginación de Baroja, en estas descripciones de lugares lejanos, es la misma que desarrolló Emilio Salgari al describir tantas y tan disímiles tierras, pueblos o costumbres de países que jamás había pisado. Emilio Salgari nos llevó de su mano por la India hasta Mompracén y por el Amazonas hasta dar con los indios caribe y por el mar Caribe hasta la codiciada Maracaibo, por las lejanas praderas del Far-West o la Flor de las perlas de las Filipinas y las tormentosas aguas cubanas en la Capitana del Yucatán. En ninguno de esos sitios había estado Salgari, como tampoco estuvo Pío Baroja en la Habana, Panamá, Macao y la China, la Manila Filipina y la Ciudad de los Reyes de Lima que visitó el Capitán Chimista en su larga singladura por el Atlántico y el Pacífico.

La presencia vasca en Filipinas, por ejemplo, no se reduce a la fundación de Manila ni al tornaviaje del galeón de Acapulco, y a los nombres de Elcano, Legazpi y Urdaneta, añade Baroja, por boca del capitán Chimista, el del franciscano Melchor de Oyanguren, que fue el primero que hizo un estudio del tagalo comparado con otras lenguas y el de Lorenzo Ugalde, general guipuzcoano que luchó en el siglo XVII contra la Armada holandesa.

La estrella del Capitán Chimista es una novela que pertenece a la trilogía de “El mar” y viene a ser la segunda parte de “los Pilotos de altura”. Fue publicada en 1930 y narra las aventuras y desventuras de un capitán negrero, pirata de los mares del Pacífico sur, que lanzaba a su tripulación francesa al grito de “Eclair” “adelante” (Eclair significa lo mismo que “Tximista”, rayo)“ al abordar las naves enemigas. El Capitan Chimista, es un ser atrapado sin remedio en el círculo cerrado e indestructible de un oficio que determina la forma de ser y de pensar de quienes lo ejercen. El barco, la tripulación, el mar, el puerto del que ha salido y los puertos a los que ha llegado, su casa propia y los hoteluchos a los que arriba en sus singladuras forman un conjunto impermeable de personas y lugares muy unidas entre sí, pero aisladas del resto de los grupos sociales. Su lenguaje y sus evocaciones refuerzan esta impresión de hermetismo, de integración total en su grupo humano, de acomodo en una manera de vivir y forjar un ambiente especial. Y así, con esa misma fruición, nos describe los lugares visitados y las personas conocidas.

En la Habana, Chimista, tenía fama de haber sido marino, taumaturgo, charlatán, sacamuelas, prestidigitador y buscador de minas de oro; pasaba como médico homeópata y alquimista, tenía visos de masón y, en efecto, era pirata que merodeaba por Jamaica y Santo Domingo cual nuevo Barba Roja. Unos decían que era vasco, y otros que francés de apellido Leclercq, y que había fundado la “Sociedad del relámpago” y que navegó goletas y pailebotes y balandras raqueras con tripulaciones negras de las Islas Vígenes con una especial filosofía de vida que le hacía exclamar:




“No hay más que tres maneras de ganarse la vida, como dijo Mirabeau: o mendigo, o ladrón o asalariado. Yo casi prefiero ser ladrón: es la manera más noble de hacer una fortuna. No tiene más inconveniente que la posibilidad de la horca”



El Capitán Chimista, cansado de sus aventuras caribeñas navega hasta Panamá y atraviesa el istmo desde Colón y nos describe la ciudad de Panamá como un pueblo triste y pequeño que solo se veía colmado cuando llegaban los barcos americanos. Toda la gente que llegaba a Panamá, de América del Norte, era aventurera, jugadora y borracha, Chimista está describiendo, ni más ni menos, que a los “gambusinos” nombre que los mexicanos le habían puesto a los buscadores de oro de California o de Alaska en el siglo XIX y que ahora deberían ser los trabajadores del Canal de Panamá.

De Panamá, Chimista, se embarcó a San Francisco pero, al llegar, toda su tripulación lo abandonó: mozo de cámara, cocinero, contramaestre y toda la marinería se fueron tras “la fiebre del oro”. A la semana se hace cargo de la fragata “Adamante” para llevarla hasta Valparaíso, en Chile, donde carga de nuevo para hacer una singladura a Australia; pasa por la Isla de Juan Fernández, y, en vez de doblar el Cabo de Hornos y dirigirse a Australia por el Este como le recomendaban, se dirigió a cruzar el Pacífico con parada en Tahití. Terminado este periplo, de nuevo en Valparaíso, su armador, el chileno Vargas, le entrega un brick-barca con la que inicia la singladura al norte, toca puerto en Iquique, después Arica y más arriba las Islas Chinchas y Payta y de Payta a Panamá. De regreso entra en Guayaquil, a la vera del río Guayas, ciudad que describe como un pueblo pequeño donde la gente vivía cómoda y perezosa y donde resalta la presencia de “tapadas”.

El Capitán Chimista llega a Lima pero, como él dice:



“al no encontrar una buena plaza, cambié de postura, como los enfermos y fui a establecerme a el Callao”



El Callao lo describe como un pueblo pequeño pero que tenía cierto aire imponente por la presencia de los fuertes construidos por los españoles. Al sur, pegado al arenal se levantaba un castillo o casamata donde los españoles estuvieron bloqueados ocho meses sin querer rendirse. En medio del castillo había una torre redonda con caones de grueso calibre. El Callao vivía del comercio con los buques que recalaban en su viejo muelle de madera para hacer las aguadas.

En El Callao, a tres leguas de Lima, aunque estaba muchas veces nublado, siempre había una espesa neblina que mojaba mucho y a la que llamaban “rocío peruano”, Un ómnibus lo trasladó a la Plaza Mayor de Lima, por un peso, a través de una llanura árida, pelada y polvorienta en la que solo se encontró un convento arruinado y una taberna.


“La vida, entonces, de Lima era una vida holgazana y sensual. Por la calle las mujeres de mal vivir andaban constantemente, a todas horas de día y de noche, con la cara tapada, enseñando solamente un ojo y el brazo. Y contaban los marineros que era frecuente llevarse grandes chascos; veían por la calle una “tapada”, que andaba con la gracia de una andaluza, se arrimaban a hablarla y la invitaban, y como la “tapada” era de gustos finos pedía al mozo un buen Borgoña y cuando la mujer descubría la cara se veía que era una negra o una mulata más fea y desastrada que Carracuca”



Fuera de la ciudad había una Alameda con árboles y bancos donde se sentaban las “tapadas”, la mayoría mujeres de mal vivir y otras que, aunque no lo eran, iban camino de ello.

Tanto en el Callao como en Lima la vida era una pura diversión, los domingos el jaleo y las corridas de toros, los jueves y sábados el baile en el café.



“El peruano era intrigante, adulador y servil; las mujeres se mostraban muy libres, muy aficionadas al alcohol y muy jugadoras”



Sigue contando Chimista que en aquel país se bebía mucho y se bailaba el baile favorito, que llamaban “saguareña” que es como un fandango, como la zamacueca de Chile.

Un elemento importantísimo en la vida de Lima eran los frailes: se contaban treinta y ocho conventos. La mayor parte de los frailes eran del país, algunos eran mestizos de indio; otros medio mulatos y medio negros, feos como Barrabás.



“otra cosa bastante curiosa del Perú eran los soldados, a quienes llamaban cholos o cholitos. Los cholos casi todos mestizos de blancos y de indios, andaban seguidos de sus mujeres, de sus hermanas y de sus madres, que los seguían con la cesta de la comida. A estas mujeres soldadescas las llamaban las “rabonas”, no se por que”



En el Callao, como en Lima, había dos clases de policías de noche; la de los serenos con una linterna y una matraca en la mano; y la otra unos pájaros negros, como los zopilotes de México que se llevaban todas las inmundicias. Los serenos del Perú al cantar las horas a veces gritaban: “Viva la Virgen” o “Viva Santa Rosa de Lima”. Los serenos de Chile, sin duda más entusiastas de la Independencia, solían gritar: “Viva Chile Independiente”




Palacio de Gobierno en la Plaza de Armas de Lima



En las montañas áridas de los alrededores de Lima, hacia San Juan, cuando brotaban unas flores amarillas, “los amancaes”, se celebraba una fiesta. Allí en aquella fiesta el Capitán Chimista oyó hablar de la Perricholi, una bailarina y cómica, mestiza, que había llegado a conquistar al Virrey Manuel Amat i Junyet, en el siglo XVIII, y que había obligado a este a llevarla con él en el carruaje oficial a la procesión, el cual carruaje quedó después para viático de la catedral.




El Virrey Manuel Amat i Junyet



Chimista contó de sus aventuras cazando patos en el Lago Titicaca o de su viaje a las islas Chiloé donde desaparecieron varios marineros suyos, probablemente porque se los comieron los naturales. Y aún contó de una escaramuza con dos “tapadas” que había conocido en los “amancaes” y que terminó en fuga por la ventana al aparecer los maridos de las susodichas.

Dos años estuvo el Capitán Chimista en Lima y un día se monto en el “Busca vidas” y se embarcó rumbo a las Filipinas, pero esto ya es otra larga historia.




Epílogo de un enamorado del Perú



La obra publicada por Pío Baroja en 1930 es intemporal, en ningún momento refiere fecha alguna de las andanzas del Capitán Chimista en Lima. Las descripciones de los lugares como El Callao y el trayecto de El Callao a Lima parecen corresponder a un muy profundo siglo XIX, muy alejado de las fechas de su escritura y publicación. Lo mismo los personajes descritos. Las “rabonas” mencionadas florecieron en el Perú republicano del siglo XIX y la anécdota de la Perricholli es del siglo XVIII.

Conocí El Callao en mi primera visita al Perú. Este puerto está unido totalmente con la ciudad de Lima. Ya no existen las llanuras que menciona Baroja, la Iglesia derruida debe ser la actual del “Carmen de la Legua” numerosas veces reconstruida y la taberna debió haberse multiplicado en cientos de “botiquines”. Pero en El Callao sigue imponente la presencia del fuerte Real Felipe que tuvo papel relevante en la guerra Hispano-Peruana entre 1864 y 1866.


