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jueves, 15 de noviembre de 2007

UTERE FELIX DOMUM TUAM

utere felix (d) mum/tu am
(que uses felizmente tu casa)

El otoño asturiano me recibe de nuevo, esta vez huyendo de la crispación y de los ya, lamentablemente, habituales brotes de xenofobia que en Venezuela todos estamos padeciendo en los últimos años. Curiosamente es una pintada con un carboncillo, que alguien dejó en un ladrillo, no se sabe si para un futuro mosaico decorativo, o tal fuese un deseo solicitado a lares, manes y penates de la casa, el caso es que es premonitorio que, descorazonado como llego del país que fue nuestra casa por varias décadas, y que después de tantos años de feliz convivencia hoy es una sociedad crispada y enardecida por odios políticamente utilitarios, sea una frase tan auspiciadora la que primero cautive mi atención. Por eso, encontrar la pintada en el ladrillo, que una mano desconocida, desde el siglo IV de nuestra era nos envía un mensaje de paz y de sosiego en el uso de nuestra casa, la casa común, la domus, el lar, y por extensión nuestro mundo, el mundo de todo el género humano, es auspicioso.

Utere felix domum tuam


Esta curiosa inscripción romana sobre un ladrillo, realizada con carboncillo, que data de la segunda mitad del siglo IV y que se ha conservado intacta, es una rareza que se haya conservado así por más de 1700 años. El carboncillo no impregna el ladrillo y su rastro es siempre superficial. Yo sí creo que se trata de un deseo más que de un vaticinio.

La pieza está dividida en dos fragmentos. En uno de ellos presenta una inscripción en latín: “utere felix (d) mum/tu am”, que traducida al castellano significa “Que uses felizmente tu casa”. En la otra parte se aprecia un dibujo de trazados esquemáticos que representa un cortinaje relacionable con algún tipo de arquitectura o algún modelo utilizado para realizar una pintura o un mosaico.

Vista aérea de la Villa Romana de Veranes

El ladrillo fue encontrado en una de las dos columnas de la boca interna del “hypocaustum” (sistema de calefacción utilizado en las termas romanas) en la habitación del señor de la villa, probablemente de nombre Veranius, y que después de siglos daría toponímico a la gijonesa Venta de Veranes, a unos ocho kilómetros de la antigua Oppidum Noega, un castro habitado por la tribu de los “cilúrnigos”, caldereros, en céltico, llamados así debido a su destreza en la metalurgia, nombre que debió derivar de Xaxum a Gigia, Gegione o Gijón.

La romanización del norte peninsular había comenzado 500 años antes, en tiempos de la segunda guerra Púnica, cuando Escipión el Africano conquista Cádiz y Cartago Nova aniquilando la presencia cartaginesa en la península. La tercera guerra Púnica no haría sino confirmar la supremacía romana en todo el “Mare Nostrum” y sus tierras aledañas. Roma entra a Hispania tras los cartagineses y tras doscientos años de duras batallas (no muchas) y de reparto de tierras y pactos liberatorios de algunos pueblos sojuzgados, se fue extendiendo la influencia de modos, costumbres, idioma y leyes, lo que venía a ser la “Pax Romana”. A partir de la caída de Numancia en el 133 a.C. y hasta el 44 a.C. (no con el suicidio colectivo de leyenda sino con la capitulación de los últimos) las únicas luchas que presencia la península son las civiles: las pompeyanas y las sertorianas, en un anuncio premonitorio de lo que serían las de siglos posteriores.

