miércoles, 30 de abril de 2008

MALA LA HUBIMOS, ESPAÑOLES, EN ESA DE AYACUCHO

Capitulación de Ayacucho
en la Casa de la Capitulación de Quínua

La primera vez que oí la palabra “Quínua” fue en la casa amiga, arequipeña, de los Vargas Alatrista, la quínua fue el primer plato de comida típicamente peruana que probé en casa de tan buenos amigos. La quínua es una especie de cereal, y digo especie de cereal ya que esta planta con semillas dicotiledóneas, no es una gramínea, característica de los cereales, pero dado su alto contenido de almidón se la considera entre los cereales, lo mismo que ocurre con la “kiwicha”. La quínua contiene no menos de 10 aminoácidos pero también contiene una toxina llamada “saponina” que es eliminada con sucesivos lavados de las semillas.

La segunda vez que oí la palabra Quínua fue para denominar a un bellísimo pueblo de la sierra andina de Ayacucho, con el mismo nombre del seudo cereal, pero que, sin embargo, no le debe el nombre a la posible presencia de arbustos de la quínua sino a la profusión de unos tupidos y altos arbustos locales llamados “quenwas”. En otras partes su nombre aparece como Quinoua.

El serrano pueblo de Quínua está situado a casi 3.400 mts de altitud y su nombre hubiese pasado desapercibido, en la tranquilidad de su historia, si no hubiese sido porque una fría mañana, el 9 de diciembre de 1824, en una hermosísima pradera (pampa) cercana al pueblo se desarrolló una batalla que hoy es gloria y prez de la simbología patriotera de la emancipación americana pero que, desde la distancia en el tiempo, pareciera indicar hoy, que hubo un pacto secreto entre los jefes liberales realistas, descontentos del absolutista monarca felón Fernando VII, y los jefes del Ejercito Unido Libertador del Perú. Tal vez los resultados de la batalla, en cuanto al número de bajas, puedan asimilarse a un pacto oculto, tanto más cuanto los términos pactados de la capitulación son ampliamente favorables, y muchas veces desconcertantes, a la causa realista. Algún autor la ha calificado como “farsa sangrienta”.

La pampa de Quínua es hoy una bellísima pradera al pie de un cerro conocido con el nombre de Condorcunca, las más de las veces coronado de neblina que, como una “encainada” asturiana, se enseñorea de su cumbre o se desparrama por su llano. Pampa es una palabra quéchua que nuestro castellano ha adoptado como tantas otras de influencia extranjera, y significa lugar llano, o llanura y tal vez su nombre, en realidad, se deba al nombre de los indígenas “tehuelche” que habitaban las llanuras centrales de la actual Argentina. Yo, tal vez porque asociamos pampa a la extensiones argentinas, muchas veces secas o medio desérticas, no asociaba Pampa a una pradería que más bien me recordaba el collado de Pandébano de nuestros inmarcesibles Picos de Europa. Imposible recrear en aquellos idílicos eriales de la Pampa de Qínua cuando los hombres se mataron entre si.



La Pampa de Quínua con el cerro Condorcunca al fondo

Los españoles llegamos allí ya vencidos cerca de Junín, otra Pampa peruana cerca de los 4100 mts. de altura, la Pampa de Chacamarca.

El ejército realista aún era fuerte en la sierra central peruana y en el Alto Perú, pero el ejército estaba disperso entre el valle del Mantaro y el Alto Perú. Esto fue debido a la sublevación en el Alto Perú del General Realista Pedro Antonio Olañeta, al saber de la caída en España del gobierno constitucional, que se autoproclamó como Virrey, y obligó al Virrey, José de la Serna e Hinojosa, mandar sobre el Alto Perú, hacia Potosí, una parte importante de sus ejércitos, unos 5.000 regulares, que tenían su base en Puno, al mando del asturiano Gerónimo Valdés y de Noriega (Villarín de Somiedo, 1784-Oviedo, 1855), después ennoblecido como Vizconde de Torata y Conde de Villarín).