Torreón El Rey del Real Felipe de El Callao




Real Felipe de El Callao





Los orígenes del Real Felipe se remontan al siglo XVIII, cuando El Callao era el puerto más importante del Virreynato del Perú y España embarcaba a través de él todas las mercancías con rumbo a la península. Por este motivo los piratas y corsarios siempre merodeaban estos mares y, de cuando en cuando, atacaban el puerto, como las incursiones efectuadas en 1579 por Francis Drake, Tomas Cavendish en 1587, Hawkins en 1594, Jacobo Clerk, más conocido por "L'Hermite", en 1624, y el corsario francés Anson en 1742; es por esto que El Callao siempre estuvo fortificado con murallas que rodeaban la ciudad. Los trabajos se inician en 1747 y se le bautiza Real Felipe en honor del Rey de España Felipe V. La construcción duró 27 años y tuvo un costo de tres millones de pesos, siendo culminada por el virrey Manuel Amat i Junyet.

Las “tapadas” que Chimista conoció en Guayaquil y en Lima, eran toda una tradición. Durante los siglos XVI y XVII, la costumbre de cubrirse el rostro y la cabeza las mujeres era habitual. Tirso de Molina lo cuenta en “El burlador de Sevilla”, lo mismo que Calderón de la Barca en “El escondido y la tapada”. No deja de ser curioso que en esos siglos se persiguiese a las moriscas que usaban de esta costumbre y sin embargo fuese algo de buen tono en la sociedad española de la época. La palabra “tapado” pasó a América, y en países como Chile, Argentina y Perú se usa la palabra “tapado” para designar un abrigo.

Un pueblo aficionadísimo a los toros y ahí está la limeña Plaza de Toros de Acho, que es la tercera plaza de toros más antigua que existe, detrás de las de Sevilla y Zaragoza, Acho fue construida en 1766 por iniciativa de nuestro conocido y jacarandoso Virrey Amat, quien presidió la primera corrida.



Grabado de la Plaza de Toros de Acho




La Lima de treinta y ocho conventos no se cuantos tendrá en la actualidad, pero sigue conservando la misma magnificencia el de San Francisco, con un claustro que mantiene casi incólume el azulejado sevillano del siglo XVII. No así un hermosísimo artesonado mudéjar en madera, en la subida al primer piso del claustro, que fue destruido por un terremoto hace pocos años y que fue vuelto a montar pieza por pieza. En el subsuelo de la Iglesia se conservan las catacumbas, primer cementerio en la colonia y lugar más seguro de Lima en caso de terremotos.


Iglesia del Convento de San Francisco en Lima



Y el convento y Basílica Menor de San Pedro, de la Compañía de Jesús, que tiene una de las sacristías más bellas e impresionantes del arte colonial barroco en América. Las naves laterales de la Iglesia tienen zócalos adornados con azulejos sevillanos, con una profusa decoración barroca de estofado al fuego, así como también hermosos lienzos con antiguos marcos tallados y bañados en pan de oro; todos ellos están siendo restaurados por el Estado Español a través del Ministerio de Exteriores y Cooperación Internacional.

Y más conventos: La Soledad, La Merced y Santa Rosa de Lima y las Nazarenas (donde está el Señor de los Milagros) y Santo Domingo y San Agustín y Los Descalzos, (orden menor de los franciscanos) y un largo etcétera.



Portada barroca de la iglesia del Convento de la Merced



La Plaza de Armas mantiene la misma distribución cuadriculada que dibujó Francisco Pizarro y que es el centro mismo de la fundación de la ciudad. En ella está la Catedral Primada de Lima y el Palacio Arzobispal con sus típicos balcones limeños. En otro de los lados está el Palacio Presidencial, en el terreno que fue la casa donde vivió y fue muerto Francisco Pizarro, y que hoy es una construcción de carácter moderno afrancesada. En otro de los lados de la plaza está la Municipalidad de Lima y el prestigioso Club de la Unión. En su centro hay un fuente de bronce de 1650. En esta misma plaza estuvo, hasta no hace mucho, una estatua ecuestre de Francisco Pizarro que fue eliminada por el alcalde Castañeda


Palacio Arzobispal en la Plaza de Armas de Lima


En realidad la estatua era, originalmente, una representación de Hernán Cortés encargada por México al escultor Charles Cary Rumsey, pero que, al rescindir México el contrato, los herederos del artista se la vendieron al Perú y pasó, sencillamente, de ser Hernán Cortés a ser Francisco Pizarro.

El Capitán Chimista menciona en su relato a las “rabonas” sin saber a que se debía el nombre (tal vez porque iban detrás, al rabo…). Efectivamente, las “rabonas”, novias, esposas o madres de la soldadesca, seguían a los ejércitos para suministrarles la comida y curarlos. Incluso guerreaban a su lado y a veces ella solas, como avanzadilla, incursionaban en los pueblos para poder garantizar la comida. Las “rabonas” aparecen ya mencionadas en los sucesos de la rebelión de Tupac Amaru entre los años 1781 y 1790 y están muy bien documentadas, históricamente, durante todo el siglo XIX, especialmente durante la guerra de Perú con Chile entre los años 1879-1883.


Soldado del Siglo XIX y una “rabona”
Acuarela de Pancho Fierro



Flora Tristán, hija del Coronel arequipeño de la armada española, Marino Tristán-Moscoso, quien fue una de las creadoras del feminismo moderno y abuela de Paul Gauguin, las describiría así en su libro “Peregrinaciones de una paria”:



Si no están muy alejadas de un sitio habitado, van en destacamento. Se arrojan sobre el pueblito como bestias hambrientas y piden a los habitantes víveres para el ejército... Si los pobladores se resisten, se baten como leonas y con valor salvaje triunfan siempre de la resistencia... llevan el botín al campamento y lo dividen entre ellas”



La leyenda sobre el personaje de la “Perrichola”, Micaela Villegas Hurtado, natural de Huánuco o Tomayquíchua, cuenta que este mote se lo puso el Virrey Manuel Amat i Junyet quien, en su idioma catalán, solía llamar a su amante, Micaela, en las peleas, como “Perra-Chola” y que, con su fuerte acento catalán, devino en “Perricholi”. Con el Virrey Amat la “Perricholi” tuvo un hijo, Manuel Amat y Villegas, que con el tiempo sería uno de los firmantes del acta de independencia del Perú. Interesante mujer que inspiró a Prosper Merimé una novela, “La Carroza del Santo Sacramento”, a Offenbach una conocida opera del mismo nombre, “La Périchole”, y a Jean Renoir la película “La carroza de oro”.

El Capitán Chimista menciona la Alameda, un placentero lugar de árboles y bancos para ver y ser vistas por las “tapadas” de entonces. Supongo que se refiere a la misma Alameda de Barranco, que inmortalizó Chabuca Granda en la canción “La flor de la canela”



Déjame que te cante limeña
Déjame que te diga la gloria
Del ensueño que evoca la memoria
Del viejo puente del río y la Alameda

Déjame que te cante limeña
Ahora que aún perdura el recuerdo
Ahora que aún se mece en un sueño
El viejo puente del río y la Alameda



Yo recorrí esa misma Alameda y crucé el viejo “puente de los suspiros” del río que ya es nuevo, pero la Alameda sigue siendo el mismo sitio apacible y evocador del relato. La inmejorable compañía de mi amigo Pedro Otero Navarro, limeño por los cuatro costados y un libro abierto de cultura peruana hizo más grato el recorrido por el recuerdo de antaño. En La Alameda hay una bella estatua de Chabuca Granda y un caballo de paso peruano, ambos evocan valses inmortales. Parece que desde su broncínea presencia aún le está cantando al “Puente de los suspiros” esa bella canción inspirada por el elegante caminar de una sencilla morena limeña de Abajo el Puente cuyo nombre era Victoria Angulo, aquella que “...airosa caminaba” derramando “...lisura y a su paso dejaba, aroma de mixtura que en el pecho llevaba”; a quien había conocido siendo niña.



Monumento a Chabuca Granda y al Caballo de Paso peruano en La Alameda


Pedro Otero Navarro me llevó por la historia del Perú, me inició en las culturas precolombinas, hablamos largamente de Caral, la primera ciudad de América, y de Cupisnique y de Chavín de Huantar, y de Nasca y Paracas y de Vicús y Cajamarcas, y Huari y Lambayeques y de los Moches y de los Chimús y del Señor de Sipán y las Huacas Trujillanas, y, como no, del Inca y su imperio; y hablamos largamente de la transculturización de los pueblos y la sucesión de las culturas. Y hablamos de Españoles antiguos y Peruanos modernos y siempre del castellano que fue la base de la cultura hispana. Conversamos sobre el carácter de los peruanos, sus clases sociales, los tres grandes grupos y sociedades de peruanos, los que viven en la zona de Selva del Amazonas, los de la alta y fría puna de la Sierra y los de la árida Costa. Y aprendí y comprendí el mestizaje nunca completado y de sus consecuencias modernas.

De las largas horas de conversación entendí que el relato de Pío Baroja, era tan inexacto en la descripción de sitios y lugares, como tan apartado de la realidad en cuanto a la caracterización del modo de ser peruano. En mi trato con los peruanos, de la Sierra y de la Costa encontré que no eran ni “intrigantes, ni aduladores ni serviles” y que sus mujeres, bellas limeñas, cusqueñas, trujillanas, arequipeñas o huaracinas, no eran tal como las describía el misógino Don Pío Baroja por boca del Capitán Chimista.

Gracias amigo Pedro, por ayudarme a comenzar a entender uno de los mayores hitos que ha tenido la hispanidad en América, el Virreinato del Perú.

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Op. Cit.
La estrella del Capitán Chimista
Pío Baroja y Nessi
Editorial Aguilar, Colección Crisol
Madrid 1959

lunes, 8 de octubre de 2007

LOS TRASTÁMARA. PRINCIPIO Y FIN


Escudos de Armas de los últimos Trastámaras

Todo terminó un día de Viernes Santo, 12 de Abril de 1555. Quien sería posteriormente San Francisco de Borja, recogió su última confesión y nos legaría a la historia la sensación de haber confesado a una mujer lúcida. Quien pasaría a la historia como “Juana la Loca” dio, en sus últimos momentos, “signos de gran lucidez y entendimiento”. Triste destino histórico ser tenida por vesánica la exquisita y refinada ultima reina de la dinastía de los Trastámara, Juana I. La historia había comenzado hacía más de doscientos años.