La romanización de Hispania abarca, al menos, esos quinientos años mencionados, entre la segunda guerra Púnica y los años de esta villa del gran señor Veranius del siglo IV d.C. En ese lapso se produjo no solo la conquista militar de la península sino la emigración de colonos llegados de Italia, de todas las provincias del Imperio y aún de las provincias orientales de Siria o de Judea ante las posibilidades económicas que ofrecía Hispania. Después de los primeros asentamientos romanos, como las sedes de las legiones que operaban en Hispania, se potenciaron las ciudades ya existentes a su llegada, como Cádiz, o Ampurias y se formaron nuevas como Zaragoza, León, Mérida, siguiendo los cánones constructivos de Roma, ciudades como lugares de residencia de las clases acomodadas en los cuales se podía ejercer la actividad ciudadana en foros, teatros, centros cívicos, etc. y donde se conseguían todos los adelantos de la época en urbanismo como los sistemas de alcantarillado o aducción de aguas a las ciudades. Dentro de las ciudades, los tipos de vivienda se dividían en: “casa” (vivienda típica romana humilde), “domus” (casa señorial), “insula” (casa urbana popular) y “villae” (vivienda rural con explotación agrícola). También existieron las “casae” o viviendas de esclavos y clases bajas que, por sus precarios sistemas de construcción, hoy han desaparecido.

En estas ciudades nuevas se replicaba a la ciudad de Roma y en las que eran de fundación anterior y que habían sido sometidas y pactadas se convertían, además, en tributarias obligadas a pagar “estipendios”. En las nuevas ciudades, a veces, se formaban colonias extramuros de soldados licenciados, así de ese origen es la ciudad de Itálica, a pocos kilómetros de Hispalis.

Y entre ciudades y provincias las civilizadoras calzadas romanas, con sus sistemas de puentes que serían el sistema vial hasta bien entrada la alta Edad Media y que aún hoy son la base de algunos Caminos Reales. Hispania estaba unida a Roma a través de casi tres mil kilómetros de calzada, la vía Augusta, la cual estaba flanqueada por numerosísimas villas y mansiones.

Y todo este tejido urbano estaba cohesionado por el uso generalizado de una lengua común a todos los habitantes de la península, el latín, el cual se fue imponiendo en una sociedad de diversos idiomas, excepto en las zonas menos romanizadas como sería el País Vasco, Gallaecia y Lusitania. La romanización avanzó rápidamente en el sur de la península y fue más lenta en el norte, tal vez las sociedades abiertas a otras culturas en el sur fuesen más fácilmente permeadas que las cerradas sociedades del norte.

La romanización fue creando un nuevo orden social al uso y costumbre romano. El más alto orden era el Senatorial, basado en fortunas territoriales y con presencia en Roma. Para administrar la presencia romana en las provincias de Hispania se requería de una clase social que se ocupase de ella, y esta era la de los caballeros o “equites”, que muchas veces se dedicaba también al comercio o a los negocios de todo tipo. Esta actividad jamás era practicada por la clase del orden Senatorial y ese desprecio social por el comercio o por el trabajo manual pasaría a nuestra idiosincrasia en lo que después conoceríamos como “limpieza de oficios”.

Las clases trabajadoras se agrupaban en colectivos como las corporaciones y los gremios que tanta relevancia tendrían también en los siglos por venir. Gran importancia tuvieron los oficios que se relacionaron con las explotaciones de los ricos recursos mineros de Hispania. Los romanos dejaron aquí inmejorables técnicas de explotación, utensilios y sistemas de estibación de galerías o de desagüe de pozos.

Catón el Censor, recomendaba:


"Constrúyete una villa, según tus posibilidades. Si te preparas una casa buena, bien situada y cómoda, irás más veces y con mayor gusto al campo, cosa que es necesaria para la buena marcha de tu finca"

En la explotación agrícola y pecuaria impusieron la práctica de las villas romanas, con extensiones individuales que van desde las 500 hasta las 2000 hectáreas, casi siempre estas villas eran autárquicas, se proveían de sus propios recursos agropecuarios, e incluso producían las artesanías o utensilios necesarios para la vida diaria, tanto en alfarería como en metalurgia. Estas explotaciones fuera de las ciudades son características de los últimos siglos del imperio y se veían incentivadas por el aumento continuo de los impuestos a los ciudadanos de la ciudad. Y no solo se iban a las villas los señores sino que con ellos se iban sus “clientes” y sus servidores. La economía agraria se había caracterizado por un régimen de pequeños y medianos propietarios agrícolas, junto a unas propiedades de tipo comunal, cada vez menores. De forma paulatina, y ya en el Bajo Imperio, los miembros de la familia imperial, los senatoriales y las oligarquías locales fueron acumulando tierras, creando grandes latifundios en un proceso de concentración de la propiedad en unas pocas manos. Este tipo de villas romanas son la base de lo que después serían los cortijos andaluces