Para los asturianos es un gran desconocido este personaje de las guerras de emancipación americanas. Este soldado asturiano, que había estudiado Derecho en la Universidad de Oviedo, lo sorprendió allí la invasión francesa de España en 1808. Constituida la Junta General del Principado se alista como voluntario, pero por su condición universitaria y la carencia de oficiales le permitió pronto ser nombrado Capitán y terminó la guerra contra Napoleón con el grado de Teniente Coronel.

Había ido a
América con José de la Serna e Hinojosa en 1816 y, junto a otros militares, favoreció la destitución del Virrey del Perú Joaquín de la Pezuela por José de la Serna. Llegó a Mariscal de Campo, destacando en sus acciones en Torata. Tras el desastre de Ayacucho, regresó a España vía Francia en 1824.

El último Virrey del Perú
José de la Serna e Hinojosa, Conde de los Andes

Después de la muerte de Fernando VII, y siendo Teniente General, participó en el ejército cristino en favor de la causa de la reina Isabel II contra su tío Carlos María Isidro de Borbón en la Primera Guerra Carlista. Entre 1833 y 1834 fue Virrey de Navarra, cargo que dejó al ser nombrado por María Cristina de Borbón Ministro de la Guerra en 1834, pero en septiembre de 1835 decidió hacerse cargo personalmente del mando del Ejército del Norte. Al acceder Baldomero Espartero a la Regencia de España, durante la minoría de edad de Isabel II, fue nombrado Capitán General de Cuba. Fue Diputado y Senador y escribió una historia de la Independencia del Perú.


El General Asturiano
Gerónimo Valdés y de Noriega



Pero aquella tarde del 6 de agosto de 1824, llegamos con desiguales fuerzas a la Pampa de Chacamarca, cerca de Junín: al mando del realista José Canterac, 1300 hombres a caballo y 2700 de a pie y los independistas, a las órdenes de Simón Bolívar, con 1000 hombres a caballo y 7900 a pie. En esta batalla, curiosidad de los tiempos, no se disparó ni un solo tiro, el combate se desarrolló con la caballería, a lanza de los llaneros venezolanos y a sable y, a pesar del número de combatientes, y la duración del combate de 45 minutos, las bajas fueron 248 realistas y 148 independentistas, de los cuales, 64 pertenecían al regimiento Húsares del Perú que después de la batalla vio cambiado su nombre por Bolívar a Regimiento Húsares de Junín, actualmente guardia de honor de la Presidencia de la República Peruana.


General Simón Bolívar y Palacios


Así lo describió Bolívar en una carta escrita desde el Cuartel General del Ejército Unido de Huancayo, el 13 de agosto de 1824:


“¡Peruanos! La campaña que debe completar vuestra libertad ha empezado bajo los auspicios más favorables.
El ejército del general Canterac ha recibido en Junín un golpe mortal, habiendo perdido, por consecuencia de este suceso, un tercio de sus fuerzas y toda su moral.
Los españoles huyen despavoridos abandonando las más fértiles provincias, mientras el general Olañeta ocupa el Alto Perú con un ejército verdaderamente patriota y protector de la libertad.¡Peruanos! Bien pronto visitaremos la cuna del Imperio peruano y el templo del Sol.
El Cuzco tendrá en el primer día de su libertad más placer y más gloria que bajo el dorado reino de sus Incas “


Esta batalla de Junín sirvió para separar los dos ejércitos realistas e insuflarle nuevos ánimos a los ejércitos independentistas al mando de Simón Bolívar y de Antonio José de Sucre.