Bastardos llegados al trono de Castilla por medio de luchas fratricidas, marcaron, sin embargo, los Trastámara, dos centurias de la historia de Castilla, florecientes en el mundo cultural y en el mundo político. Ramón Menéndez Pidal diría de ellos que fueron:


“...tronco de egregios descendientes dotados de altas miras y virtudes políticas”

Entre los años 1366 y 1369, reinando en Castilla Pedro I, llamado “El cruel”, último rey de Castilla y León perteneciente a la dinastía de la casa de Borgoña, dinastía que había comenzado en 1126 con Alfonso VI, se enfrentan dos sectores de la nobleza castellana, unos defendiendo al rey Pedro I, heredero legítimo de la corona de Castilla, al morir su padre Alfonso XI el 27 de marzo de 1350 en Gibraltar a consecuencias de la peste, y otros defendiendo a Enrique, Conde de Trastámara, uno de los muchos hijos bastardos de Alfonso XI. Enrique estaba apoyado, además, por el monarca francés debido a que Pedro I había repudiado a su esposa, la francesa Blanca de Borbón, lo cual causó la furia y el descontento francés e incluso el de la Iglesia ya que por dicho repudio el Papa Inocencio VI llegó al extremo de excomulgar a Pedro I.



Pedro I, el Cruel

Además de estas luchas entre los bandos que aupaban al Rey y a su hermano bastardo, Pedro I emprendió una lucha contra el reino de Aragón donde reinaba Pedro IV, “El Ceremonioso”, que no hizo sino exacerbar las luchas internas de los reinos de la península. Pero el mayor enfrentamiento fue el desarrollado entre Pedro I y Enrique de Trastámara.

Enrique era el hijo bastardo concebido por Alfonso XI con la bellísima Doña Leonor de Guzmán, que nació en Sevilla en 1333. Bastardo preferido del Rey, fue prohijado por el asturiano Don Rodrigo Álvarez de las Asturias. Este noble asturiano llega incluso a nombrar a Enrique su heredero universal y le cede el Condado de Trastámara y los señoríos de Siero, Colunga, Ribadesella y Llanes y le cede el de Noreña, el solar de su linaje, y le cede el más importante de ellos, como bastión y plaza fuerte que es, el de la Puebla de Gijón. En 1345, Alfonso XI le otorga también los condados de Sarriá y Lemos, ambos situados en Galicia, y los señoríos de Cabrera y de Rivera.


Enrique de Trastámara se casa en 1350 con Juana Manuel, una hija de Juan Manuel, uno de los más insignes escritores de la lengua castellana, Señor de Peñafiel, Juan Manuel era nieto de San Fernando y sobrino de Alfonso X. Autor del famosísimo “Libro de enxemplos del Conde Lucanor et de Patronioen”. Así Enrique pasa a detentar también los derechos de la casa de la Cerda y de los Manueles. Las desavenencias entre su hermano Pedro I y su madre Doña Leonor, marcan el inicio de los problemas entre los dos hermanos que culminarán en el primer enfrentamiento guerrero en Toledo en 1355 en el que es derrotado Enrique.




Áureo de Pedro I el Cruel


Camino al exilio francés de la Rochelle, Enrique pasa por Asturias donde aún queda una nobleza antigua, orgullosa de su estirpe y de su solar, como los Valdés o los Quirós, quienes no en vano ostentan como lema heráldico:



“Después de Dios la casa de Quirós”


En la estancia asturiana Enrique concibe un hijo bastardo de una mujer noble, llamada Elvira de la Vega, quien recibe por nombre Alfonso Enríquez, el cual heredará de su padre Enrique los títulos de Conde de Noreña y de Gijón y que protagonizará en los años venideros cruentos enfrentamientos con la corona.

Torre de los Valdés en San Cucao de Llanera (Asturias)


Enrique, exiliado en Francia, reingresa a Castilla de nuevo y en Nájera, en 1360, vuelve a ser derrotado por Pedro I. Nuevamente exiliado en Francia hace contacto con las Compañías Blancas, unos soldados mercenarios al mando del famoso Bertrand du Guesclin (La Motte-Bröons, Bretaña, 1320 - Châteauneuf-de-Randon,1380), Condestable de Francia. Con estas tropas entra de nuevo en Castilla por la Rioja y conquista Burgos. El 5 de Abril del mismo año se proclama Rey de Castilla en las Huelgas. Avanza hacia Toledo y en Junio ocupa Sevilla con lo cual quedan en sus manos casi todas las tierras del reino de Castilla. Solo permanecen fieles a Pedro I algunas zonas de Galicia, Asturias y Cantabria.

Bertrand du Guesclin recibe la espada de manos de
Charles V, de Francia, “le mauvais”


Pedro I tiene que salir de Castilla y se refugia en Francia en donde llega a un acuerdo con los ingleses en la cabeza del heredero al trono, el Príncipe de Gales, más conocido como el Príncipe Negro, quien lo ayuda a reanudar la lucha por Castilla. Esta nueva guerra le es desfavorable a Enrique quien huye una vez más hacia Francia dejando atrás a Bertrand du Guesclin prisionero de Pedro I. Nuevamente, en 1367, entra en Castilla y reconquista todo lo perdido hasta la batalla final de 1369 que enfrenta a los dos hermanos en las cercanías de Montiel. En el transcurso de la batalla, Pedro I, es asesinado. Perdida la batalla, Enrique entra triunfante en Toledo como Enrique II. Fin de la dinastía Borgoña en Castilla y comienzo de la dinastía Trastámara.

Las batallas entre ambos hermanos habían sido también verbales. Enrique acusaba a Pedro de ser, él también, bastardo, en este caso bastardo del judío Pedro Gil, por lo que a los seguidores de Pedro I se les apodaba “emperogilados”. Así mismo Enrique lo acusaba de tirano injusto y cruel lo cual hacía que su ascenso al trono de Castilla fuese ilegítimo al quedar deslegitimado por sus malas acciones. Y así lo glosaba Pedro López de Ayala en su libro “Rimado de Palacio”:

“el que bien a su pueblo govierna e defiende
éste es rey verdadero, tírese el otro dende”


Pero en el fondo de todo estaba el enfrentamiento de dos hombres por el poder del reino de Castilla y medrando, como siempre, dos reinos extranjeros buscando beneficios propios, Francia a favor de Enrique e Inglaterra a favor de Pedro. Bertrand du Guesclin y las Compañías Blancas por Francia y Eduardo, el Príncipe Negro, por Inglaterra.

Un tercer elemento aparece en esta contienda y es el antijudaismo observado en estas campañas. Nuevamente López de Ayala nos lo relata en estos términos:


“ comenzaron a robar una judería apartada que dicen el Alcana, e robáronla, e mataron a todos los judíos que fallaron hasta mil e doscientas personas, omes e mugeres, grandes e pequeños.
Esa muerte de los judíos hizo facer el Conde Don Enrique porque las gentes lo facían de buena voluntad “


Todas las juderías de Castilla se vieron sometidas a estos saqueos llegándose incluso al exterminio completo de la Briviesca y a la exacción total de las de Burgos y Toledo que aportaron los fondos necesarios para las campañas guerreras, y así eran las órdenes:


“ vendades en almoneda públicamente los cuerpos de todos los judíos e judías de la aljama de Toledo e los bienes muebles a rayzes fasta complimiento de veynte e mill doblas de oro “


Analistas modernos interpretan estas luchas fratricidas como el enfrentamiento entre vastos sectores de la nobleza medieval feudal, retrógrada, de los partidarios de Enrique, y la progresista de la incipiente burguesía que respaldaba a Pedro. Una vez más las dos Españas que nos hielan el corazón.

El bando ganador tiene que pagar los favores recibidos. El Príncipe Negro ya había sido recompensado con el señorío de Vizcaya por Pedro I, aunque poco le duró, pero en el caso de Enrique II fueron tantos los favores debidos y pagados que este monarca castellano pasaría a la historia con el mote de “Enrique, el de las mercedes”. Los beneficios otorgados fueron tantos y tan cuantiosos que incluso llegaron a trascender a lo largo de los doscientos años de reinado de esta dinastía, convirtiéndose ella en la principal fuente de señoríos de Castilla. Estas mercedes y estos señoríos no eran realmente cesiones de propiedades sino cesiones de derechos jurisdiccionales, subrogaciones del poder del rey incluso con la potestad de crear rentas y todo ello a costa de las clases populares. De esa época datan las propiedades de familias como los Mendoza, Manrique y Velasco

Estas mercedes, llamadas también “mercedes enriqueñas”, se hacían por “juro de heredad” e incluso se transmitían por vía de mayorazgo a los descendientes, acompañadas de los numerosísimos títulos nobiliarios de “condes” que denotaban la jurisdicción sobre cierta villa o término, todo ello según el uso y las costumbres francesas de la época. El único título nobiliario concedido en Castilla hasta 1445 fue el de condes. Esta institución nobiliaria de “condados” había comenzado con Alfonso XI, su padre. Los Trastámara posteriores ampliaron los condados con los de Benavente, Niebla, San Esteban de Gormaz, Alba y Arcos.



Enrique II, “el de las mercedes”


Así registramos las “mercedes enriqueñas” otorgadas a su camarero mayor, Don Juan González de Bazán, a quien cedió los Palacios de Valduerna y los infantados de Benavides y Castro Boñal. Su hermano Sancho recibió el Condado de Alburquerque y el señorío de Ledesma, mientras que a su otro hermano, Tello, le cedió los señoríos de Vizcaya y de Lara. A su hijo bastardo, Alfonso Enríquez, le dio como Condado las villas de Noreña y de Gijón. A su fiel Bertrand du Guesclin le dio el título de Duque de Molina y la jurisdicción de Soria.



Muerte de Bertrand du Guesclin en
Châteauneuf-de-Randon,1380


Otras “mercedes enriqueñas” otorgadas en las donaciones señoriales establecían, no solo donaciones de inmuebles y villas, sino también de contribuciones como los “almojarifagos” (palabra de origen árabe derivada de “almusrif”, oficial o tesorero de las rentas reales) que eran los derechos que se pagaban por las mercancías que entraban o salían de la villa, una especie de impuesto de aduanas moderno. Los “portazgo”, que eran los tributos que había que pagar por pasar por determinado sitio y los “montazgo”, que eran los tributos pagados por el paso del ganado por un determinado monte.