Estos primeros e importantes “latifundios” no pagaban impuestos, tenían sus propios medios de defensa e incluso producían también sus propias diversiones como lo podemos ver por las salas destinadas a estos fines que aún podemos identificar en las villas romanas. En estas villas reprodujeron todos los lujos y suntuosidades de las ”domus” de la ciudad, en relación directa con la riqueza de su propietario, (pinturas murales, decoración del suelo con mosaicos, mármoles, estatuas, etc.) podía llegar a ser realmente deslumbrante.

Una de estas villas romanas, la de “Dominus Veranius”, cerca de Gijón, es una típica explotación agropecuaria de una hectárea de extensión de construcción civil. Estratégicamente ubicada en la vertiente sur de una colina que mira al ventoso cantábrico, es una zona protegida de los gélidos vientos invernales, pero que, prominente elevación sobre las tierras circundantes, le permite también el control visual de toda la propiedad. La villa está al lado de la calzada que desde Gijia, pasando por Lucus Asturum, iba hasta el sur de Hispania, la famosa “Ruta de la Plata”. Su presencia, cerca de una villa pequeña como era el Gijón de le época, desmiente las versiones de que estas villas se iban formando por la inhabitabilidad de las villas, no podemos pensar que Gijia, en esos años, fuese así. Esta villa pudo haber comenzado a construirse en el siglo I d.C. y alcanzaría su máximo esplendor en el IV d.C. y abandonada y después transformada en Iglesia paleocristiana en la baja Edad Media.

En su recinto podemos ver claramente las dos grandes zonas en que se puede dividir: la parte social o residencial, “pars urbana”, y la parte de la explotación agropecuaria o “pars rustica”. En la primera vivía el señor de la villa, “pater familia” o “dominus”, junto con su familia y en la segunda se concentraba todo lo referente a la explotación, el “fundus”.

En la villa, el área de los servicios contenía un “horreum” o granero donde se guardaba toda la producción de cereales y frutos; al lado está el recinto donde se ubicaba la “cucina” en la que no podía faltar un horno o “fornax”. La entrada a la villa se hacía por un “vestibulum” o vestíbulo que daba acceso a un “ambulacrum” o pasillo al cual daban las estancias de los trabajadores de la villa y que recibían el nombre de “cubiculum” y que solo servían para dormir ya que el resto de la vida se hacía en la explotación. El área de los “cubiculum” se conectaba con el área social en el que se encontraba una “exedra” o sala de estar.




Oecus y estructura moderna que lo protege


Lugar siempre eminente para una casa romana era la zona de los “balneum” o zona de baños. Tanto la zona de los baños como la zona de los “cubiculum” tienen un ingenioso sistema de acequias bajo el piso por el que transcurre el agua caliente que es obtenida en una sala hipóstila donde se producía el fuego que calentaba el agua. Este sistema calefactor es típico de las termas como las cercanas de Gijón. Las termas, eran baños distribuidos en piscinas calientes “caldarium” las más pequeñas; templadas “tepidarium”, por lo general, las más amplias y centro del conjunto termal, y frías “frigidarium”