General Antonio José de Sucre


Ante el desastre de Junín, José de la Serna regresa al sur de la sierra central tomando el camino hacia Tarma, luego a Jauja y Huancayo. De allí, prosigue a Huayucachi, Acostambo, Iscuchaca, Acoria, Pumaranra, Acobamba, Pomacocha, Marca, luego ingresa a territorio ayacuchano por Luricocha, Huanta, llegando a Huamanga el 21 de agosto. Manda volver del Alto Perú a nuestro asturiano Gerónimo Valdés quien se reúne con sus tropas a Jose de la Serna en el pueblo de Ayacucho que, por esos días de 1824 no se llamaba así sino que se llamaba Huamanga (palabra quéchua “huaman” que significa halcón). Los españoles, al fundarla el 29 de enero de 1539, le pusieron el nombre de San Juan de la Frontera de Huamanga; San Juan por el santo patrón de la ciudad y Frontera porque representaba en ese momento la frontera contra el indómito Manco Capac.

Posteriormente, y con ocasión de la victoria de los Pizarristas contra los Alamgristas, en la batalla de Chupas, el 16 de setiembre de 1542, la ciudad pasó a llamarse San Juan de la Victoria de Huamanga, nombre que conservaría hasta que, con ocasión de la batalla de la Pampa de la Quínua, Simón Bolívar, el 15 de febrero de 1825, cambia su nombre por Ayacucho, voz quéchua compuesta de “Aya” que significa alma y “cucho” que significa morada. Así Ayacucho sería “morada del alma”, aunque otras versiones lingüísticas aseveran que su significado es “morada de los muertos”, si bien en quéchua “muerto” se nombre “huañusqa”. Desde entonces San Juan de la Victoria de Huamanga se llama Ayacucho. Y la famosa batalla de la Pampa de Quínua, se llame batalla de Ayacucho, aunque diste 33 kms. de la actual ciudad de Ayacucho. Por cierto que toda esta zona, que hoy tiene esta relevancia militar es, sin embargo, el corazón de la cultura precolombina de los Wari, con muchísima más trascendencia histórica y cultural que los hechos de guerra del siglo XIX.

A este hoy hermoso campo llegaron realistas e independentistas a confrontar lo que se ha dado en llamar, equivocadamente, la última gran batalla de la emancipación americana. Ni uno ni otro, ni fue gran batalla ni tampoco fue la última.

La disposición de ambos ejércitos fue así:

Ejército Unido Libertador del Perú
Comandante: General Antonio José de Sucre
Comandante de Caballería – General Guillermo Miller
Jefe del Estado Mayor - General Agustín Gamarra
Primera División - General José María Córdoba (2.300 hombres)
Segunda División - General José de La Mar (1.580 hombres)
Tercera División - General Jacinto Lara (1.700 hombres)
Piezas de artillería: 1

Ejército Real del Perú
Comandante: Virrey José de La Serna
Comandante de Caballería – Brigadier Valentín Ferraz
Jefe del Estado Mayor – Teniente General José de Canterac
División de Vanguardia - General Gerónimo Valdés (2.006 hombres)
Primera División - General Juan Antonio Monet (2.000 hombres)
Segunda División - General Alejandro González Villalobos (1.700 hombres)
División de Reserva - General José Carratala ( 1.200 hombres)
Piezas de artillería: 14



Disposición de las tropas en la Batalla de Ayacucho


Pero las tropas del Ejercito Real del Perú, en realidad, estaban formadas por una gran mayoría de indígenas quéchuas, aimaras y mestizos vencidos en encuentros anteriores. Soldados y montoneros patriotas cautivos fueron así arrastrados a combatir por el Rey. Por otro lado las fuerzas realistas hacía ya cuatro largos años que no recibían provisiones de España.