Con las mercedes otorgadas, Enrique II, estaba ejerciendo un férreo control sobre toda Castilla, sin embargo un matrimonio puso en peligro la estabilidad del primer Trastámara. En setiembre de 1371, Don Juan de Gante, duque de Láncaster, se casa con Constanza, una hija de Pedro I. Alrededor de esta pareja los antiguos partidarios de Pedro I vuelven a luchar por los derechos dinásticos contra Enrique II, esta vez aliados con Portugal. Enrique II se adelanta e invade Portugal a finales de 1372. Fernando I de Portugal no tiene más remedio que capitular, en 1373, teniendo que entregar a Castilla a los derrotados seguidores de Pedro I. El duque de Láncaster se refugia en Francia.

Las diferencias con Navarra son resueltas con su rey, Carlos II, cuando establecen relaciones matrimoniales entre varios miembros de ambas familias reales. Las relaciones con Aragón también son turbulentas. Reina por esos tiempos en Aragón, Pedro IV, a quien apodaban “El ceremonioso”. Las diferencias bélicas con Castilla las cancelan con el compromiso matrimonial de la hija de Pedro IV, Leonora, con el hijo de Enrique II y heredero real, Juan. Con esta paz lograda a través del matrimonio, se puede decir que en 1375 Castilla estaba en paz. Tras unos años de paz se desata de nuevo la guerra entre Castilla y Aragón y será en 1379 donde definitivamente se consolide la paz y Aragón pase al tutelaje castellano que ya cobraba papel hegemónico en la península ibérica.

Enrique II, siempre aliado con Francia, había firmado en 1368 un tratado con esa nación en lo que se llamó “la gran alianza”, Castilla ayudaba a Francia en la Guerra de los 100 años y Francia ayudaba a Enrique II en sus luchas intestinas. Las ayudas francesas, una vez más, estaban comandadas por Bertrand du Guesclin. Es curioso hacer destacar que el aporte de Castilla a la Guerra de los 100 años entre franceses e ingleses se hizo en el campo naval. Es importante destacar el ataque castellano al puerto de La Rochelle en 1372 a cargo de doce galeras al mando del almirante Ambrosio Bocanegra, quien contó con subalternos de la talla de un Pedro Fernández Cabeza de Vaca y un Ruy Díaz de Rojas. Esta decisiva batalla dejó en manos castellanas y francesas el control del Canal de la Mancha y dejó clara la supremacía naval de los castellanos que no conocerían derrota hasta los sucesos de la Invencible. Ambrosio Bocanegra llegó a ser nombrado Almirante de Castilla y entre sus hazañas cabe destacar el asedio y conquista de la inglesa isla de Wight en 1373. La guerra de los 100 años terminó en 1375 con las “Treguas de Brujas”.

La fuerza naval de Castilla aunada a la fuerza guerrera en tierra apuntaban a una Castilla, potencia de gran relieve, que marcaría los posteriores reinados de la dinastía que comenzó bastarda y fratricida, y que consolidó el poder real pero basado en la consolidación de la nobleza en lo que se da en llamar una nueva era feudal.

Otro de los logros importantes de este reinado fue la consolidación de una institución llamada Audiencia o Chancillería, en 1371, que viene a ser lo que en los tiempos actuales conocemos como Tribunal Supremo de Justicia. Este órgano colegiado estaba formado por siete oidores, tres era prelados y cuatro letrados. Celebraba sesión tres veces por semana para oír a las partes en litigio:


“...que oyan los pleitos por peticiones et non por libellos nin por demandas: nin por otras escripturas, et que los libren ssegunt derecho ssumaria mente et sin figura de juycio...”


La jurisdicción de la Audiencia era todo el reino de Castilla. Sesionaba en los palacios del Rey o en el del Chanciller (funcionario palatino encargado del sello real) hasta que fijó sede, bajo Juan I, en Segovia y posteriormente en Valladolid donde quedó asentada definitivamente en 1442.

Enrique II , “el de las mercedes”, muere el 29 de mayo de 1379 a los 46 años de edad, abriendo una sucesión dinástica que seguirá con Juan I (1379-1390), Enrique III (1390-1406), Juan II (1406-1454), Enrique IV (1454-1474), Isabel I (1474-1504) y Juana I (1505-1555), todos ellos Trastámara.

Una dinastía que aupó los linajes nobiliarios en los terrenos socio económicos a favor de la consolidación política de la corona castellana. En esta dinastía arranca el proceso de concebir a la corona como una estructura de instituciones en torno a un poder central que alcanzará su máxima expresión en los penúltimos Trastámara de la dinastía, Fernando de Aragón e Isabel de Castilla. Esta dinastía anuncia la modernidad cuya cima se alcanzará en el siglo XV con los últimos Trastámara.

LOS JESUITAS EN AMÉRICA. LAS REDUCCIONES DEL PARANÁ

ESCUDO DE ARMAS DE CARLOS III



Los misioneros que catequizaron la Sierra y la Selva Peruana, el alto y el bajo Perú, extendieron su influencia hasta el Paraguay, tierras guaraníes que habían sido sometidas entre los años 1540 y 1570 por el Adelantado Alvar Núnez Cabeza de Vaca y por el fundador, en 1556, de la Ciudad Real del Guahyrá (el Guahyrá constituía una extensa región comprendida entre los ríos Iguazú y Paraná), el capitán Ruy Díaz de Melgarejo, en compañía del toledano Antonio de Escalera (Toledo 1506, Ciudad Real del Guahyrá, 1576), y del gobernador Domingo Martínez de Irala. Este Antonio de Escalera fue un precursor en la defensa del consulado de comercio de los indios (ordenanzas mercantiles que regían la actividad mercantil) ante el Emperador Carlos I (V de Alemania) y un prolífico escritor de relatos sobre la conquista y los recursos naturales de la tierra guaraní.

En estas tierras guaraníes, a partir de 1603, los Jesuitas ponen en marcha las Reducciones, unas experiencias sociales utópicas en las que se llegaron a ver las raíces de una especie de colectivismo agrario, pero que, sin duda, contribuyeron enormemente a salvaguardar al pueblo guaraní, su cultura y su idiosincrasia. El proyecto Jesuita era una utopía cristiana: la creación de la ciudad de Dios en la Tierra. Los Jesuitas se mostraron partidarios de un manifiesto sincretismo religioso, es decir, no tuvieron ningún tipo de escrúpulos a la hora de aceptar o adaptar ritos paganos con tal de llevar a los pobladores de dichas tierras la palabra de Cristo. La Compañía decidió respetar los particularismos religiosos con la intención de utilizarlos para el adoctrinamiento cristiano.



Iñigo de Loyola y Sáenz (Azpeitia 1491, Roma 1556)


Pero aún fue mas allá en la fundación de la ciudad de Dios, y para ello promovió la experiencia social de las Reducciones que dio origen al mito de la República Jesuita. Las Reducciones Jesuíticas constituyeron una especie de "república" de misiones, dentro del imperio español y sujetos a la corona. Fue esta "república", algo original en la historia del mundo, algo que ha parecido, a los filósofos y pensadores, como la "República de Platón", la "Utopía" de Tomás Moro, la "Ciudad del Sol" de Tomás Campanella, u otras visiones idealísticas y utópicas.

Entendamos por Reducciones lo que realmente fueron y no lo que pudieran parecer por su traducción castellana. La palabra Reducciones viene del latín “reducti” que se traduce por: “llevados”. Llevados a la fe cristiana y a la vida civilizada pero a través de la separación de los propios conquistadores para poder preservar, a los indios, de la explotación de españoles o portugueses y para poder adoctrinarlos católicamente, manteniendo a los indios alejados de la sociedad colonial y de las corrupciones que ésta entrañaba (también evitaban problemas con los encomenderos). Desarrollaron al máximo el concepto de libertad individual y aunque había bienes comunes se respetaba la propiedad privada. Así fundaron pueblos que eran gobernados por los propios indígenas, fungiendo de corregidores y alcaldes, alguaciles y procuradores. Ejercían su participación en la vida comunitaria a través de los cabildos. Las relaciones entre las distintas reducciones eran equivalentes a las que existen hoy en los estados confederados. Los Jesuitas solo intervenían en la administración y en la catequización y lograron, para estas comunidades autónomas, exenciones de impuestos así como librarse del régimen de encomienda, que los habría esclavizado, y del servicio personal.

Tan exitoso fue el experimento que hizo decir al mayor denostador de los Jesuitas, y a la vez antiguo alumno de los Jesuitas en el Colegio de Clermont, François-Marie Arouet, Voltaire:

“…El asentamiento de los Jesuitas españoles en Paraguay, muestra, en cierto sentido, él solo, el triunfo de la humanidad. Parece expiar las crueldades de los primeros conquistadores. Los Jesuitas en América del Sur, ofrecieron un nuevo espectáculo al mundo"



Voltaire (Paris, 1697-1778)


En 1611 se publicó la real orden de protección de las reducciones. Cada reducción contaba con una Iglesia y cabildo propio con total autonomía para gobernarse, siempre que existiera un representante del rey allí. Se prohibía el acceso a las reducciones a españoles, mestizos y negros, y se garantizaba a los indios que nunca caerían en manos de encomenderos. Sin embargo, pese a estas reales órdenes, no estuvieron libres de las incursiones portuguesas. Entre 1628-1631, los indios capturados por los portugueses superaron los 60.000.

Mantener este tipo de ideas en el siglo XVII y enfrentarse a latifundistas o esclavistas que deseaban las tierras y las poblaciones indígenas, auguraba un enfrentamiento entre los Jesuitas y la Iglesia y las fuerzas civiles. Esta desigual lucha, con tantos intereses creados por medio, terminaría con la intervención del Reino de Portugal, rival del Reino Español. Un tratado entre España y Portugal, en 1750, hace que las misiones de frontera sean abandonadas y los Jesuitas se sometan a la autoridad civil. Los Jesuitas se negaron a abandonar las reducciones iniciándose, en 1753, la guerra guaraní entre las tropas hispano-portuguesas y los indios, capitaneados por algunos Jesuitas. La guerra no finalizó hasta 1756. Tras ella, las reducciones no volverían a recuperarse. Después de un breve regreso, en 1761, cuando el tratado fue denunciado, se produce el 27 de marzo de 1767 la expulsión de los Jesuitas, por orden de Carlos III y bajo la influencia del Conde de Aranda, con un texto que parcialmente dice:


"... he venido en mandar se extrañen de todos mis dominios de España e Indias, Islas Filipinas y demás adyacentes a los Religiosos de la Compañía de Jesús, así sacerdotes como Coadjutores o legos que hayan hecho la primera profesión y a los novicios que quieran seguirles y que se ocupen todas las temporalidades de la compañía en mis dominios..."