Restos del Caldarium


La habitación del señor de la villa se llamaba “diaeta” y era una estancia amplia que solía preceder al lugar, más grande, dedicado a las recepciones o ceremonias y que recibía el nombre de “oecus”. “Oecus” proviene de una palabra griega para nombrar a la casa, “oikos”, pero que los romanos adaptaron en sus construcciones como sitio para festejos, separada del lugar para comer que era el “triclinium”. El “oecus” de Veranes está, como lo estaban todos, ricamente embellecido el piso con moisacos de factura exquisita. No en vano la palabra mosaico procede del griego “mouseaes”, de las musas, con técnicas que los romanos heredaron de griegos, cretenses y sumerios. Las piezas que lo componían eran “teselas” de diversos materiales, texturas y colores. Uno de los diseños utilizados es el nudo de Salomón: dos anillos entrecruzados cuatro veces, imagen de la fortaleza y la protección. Se conservan en buen estado unos 40 metros cuadrados.

Triclinium de la Villa de Veranes


Mosaico de la Villa Romana de Veranes

En esta sala tenían lugar las recepciones del señor, cabeza del “gens” con sus “clientes”, los cuales eran una parte especial de la familia ya que la clientela era una institución muy arraigada en la sociedad romana y las familias importantes se vanagloriaban del número de clientes que tenían y su prestigio y poder dependía en buena parte de ellos, de su cuantía y de su importancia.

Posiblemente a partir del siglo VIII, o tal vez antes, el “aula” con ábside fue convertida templo bajo la advocación de Santa María y San Pedro, y las estancias vecinas utilizadas como zona de servicio de la iglesia.

Hacia 1920 apenas sobresalían del terreno unas ruinas de lo que pareció haber sido una iglesia medieval y que por esos años se llamaba “Torrexón de San Pedro” o Santa María de Veranes. La única cita medieval de que existía culto cristiano allí procede del “Liber Testamentorum”, en el Archivo de la Catedral de Oviedo, escrito a instancias del Obispo Don Pelayo en el primer cuarto del siglo XII, y confirma el funcionamiento de la Iglesia de Veranes en el año 1100. A partir de esta cita no hay más referencias hasta comienzos del siglo XX en que el párroco de la cercana Abadía de San Juan Bautista de Cenero, Don Manuel Valdés Gutierrez, aficionado a la arqueología, en 1922 notifica a la Academia de la Historia la presencia de estas ruinas.




Iglesia de la Abadía de San Juan Bautista de Cenero

El buen párroco extrajo de los yacimientos piezas importantes de los varios mosaicos del lugar y los pegó con cemento en la portada de la Iglesia de la Abadía, donde aún se pueden ver, así como otras piezas importantes como tégulas. Estas barbaridades arqueológicas no le quitan el mérito de haber sido el primero en ver la importancia del yacimiento de Veranes y de escribir profusamente cuadernillos sobre sus descubrimientos, algunos de los cuales pude, personalmente, transcribir a máquina allá por los años sesenta.



Ruinas de la Villa Romana de Veranes

En los años treinta las investigaciones del mencionado autor, supondrán un reconocimiento de la importancia histórica del yacimiento arqueológico. La Comisión de Monumentos de Oviedo interpreta los restos de Veranes como propios de un gran monasterio, fundado en tiempos tempranos de la cristiandad, pero en la medida que siguen excavando van saliendo a la luz los restos arqueológicos anteriores a la iglesia, es decir, lo que pertenece a la construcción de la villa romana sobre la que después se erigió la iglesia medieval.

Pedro Hurlé Manso y Joaquín Manzanares, en años posteriores, continuarán las investigaciones de Don Manuel Valdés y en los últimos años será el equipo que dirigió Carmen Fernández Ochoa, con las técnicas modernas aplicadas a la arquelogía, quienes nos devuelvan una visión general de lo que debió haber sido el esplendor de la villa de un gran señor, probablemente llamado Veranius y a quien la toponimia conservó su memoria en el lugar cercano a Gijón llamado Venta Veranes.

Viendo el conjunto residencial no me extraña que a través del tiempo nos haya enviado el mensaje escrito con carboncillo en una tablilla:




utere felix (d) mum/tu am
(que uses felizmente tu casa)



Tanto como debió haberla usado Veranius allá por el siglo IV.