Carlos III (Madrid 1716-1788)


En 1773 se produce la definitiva extinción eclesiástica a través del breve papal “Dominus ac Redemptor” de Clemente XIV.

Para tener una idea de la importancia de la Compañía en el ámbito de las Reducciones del Paraná es necesario tener presente que al momento de su expulsión había más de 500 Jesuitas, los cuales tenían a su cargo colegios en la mayor parte de las incipientes ciudades. La Compañía fundó y condujo espiritual y económicamente más de 50 misiones y en las épocas de esplendor llegó a haber más de 150.000 indios reducidos y cristianizados, en muchos casos por unos pocos miembros de la Compañía. También es de notar el convencimiento con que llevaron a cabo su obra social y resaltar el auténtico carácter cristiano de las comunidades creadas; en algunas de las cuales se llegó a vivir en una armonía cercana a la de las primeras comunidades cristianas, y donde los alimentos y los trabajos eran compartidos, de buena voluntad, por todos los miembros de la Reducción.

Pero apenas la gran obra de los Jesuitas en América había comenzado. Idealizaron sociedades humanas, fundaron colegios, construyeron iglesias, conventos, claustros, compusieron música barroca, pintaron en las escuelas quiteñas, cusqueñas, limeñas y arequipeñas de pintura . Su obra está presente en todos los ámbitos de la creación humana.

La Iglesia de la Compañía en Cusco brilla por si sola compitiendo en grandiosidad con la Catedral. La iglesia de la Compañía en Arequipa es una joya que demuestra en piedra el mismo trabajo de filigrana cultural que la Compañía de Jesús tejió en el Virreinato del Perú y en las Reducciones del Paraná.
Iglesia de la Compañía en Cusco

domingo, 7 de octubre de 2007

ESOS ASTURIANOS POR EL MUNDO. UNA NIÑA DE LA GUERRA

Los ojos vivos y vivarachos, en su menuda figura, fueron lo primero que vi cuando, con timidez, atravesó la puerta de mi despacho. Es posible que denotase el mismo temor ante el futuro que, casi setenta años antes, la enfrentase a una azarosa vida que comenzaba en una gris y perdida aldea de las cuencas mineras asturianas, Sama de Langreo, y hoy la mantenía, angustiada en su enfermedad, en una de las ciudades más luminosas del trópico americano, la abigarrada y colorida, por soleada, ciudad de Maracaibo. Sama de Langreo, lo oscuro y gris, Maracaibo, lo luminoso y dorado, la vejez de la vida, la vida de la vejez.

No pude despegar mis ojos de los suyos porque, a través de ellos, traslucía una vida hecha historia, una historia hecha a base de vida, porque eso es lo que vamos dejando a medida que escribimos nuestras historias personales, vamos dejando jirones de vida. Y siempre recuerdo a Emil Ciorán, en uno de sus famosos aforismos, cuando quiero escribir sobre la vida, bien sea propia o ajena:




“Si escribir sobre la vida fuese tan fácil como vivirla”



Su inquieta conversación fue desgranando una por una todas las aventuras y desventuras de su vida, una vida sencilla, y, por horas ensimismado, fui acompañándola en el relato de los capítulos que ella consideraba más relevantes de sus andaduras por la vida.



Elena Martínez Suárez

Pertenezco a esa generación que creció en unas familias cuyo discurso diario fueron los avatares de la guerra incivil española. En mi caso particular más marcado aún por la separación familiar en los dos bandos enfrentados, familia paterna de rancia ideología de derechas y familia materna de visceral y emotiva ideología de izquierdas. Y uno que crecía en el medio de ambos oyendo historias de uno y otro matiz, que me estremecen aún hoy cuando las recuerdo.

Recuerdo las historias de los registros de los milicianos a la Casona de los Vigil-Escalera en Pola de Siero, donde estaban escondidas 34 personas (un cura incluido) y que después de más de diez registros nunca fueron encontradas, pero las oleadas de terror invadían la casa con cada registro y se amplificaban con cada relato. Recuerdo las historias de los bombardeos del crucero “Almirante Cervera” a la Casa de los Busto en Gijón, donde cada bombazo y cada muerto iba grabando odios y rencores infinitos, o la extradición de la Francia de Vichy de un sobrino de mi abuela materna, Ramón Carrio Martínez, maestro de escuela en Cangas de Onís, para ser posteriormente salvajemente fusilado en la tenebrosa cárcel de Oviedo, por el solo hecho de ser un maestro de escuela de ideas socialistas, ¡ un rojo !

Crecimos todos con historias similares, pero, de todas ellas, siempre recuerdo con mucho interés la historia de pérdida y de abandono y desarraigo que representó la historia de los Niños de la Guerra. Precisamente fue Gijón, mi ciudad natal, uno de los puertos de salida de aquellos niños que fueron evacuados de España hacia la Unión Soviética para apartarlos de los horrores de la guerra. Paradójico que, para apartarlos de la primera guerra, la incivil española (1936-1939), pasaron después por la segunda, la Mundial (1939-1945) y la tercera, la Fría (1945-1962). Definitivamente fueron los “Niños de la guerra”.

Esta es la historia sencilla, historia olvidada, de uno de esos 3.000 niños que fueron sacados de los brazos de sus familias para emprender un viaje temporal, mientras durasen los conflictos bélicos, y que terminaron en otros conflictos bélicos y en otras evacuaciones posteriores. Los niños de la guerra siempre fueron niños y la mayor parte de ellos continuó de guerra en guerra, cada uno en su guerra particular, desarraigados, despreciados, y prácticamente ya siempre ajenos a la tierra que los vio nacer.

En aquellos lejanos años el pueblo se llamaba La Oscura (Asturias) y creo que el nombre cuadraba bien hasta por los años 57 o 58 en que yo lo recuerdo por mis muchas visitas, por ser mi abuelo Jefe de Estación del Ferrocarril de Langreo, del cual, La Oscura, era un apeadero. No sé si ya por esos años cambió su nombre a El Entrego. Muy cerca de allí, en aquel marco de grises y negros que era toda la cuenca minera, sobrevive el pueblo de Sama de Langreo. Sama era parte del complejo de pueblos y villorrios que crecieron al amparo de los pozos de extracción carbonífera de las cuencas mineras de Asturias. La cuenca del río Nalón es casi la cuenca carbonífera por excelencia de Asturias y, junto con la del Caudal y las minas abiertas de Changas del Narcea y el yacimiento de la Camocha en Gijón, forman el sistema carbonífero asturiano. La cuenca del Nalón es Langreo y Langreo es la mina y es el carbón en Asturias. Minas de vida terrible, minas de vida azarosa, como azarosa y dura es la vida del mar también, oficios ambos, mineros y marineros a quienes unen los temores a la bravura de la naturaleza. Esos miedos están expresados en una melancólica canción de mar y mina:




Dicen que va baxu'l mar
la mina de La Camocha.
La mina de La Camocha
dicen que va baxu'l mar
y que, a veces, los mineros
sienten les oles bramar.
Por esu nel tayu
se oyi esti cantar:
Probe del marineru
en su barcu veleru
frente a la tempestad.
Probe del marineru,
que muere siempre solu
en la inmensidad.
La mina de La Camocha
dicen que va baxu el mar
y que, a veces, los marineros
sienten el grisú explotar.
Por esu en la proa
se oyi esti cantar:
Probe de aquel mineru,
que trabaye en sin mieu
a la quiebra y el gas.
Probe de aquel mineru,
que muere siempre solu
en la oscuridad.



Sama de Langreo nutría de hombres, que no temían ni a la quiebra ni al gas, ni a los derrumbes ni al silencioso asesino gas grisú, uno de los pozos más profundos de la minería asturiana, el Pozo del Fondón, que presumía de ser el primero en vertical, perforado con sudor y vidas por tantos olvidados mineros asturianos. Otros nombres, otros pozos y otros hombres para la mina los aportaban Ciaño (con el Pozo San Luis y el María Luisa), Lada, Barros, La Felguera o Ciaño, pero el común de todos era el aporte de vidas para la mina. El tributo por arrancar las entrañas negras de la mina era la vida y la muerte de los mineros que mueren siempre solos en la oscuridad.

José Martínez Fanjul, un avezado posteador, oriundo de Tiñana, conocía bien las entrañas del Fondón, dos veces tapiado por derrumbes de la mina, de su habilidad dependía su vida y la de todos sus compañeros. Sobrevivió con esa fuerza de los que luchan todos los días con la naturaleza y se casó con una vecina de Lada, a la orilla del Nalón, Obdulia Suárez Valdés. De este matrimonio tuvieron tres hijos, una de ellos, Elena, es nuestra “Niña de la guerra”, ella es la menuda figura que, con ojos vivarachos, me mira con ojos inquietos por su futuro.




Castillete en la bocamina del pozo El Fondón, Sama de Langreo


Poco a poco va desgranando sus recuerdos más lejanos de aquella oscura y gris población que, en el año 1924, vio nacer a Elena. No era extraño que, en los turbulentos años que median entre esta fecha y las aciagas de Octubre de 1934, un minero del Fondón formase parte del SOMA (Sindicato de Obreros Mineros de Asturias). Al final de la primera década del siglo XX, se funda el SOMA y los anarquistas crean la CNT. Las ideas libertarias y revolucionarias habían calado en los mineros de las cuencas. Sus huelgas son de gran trascendencia y con largos periodos, y así lo fueron las de 1903, 1912, 1927 y la de 1932-33 de inspiración anarquista que se prolonga por diez meses. En la revolución del 34 Langreo jugó un papel muy importante ya que sus columnas obreras avanzaron y atacaron Oviedo. También en Langreo se instaló el Tercer Comité Revolucionario. Tierra de hombres revolucionarios y libertarios.

Esta revolución de Asturias, o de Octubre de 1934, se desarrolló entre el 5 el 19 de Octubre y puede considerarse equivalente a la comuna de Paris. En 1934 la República estaba aburguesada y era gobernada por una coalición de las derechas que estaba frustrando las expectativas de cambio social que se habían augurado con la caída de la monarquía. Los obreros asturianos forman los Comités de Alianza Obrera, donde se integran todas las organizaciones obreras. El 5 de octubre se desata la huelga general en todo el país, que fracasa ante las divisiones de las organizaciones políticas. Tan sólo en Asturias la Alianza aglutina a todas las organizaciones. El día 5 el periódico socialista revolucionario, financiado por el Sindicato Minero, sale con una sola consigna: "Cojones y Dinamita". Todos los puestos y cuartelillos, 98, de la Guardia Civil en las cuencas mineras son tomados en pocas horas. Mientras los obreros se dirigen a tomar Oviedo, en las cuencas comienzan diversos experimentos revolucionarios (comunismo libertario en las zonas de predominio anarcosindicalista, comunismo de guerra en las zonas socialistas y comunistas). Se forma un auténtico ejército rojo que vence a las tropas gubernamentales en los primeros enfrentamientos, pero que después la represión gubernamental sometería de modo salvaje: muertos indiscriminadamente, miles de presos y torturados, desaparecidos. Allí brilló “El Comandantín”. El gobierno envía a Asturias fuerzas de choque (moros y legionarios), a las órdenes de Franco, “El Comandantín”. Las fuerzas de la república consiguen avanzar con la poco cristiana manera de colocar a los prisioneros a la cabeza de las columnas. Sin embargo los mineros plantan una encarnizada resistencia: la falta de armas es suplida por los cartuchos de dinamita y el sentimiento revolucionario. El Tercer Comité Revolucionario, ante lo desesperado de la situación, negocia con el ejército, ofreciendo la rendición a cambio de que moros y legionarios no entren en las cuencas, pues ya eran conocidas las matanzas de civiles inocentes en los barrios de Oviedo. El pacto fue aceptado, pero no cumplido.





Afiche publicado en 1936 para recordar
los sucesos de Octubre 1934 en Asturias




Se considera a esta revolución asturiana como el comienzo de la guerra civil. La ruptura de la legalidad, aun fracasando en sus objetivos de tomar el poder en toda la nación, sirvió como punto de inflexión para que las divergencias y el sectarismo ideológico imperante, hasta entonces importante pero soportable, se volvieran irreconciliables y llevasen a la continuación de la política por otros medios, es decir, a la reanudación de la guerra incivil el 17 de julio de 1936. Aún se discuten, de lado y lado de las ideologías, las verdaderas causas de esta revolución asturiana y sus consecuencias en la guerra incivil.

Como quiera que sea, Elena lo único que entiende de lo que ocurre son los primeros disparos contra el Cuartel de la Guardia Civil en Sama de Langreo, donde los comienzos de la revolución fueron especialmente virulentos. A las órdenes del legendario Belarmino Tomás Álvarez (futuro Presidente del Consejo de Asturias y León) los revolucionarios atacan el cuartel de la Guardia Civil donde mueren 80 guardias entre Civiles y de Asalto, todo ellos al mando del teniente José Alonso Nart (después condecorado con la laureada de San Fernando). Hombres que salen de las entrañas de la tierra gritando libertad y revolución y disparos que buscan terminar con el sistema legal republicano son ruidos ajenos a la mente de una niña de 10 años. Solo quedan del recuerdo los gritos y los disparos, hoy ya solo son gritos sordos y disparos sin objetivo cierto, pero son los primeros recuerdos de una niñez que ya barruntan azarosos.

El padre de Elena es hecho preso, dice su mejor recuerdo que por leer Mundo Obrero, tal vez no supiese de sus verdaderas andanzas y fuese uno de los muchos milicianos que disparaban desde los tejados de las casas hacia la casa cuartel de la Guardia Civil o, simplemente, era un emotivo lector de Mundo Obrero y que imbuido por las ideas revolucionarias se apunta al Batallón 247, “Sangre de Octubre”, cuyo comandante, Damián Fernández, natural de Sama de Langreo, escapó al acabar la guerra a la Unión Soviética y allí se alistó en el Ejército Rojo. Su esposa, en Asturias, fue fusilada por el solo hecho de serlo.

El padre de Elena, alistado en este Batallón, es destinado a Caldas, en las cercanías de Oviedo, burguesa población con balneario de aguas termales. Ya había sucedido el 17 de Julio de 1936, en Gijón había fracasado el alzamiento insurreccional y permanecía la población fiel a la República, excepto el Cuartel del Simancas, que, tras un asedio de 32 días, cae el 21 de Agosto de 1936. Oviedo permanece con los alzados y al mando del General Monárquico Antonio Aranda Mata, aguantan un cerco que casi destruye la ciudad. En Caldas hay un contingente, uno de los varios que acosan la ciudad y allí esta destacado el padre de Elena. El asedio de Oviedo duró quince largos y desgarradores meses de bombardeos.

La guerra va avanzando y los “nacionales” están cercando Asturias, estamos en los finales meses del agónico año 1937, y ya ha sucedido el bombardeo de Guernica, (26 de abril de 1937,) mientras tanto, en Sama de Langreo, permanece Elena con sus dos hermanos y su madre, atentos a las noticias de Gijón y de Oviedo. Pero su padre, preocupado por la manutención y seguridad de sus hijos, ordena que se lleven a sus tres hijos a un centro de acogida en Gijón. Allí, en ese centro de acogida, Elena protagoniza una de sus primeras aventuras. Castigada por alguna inocente travesura de niña, no admite el castigo y se fuga, con sus infantiles trece años, retornando a Sama de Langreo como polizón en el tren de Langreo. Vaticinio de lo que serían sus posteriores viajes. Su padre la devolvió a Gijón, pero ya a cargo de unos camaradas que la acogieron hasta la salida hacia próximo destino, destino que marcaría su vida hasta el presente. Un carguero francés, tripulado por asiáticos, llevaría a Elena a ser una “Niña de la guerra”, uno de los niños de Rusia.

Estas expediciones oficiales contaron con el apoyo de distintas organizaciones políticas, sindicales y humanitarias y se concibieron con un carácter provisional. La mayoría de los países facilitaron la repatriación de los menores excepto la Unión Soviética y México con los que el régimen de Franco no mantenía relaciones diplomáticas. Durante la guerra fueron evacuados unos 30.000 niños. Se calcula que en junio de 1938 había en Francia unos 11.000 menores.


Niños de la Guerra en un centro de acogida


23 de Setiembre de 1937, Gijón aún tardaría en caer un mes más, por su puerto de El Musel, salió este carguero con rumbo hacia la Unión Soviética, con una escala en el francés puerto de Saint Nazaire. La primera de estas expediciones partió de Laredo (Cantabria) con 72 niños, el 21 de Marzo de 1937, la segunda partió de Santurce (Vizcaya), el 13 de Junio, con 1.495 niños. La tercera expedición que se organizaba de este tipo es la que salía de Gijón aquella mañana gris del 24 de Setiembre de 1937. 1.100 niños acompañaban a Elena en un viajé azaroso, perseguidos y acosados por el temible barco acorazado, el crucero “Almirante Cervera”, que impedía, incluso, que los niños pudiesen corretear por la cubierta del barco, confinados y hacinados como estaban en la bodega del carguero.

Elena, sorprendida, encuentra en el mismo barco a sus dos hermanos que la acompañarán en un largo viaje que la bruma del olvido no atina a cuantificar los días de miedo y angustia tras los cuales fueron desembarcados en Leningrado. Los franceses no los habían dejado bajar a tierra en Saint Nazaire, así que la primera tierra pisada era la de la “tierra prometida” de Rusia. Y así, a los inusuales acordes del pasodoble “Valencia”, fueron recibidos por un exultante y amistoso pueblo ruso que los acogió en “Casas infantiles para niños españoles”; un total de 16 casas acogieron a los casi 3000 niños. Algunas de estas casas fueron habilitadas de imponentes mansiones de la desaparecida clase nobiliaria de la antigua Rusia. En estas casas de acogida tuvieron unas condiciones de vida inimaginables en la España que habían dejado atrás. Comida en abundancia, higiene, asistencia médica, instrucción en música y deportes. Muchos de sus profesores fueron los mismos españoles que los acompañaron en el exilio.


Pero cuatro años después, en 1941, el ejército alemán invade Rusia y todos estos “Niños de la guerra” se ven sometidos a los avatares de una nueva confrontación bélica. En solo tres meses los alemanes estaban a las puertas de Moscú y de Leningrado, ciudades donde residían la mayor parte de los “Niños de la guerra”. Un nuevo éxodo emprenderían rumbo a las más seguras tierras de los Montes Urales, Siberia y el Asia Central, pero en medio de uno de los más crudos inviernos que se recuerden, aquel famoso vencedor de grandes ejércitos y mejores generales, “Padrecito Invierno”, con sus temperaturas extremas de -40 grados.

Elena recuerda estos primeros años como los más felices de su infancia, a pesar de que padeció, durante un tiempo, el asedio alemán a Lenningrado hasta que fue evacuada a la ciudad de Ufa, en la República Soviética de Bashkiria, cerca de los montes Urales, uno de los pueblos componentes de lo que conocemos como “Pueblos Tártaros”.

La niña, que ya no era, había comenzado desde el primer día de su llegada una intensa educación que combinaba la preparación técnica con la humanística, haciendo hincapié en la enseñanza de idiomas, ruso, francés y castellano para no olvidar su lengua materna.


Elena Martínez Suárez (x) en un encuentro político
con Dolores Ibárruri, “La Pasionaria”

La educación en Ufa se combinaba con el trabajo en un centro de oficios donde realizaban partes y piezas para el frente de guerra, pero sin descuidar sus estudios. Cuando en 1945 es evacuada a las cercanías de Moscú, a la localidad de Ismaiskaya, Elena trabaja en una fábrica textil. Por esos mismos tiempos es reeducada en una escuela política en torno a temas históricos y temas políticos.

Existen actualmente suficientes testimonios históricos para saber que los rusos consideraban a este colectivo de españoles “Niños de la guerra” como: “… un grupo cerrado e indisciplinado”. Los dirigentes españoles que acompañaron a estas comunidades procuraron ante las autoridades rusas becas, ropas, alimentos y medicamentos para estos niños, pero también es verdad que se oponían a cualquier retorno de alguno de ellos a la ya España franquista por si podían ser utilizados como propaganda del retorno a las bondades del régimen de Franco.


Elena Martínez Suárez, en un desfile del 1 de Mayo en Moscú

Elena se casa en 1949, en Moscú, con otro niño de la guerra, Horacio González González, de los que habían sido embarcados en Santurce en Junio de 1937. Su único hijo nace en Moscú y a partir de ahí comenzará un nuevo exilio de este matrimonio cuando, en 1957, deciden regresar a España acogiéndose a las facilidades que habían comenzado a darse desde 1948 para el retorno a España de niños exilados, de antiguos prisioneros o simplemente exilados políticos.

El regreso es casi como una anábasis, combinando trenes con barcos, al fin consiguen embarcarse en Odessa en un barco que, tras tediosa singladura, atraca en Castellón de la Plana. De ahí a Asturias, la Asturias profunda y deprimida de los años 50, al pueblo minero y de mineros de Ciaño donde una oscura y húmeda buhardilla, de las que ya ni imaginar podemos, alberga de acogida a una historia de vida que aún escribe capítulos de amarguras. El franquismo los consideró poco menos que delincuentes políticos y fueron sometidos en innumerables ocasiones a interrogatorios. En esos tiempos de retorno, no muy publicitado, se les conocía como los “Niños de Rusia”, y supuso un trauma la adaptación a la nueva tierra y a las nuevas condiciones de vida.

Los estertores de la guerra en Asturias, allá por 1937, habían visto caer preso al padre de Elena, en el pueblo de Sama, donde ella había nacido. Es juzgado y desterrado a tierras de Villablino, tierras mineras leonesas, donde la silicosis lo corroe y vuelve sílice sus bronquios. El largo destierro termina en 1956 y, junto con la silicosis, acaba también con su vida sin que Elena nunca pudiese volver a verlo cuando regresa a las cuencas mineras en 1957.

La Asturias de estos años, años de una larga y penosa posguerra, eran duros para todos, pero lo eran aún más para unas personas “políticamente sospechosas” por haber sido evacuadas de Rusia. No hay mucho trabajo en las cuencas mineras en los años 50 si no es en las minas, y menos aún para ellos. Sus títulos son difícilmente homologables en España y su especialidad en el idioma ruso no servía de nada.

Por estos mismos años se estaban produciendo las migraciones más importantes hacia Venezuela. Aprovechando la circunstancia de que el esposo de Elena tenía ya dos hermanos en Maracaibo, nuevamente esta familia del éxodo se monta en trenes y aborda barcos que los llevan a un nuevo destino con horizontes de esperanza y vida. Esta vez es la esperanzadora tierra de dineros de las Américas, otras tierras americanas, Venezuela, pero la misma América que venía acogiendo españoles desde mediados del siglo XIX.

Maracaibo recibe con facilidades de trabajo a la familia de Elena y Horacio. Elena como profesora de idiomas, de matemáticas y de ciencias en el afamado centro de enseñanza maracaibero, el Instituto Cervantes del eminente profesor Don José Barrull. Horacio, que era un cualificado técnico electrónico formado en Rusia, donde había trabajado para Radio Moscú, consigue trabajo en la General Electric.

Y ahí la vida transcurrió desde la Dictadura de Pérez Jiménez hasta los largos años de la democracia donde, por fin, la vida se volvió sosiego. Pero los azarosos años de la infancia y la juventud, años duros y angustiosos vuelven a presentarse en el ocaso de su vida. Elena ha cambiado sus infantiles años de la “Niña de la guerra” por sus achacosos años de “Abuela de la emigración”. Y a las penurias de aquellos primeros años debe acumular ahora las penurias de sus últimos años. Otros tiempos, otras situaciones, otros problemas, pero problemas de vida de nuevo, problemas de subsistencia, pero sin la esperanza de un futuro que jale por un jirón de vida.

Como otros españoles de la emigración la vejez la sorprendió con la constatación de que, mientras se es joven y se trabaja, se vive, pero que cuando se es viejo, los sistemas sociales venezolanos no han previsto una atención debida y adecuada de los mayores y los sistemas sociales españoles nunca habían tomado en cuenta a los españoles de la emigración. La sensibilidad y la justicia social de gobiernos socialistas españoles extendió el beneficio de las pensiones asistenciales, o no contributivas, a personas como Elena, con lo cual se remedió paliativamente la subsistencia de los mayores más necesitados. Una nueva legislación socialista va a mejorar las pensiones de los “Niños de la Guerra”, en atención a las situaciones generales de todos ellos, pero en especial de los que aún no han retornado o están en otras emigraciones, como Elena.

Pero con Elena, lo mismo que con tantos y tan desconocidos españoles de la emigración, tenemos pendiente de solución el problema que hoy aterra a la “Niña de la guerra”, a la “Abuela de la emigración”, su salud, su atención sanitaria. Y más que la falta de la medicina apropiada, o el tratamiento debido, es la sensación de abandono, la fragilidad, el temor de no poder atender sus necesidades básicas de salud. Tenemos una deuda social con los “Niños de la guerra” y tenemos una deuda social, más perentoria aún con la vida, de los “Abuelos de la emigración”.

Detrás de los ojillos vivos y vivarachos de Elena, cuando cruzó la puerta de mi despacho, estaba toda la preocupación de la persona atemorizada por la sensación de abandono, de pérdida, la misma mirada preocupada y preocupante de sus ojillos por encima de la borda de un carguero francés viendo alejarse las agrestes y batidas rocas del Cabo Peñas, del puerto del Musel de Gijón, una mañana fría y gris de una Asturias que, en Setiembre de 1937, prometía, para todos, tiempos de amarguras infinitas, tiempos que, aparentemente, aún no cesan.

ESOS ASTURIANOS POR EL MUNDO. FERNANDO SIMAL BUSTO




Foto de Bonaire y Klein Bonaire
Cortesía de la NASA

Que siempre fuimos “culos de mal asiento” lo saben todos los de la emigración, pero serlo por aventureros es algo que debe relatarse en los anales de la asturianía. Aún está por escribirse la saga de nuestros aventureros.

La primera vez que mis oídos oyeron la evocadora palabra Bonaire, provenía de un locutor de la fría Holanda, que transmitía desde Radio Nederland, en la ciudad holandesa de Hilversum ( centro de comunicaciones de Holanda a 25 km. al sureste de Ámsterdam) y nos ilustraba diciendo que la emisión llegaba a América a través de sus antenas en la isla de Bonaire. Para una cabeza febril como la mía, a los catorce años, el solo nombre de una desconocida isla del Caribe era suficiente para desatar todas las fantasías que solo un lector voraz de Emilio Salgari y Julio Verne es capaz de comprender.

¡ Quién me iba a decir a mi, a esa edad, que con el paso de los años un día estaría contemplando las antenas de la isla de Bonaire desde las que retransmitía para América, Radio Nederland ! Mi presencia en Bonaire, esa desconocidísima isla, compañera en la trilogía de las Antillas Holandesas junto con Curaçao y Aruba, se debía a una invitación de uno de esos asturianos aventureros que conseguimos en los sitios más insospechados, Fernando Simal Busto, mi primo segundo, de los Simal de El Berrón y Noreña (los de Colegial) y de los Busto-Roces Nachón de La Carrera, en Siero, a la sazón Instructor de Buceo y Dive Master en una de las operaciones más famosas de buceo de la isla (Captain Don-Habitat), y en el día de hoy General Manager del Washington Park Slagbaai de Bonaire y encargado del Parque Marino de Bonaire. ¿Habrá mejor sitio para el desarrollo profesional de un Biólogo marino? .

Bonaire es una de las islas que, junto con Curaçao, Saba, San Eustatius y San Marteen, forman el Dutch Caribbean, las Antillas Holandesas. Esta isla se encuentra a unos 8o Km. al norte de la costa de Venezuela, y 48 km. al este de Curaçao, tiene 39 km. de largo y una superficie de unos 290 km. cuadrados. Antes de la independencia también formaba parte de estas antillas la isla de Aruba. Los primeros europeos vinieron a Bonaire en 1499, cuando Alonso de Ojeda y Américo Vespucci llegaron y la demandaron para España. El poco valor comercial y la imposibilidad de desarrollar la agricultura, por su aridez extrema, hizo que los españoles decidieran no desarrollar la isla. Parece ser que la palabra Bonaire viene del Caquetío, Bonay, que significa país bajo.


En 1636 los Holandes ocupan esta isla junto con Aruba y compran a Portugal la isla de Curaçao, donde instalaron un exitoso mercado de esclavos que abastecía toda la región. Estos esclavos fueron introducidos en la isla con el desarrollo de plantaciones de Sábila (Alóe) y con la explotación de salinas solares por parte de la compañía Dutch West Indies Company. En dos lugares de la isla, Red Slaves y White Slaves, aún pueden verse las casitas donde pasaban la noche los esclavos que trabajaban en la cercana salina. Hasta 1816 cambió varias veces de mano (incluidas las de piratas ingleses y franceses) hasta que el Tratado de París la dejó definitivamente como colonia holandesa. La abolición de la esclavitud, en 1863, hizo que las explotaciones insulares decayesen hasta que en los tiempos modernos se retomó la explotación de las salinas, no así las de Sábila, de las cuales nos queda como recuerdo la bellísima Hacienda de Karpata.

Red Slaves, casitas de esclavos

Las Antillas Holandesas, incluyendo Bonaire, se convirtieron en región autónoma de Holanda en 1954, en el momento en que este país les garantizó económicamente el desarrollo. Bonaire pasó a ser, en Enero de 1986, un territorio del Reino de Holanda, que ahora se compone de la Holanda continental y las Antillas Holandesas (Bonaire, Curaçao, Saba, San Eustatius y San Marteen) y Aruba.

Durante la segunda guerra mundial, como país beligerante, fue destinada a ser campo de concentración de los alemanes capturados en el naufragio del Antilla Reck, famoso pecio que aún sobresale de las aguas arubanas en la zona de Malmok. Sobre lo que era el campo de concentración, y aprovechando algunas de sus instalaciones, se construyó, al acabar la guerra, uno de los hoteles más importantes de Kralendjik, el Divi Flamingo. Kralendjik, la capital de Bonaire (Boneiru en papiamento, el idioma local mezcla de holandés, castellano, portugués e inglés), es un minúsculo centro urbano cuya pequeña calle principal lleva el curioso nombre de Kaya Grandi.

Serían los tiempos modernos, allá por los años 1950, cuando un holandés, Jan Karen Post, y un norteamericano, el Capitán Don Steward, comienzan a poner de relieve el mejor tesoro oculto de la isla de Bonaire: el mundo submarino. El arrecife de coral de la isla de Bonaire, una de las formaciones coralinas más bellas que ha formado la naturaleza. Estos pioneros dan a conocer al mundo las primeras fotografías e incluso filmaciones del mundo submarino de Bonaire y comienza a tener la isla su reputación entre biólogos marinos y entre los aficionados a la actividad subacuática, el submarinismo, el buceo deportivo, actividad en alza desde el desarrollo del buceo autónomo de pioneros como el austriaco Hans Hass y el francés Jacques Cousteau, que no solo desarrollaron sistemas autónomos de buceo sino que difundieron de modo didáctico las maravillas de un mundo tan silencioso como desconocido.

El buceo ha sido el gran motor del desarrollo turístico de Bonaire en los últimos treinta años, coincidiendo con el desarrollo que a nivel mundial han tenido las compañías dedicadas al buceo deportivo como PADI o NAUI, que encontraron en Bonaire un paraíso para el buceo aficionado.

La isla, que tiene una población de unas 12.000 personas, recibe unos 20.000 buzos al año, y esa es su principal fuente de turismo. El arrecife de Bonaire es un arrecife vertical que está a escasos veinte metros de la orilla del mar, no a grandes distancias de la costa como ocurre en prácticamente todas las islas del Caribe, la gran Barrera de Australia o la Barrera de Centro América, lo cual hace que los buceos sean cómodos y económicos al no tener que usar barcos para llegar al arrecife. El mar, por la costa oeste, protegido de los Alisios, está siempre en calma y tiene visibilidad hasta unos 200 pies de profundidad (más de 60 metros) y una temperatura del agua de unos 30 grados centígrados. De la orilla sale una plataforma de unos 20 a 50 metros de larga que baja suavemente hasta alcanzar los 10 metros, ahí comienza una caída vertical que en la zona de Karpata alcanza más de 120 metros. Estas son las espectaculares paredes (Wall) del arrecife de Bonaire. Pero en esa plataforma, alrededor de los 10 metros, el mundo submarino se nos presenta, en todo su esplendor, con todos los colores, bueno, casi todos, porque a esa profundidad el rojo ya se ha perdido, pero pienso que su pérdida magnifica, aún mas, los amarillos verdes y azules. Es el mundo del coral suave (Soft Coral), de los melancólicos corales abanico (Common Sea Fan), las exuberantes gorgonias (Sea Plumes), los curiosos corales cerebro (Brain Coral), y los asta de ciervo (Staghorn Coral) y de venado (Elkhorn Coral) o los abrasadores corales fuego (Fire Coral) y todo el mundo de las esponjas que en Bonaire llegan a tamaños tales como para ser llamadas esponjas barril (Barrel Sponge). Por allí campean a sus anchas toda una diversa, variopinta y multicolor fauna de peces. Los 10 metros del arrecife son un mundo de colores y de impresiones visuales.

Para proteger este espacio natural se creó en 1979 el Parque Marino, STINAPA (Netherlands Antilles Nacional Parks Foundation), el cual cubre una superficie de 1700 hectáreas de mar y llega a una distancia de 57 metros de la orilla. En todo ese espacio protegido no pueden echar anclas las embarcaciones con el fin de no dañar el arrecife. Los buzos están bien entrenados para que en sus buceos por el arrecife solo dejen en él “burbujas de aire” o se lleven de él solo “buenos recuerdos”. El Parque Marino también protege la pequeña isla deshabitada situada frente a la costa de Kralendjik, Klein Bonaire (Pequeño Bonaire), donde se encuentran las paredes de arrecife más impresionantes de Bonaire.

Dentro de este Parque Marino también hay unas áreas protegidas donde los buzos no pueden hacer inmersiones. Estas zonas protegidas están destinadas a estudiar el desarrollo del coral sin la influencia del buceo deportivo en el entorno. Pero en las zonas de buceo, de Norte a Sur, encontrarán todos los sitios de buceo marcadas por unos hitos (pintados de llamativo color amarillo) con nombres que a los buzos nos son ya tan familiares como los buenos recuerdos que nos han producido los lugares de buceo. De Norte a Sur encontraremos Karpata, Ol Blu, Webers Joy, Jeff Davis Memorial, Andrea I y II, La Machaca, Calabas Reef, Windsock, Punt Vierkant, Hilma Hooker (el más famoso pecio de Bonaire), Alice in Wonderland, Salt Pier, Toris Reef, Pink Beach, Red Slave y Cai, por solo señalar los más conocidos entre los 60 puntos catalogados y nombrados de la isla y los 24 de Klein Bonaire. Pero entre todos esos puntos uno puede bucear en cualquier parte y encontrará las mismas maravillas de los sitios nominados.

¿Cómo no iba a enamorarse Fernando Simal de un sitio así?. El inquieto y aventurero espíritu de Fernando lo lleva consigo desde que nació en Carbayín (Asturias) el 28 de noviembre de 1963. Estudió en los Jesuitas de Gijón y después sus estudios de grado los realizó en la Northeast Louisiana University, Estados Unidos de América, donde en 1987 alcanza la Licenciatura en Biología. Posteriormente, en la Universidad de Cádiz, en Julio de 2003, realiza un Master Universitario en Gestión y Conservación de la Naturaleza.


En el entreacto de los estudios hace el servicio militar en España como voluntario y allí, como no podía ser menos, lo hace como paracaidista. Entre los años 1988 y 1990 es Coordinador de Campamento en el campamento Caliypso, en el Territorio Federal Amazonas de Venezuela. En Junio de 1990 aparece, junto con Mabel, su esposa, en Bonaire, allí queda enamorado de la isla y se hace buzo profesional en la modalidad deportiva, haciendo todos los cursos profesionales hasta llegar a ser Instructor de Buceo, entrenando y titulando buzos deportivos por las asociaciones PADI, SSI y NAUI (PADI-Professional Association of Diving Instructors, SSI-Scuba Schools International - NAUI-National Association of Diving Instructors). En esos años tuve el privilegio de hacer el curso de buceo NAUI con él y a él le debo que sea hoy, el buceo, la primera de mis aficiones deportivas. Me inculcó tan profundamente la afición como para hacerme seguir los cursos del buceo profesional hasta alcanzar la categoría actual de Dive Master. Este contacto de Fernando con Bonaire se interrumpe entre los años 1993 al 2000, debido a que se radica en Maracaibo donde se dedicará a la rehabilitación de fachadas de edificios con equipos de escalada y sin andamiajes, usando la técnica del rappel. Posteriormente se radica en la venezolana isla de Margarita donde trabajará como Jefe del Departamento de Submarinismo en la Fundación La Salle de Ciencias Naturales. En esta cargo permanecerá hasta que en el año 2000 el Gobierno de la Isla de Bonaire lo llama para encargarlo de la Dirección General del Parque Nacional Washington Slagbaai, el único parque terrestre de la Isla. Allí, en aquel maravilloso mundo plagado de xerófitas, iguanas, pájaros, lagartos y unas bellísimas lagunas donde anidan los flamencos, Fernando es feliz.

Fernando está en el entorno en el que él quería vivir, en contacto continuo con una naturaleza que, en Bonaire, es poco menos que virgen. En Febrero de 2003, compartiendo con su puesto en el Parque Sglabai, es nombrado Director Interino de Parque Nacional Marino de Bonaire. Nuevamente está Fernando en contacto con el mundo submarino.


Fernando Simal Busto,
Director General del Parque Nacional
Washington Slagbaai en Bonaire

Hace unos días volví a bucear con él. Nos acompañaba todos los días un antiguo Dive Master a quien conocí en los inicios del buceo, Moogy, que además de buzo era músico y hoy ya es solamente músico, pero compartió con nosotros varios días de buceo en el norte de la isla. También nos acompañaba, Renzo, un buen amigo peruano, de Arequipa, que vino a deslumbrarse en el arrecife de coral de Bonaire y al cambiar su solemne volcán Misti arequipeño por los azules del Caribe, aún vive impactado por lo que vio en sus buceos por la isla. Estábamos buscando un nuevo punto de buceo para ser dedicado al holandés Jan Karen Post con motivo del 25 aniversario (hace pocos días) de la constitución oficial del Parque Marino. Después de varios buceos, entre Nukove y Bopec, decidimos que el nuevo punto de buceo, y así será marcado en las cartas geográficas del buceo de la isla, se llamaría “Karen Towers”, por su apellido y por las formaciones coralinas en forma de torres (Pillar Choral) que encontramos en el sitio. Al acabar de ubicar el punto de buceo, y casi como regalo de excepción, se nos ofreció a la vista, en el marco de este punto, esplendoroso en su tamaño, el primer tiburón que en más de 12 años de buceos en la isla he llegado a ver, un majestuoso, y por otro lado sumamente pacífico, Nurse Shark de más de tres metros de largo.

Al regreso de esta expedición, al caer la tarde, que en Bonaire es espectacular, pasamos por Karpata y costeando pasamos por 1000 Steps; por encima de la costa se alzaban, imponentes, las mismas antenas de Radio Nederland en su emisor para América desde la Isla de Bonaire, y mis recuerdos retrocedieron a la primera vez que oí ese nombre evocador. Desde entonces a este momento han pasado cincuenta años. Toda una vida.

Compartir con Fernando estas cosas nos hace partícipes de su estilo de vida. Esos asturianos por el mundo los encontramos por todas partes, pero pocos habrá que su “culo de mal asiento” los haga ser más felices que a Fernando Simal Busto, nuestro asturiano de hoy, en su mundo feliz.