El general Antonio José de Sucre preparaba su estrategia: cuatro batallones en el ala derecha, el “Bogotá”, “Voltígeros”, “Pichincha” y “Caracas” al mando de Córdoba. En el ala izquierda La Mar al frente de otros cuatro batallones, el “Primero”, “Segundo”, “Tercero” y la “Legión Peruana”. En el centro dos regimientos encabezados por Miller, los Granaderos y los Húsares de Colombia. La reserva, al mando de Lara, con tres batallones, “Rifles”, “Vargas” y “Vencedores”, y la única pieza de artillería. Otro grupo curioso en el ejercito emancipador fueron los Morochucos de Ayacucho, al mando de Córdoba, estos hombres errantes, mestizos, algunos blancos de ojos azules, pardos o verdes, son descendientes de Chancas, Pocras y de los almagristas que se quedaron a vivir en Cangallo y otros sitios de Ayacucho.

Los españoles se dividieron en tres alas y cargaron desde el Cerro Condorcunca. El Mariscal General de Campo Gerónimo Valdés inició el ataque contra el ala izquierda de La Mar. Inmediatamente los generales Antonio Monet y Alejandro González Villalobos arremetieron contra las divisiones del centro y derecha de Sucre. Los realistas estaban confiados en su superioridad numérica. Pero allí, avanzando puso en fuga a las tropas de Sucre que tenían enfrente. Sin embargo, extrañamente, las otras dos no les siguieron, de manera que Sucre contraatacó con las tropas de Córdoba y la reserva de Lara. Es famosa la frase de Córdoba con que ordenó la carga victoriosa.

¡División! ¡De frente!
¡Armas a discreción y a paso de vencedores!”

Y más prosaica la del venezolano Jacinto Lara:

“¡Zambos del carajo!
¡Al frente están los godos puñeteros!
El que manda la batalla es Antonio José de Sucre,
que como ustedes saben, no es ningún cabrón.
Conque así, apretarse los cojones y... ¡a ellos!”

Y, tras una breve resistencia, los oficiales españoles comenzaron a rendirse ante el asombro de sus soldados peruanos. El Virrey de la Serna fue herido y hecho preso. Su lugarteniente le dijo abiertamente: "Esta farsa ha llegado demasiado lejos". Los primeros escarceos habían comenzado a las 9 de la mañana y a la 1 de la tarde todo había concluido. Las cifras más creíbles nos dejan 1400 muertos realistas contra 300 muertos independentistas. Algunos autores defienden la tesis de que los jefes del ejército del Rey pactaron su propia derrota con los independentistas en la batalla de Ayacucho. El día de la batalla, a las nueve de la mañana, una hora y media antes de que comenzara la lucha, el general realista Juan Antonio Monet, liberal, acudió al campamento independentista y se reunió con varios jefes rebeldes. Después regresó al campamento realista. ¿Sobre que versó la reunión? La versión oficial es que Monet fue a proponer un tratado de paz, pero como los generales independentistas pusieron como condición la emancipación del Perú, no llegaron a un acuerdo. La versión revisionista de la historia es que Monet fue a ofrecer la rendición del ejercito realista pero, eso sí, tras un simulacro de batalla. Esta tesis revisionista se ve sustentada por los benevolentes términos de la capitulación.



Concluida la batalla, Antonio José de Sucre, apresurado, le escribe desde el mismo campo de combate a Simón Bolívar:


“...los últimos restos del poder español en América
han expirado en este campo afortunado....”


Monumento a la Batalla de Ayacucho
en la Pampa de Quínua

Paseando por la Plaza de Armas de Ayacucho, contemplando la estatua ecuestre del Mariscal de Ayacucho, Antonio José de Sucre, pensaba en aquellas glorias que pasaron (sic transit gloria mundi). De aquellos gestos heroicos, de aquellas encendidas proclamas y envolventes soflamas, de aquellas tremolantes banderas y pendones, solo quedan monumentos para la incuria del tiempo, el recuerdo de las glorias pasadas. Las causas por las que se lucharon se perdieron en los doscientos años de historia posterior.

Estas tierras ayacuchanas, en la sierra central peruana, de paupérrimos villorrios, serán hoy protagonistas de otras luchas, tanto o más cruentas, por otros medios, pero casi que bajo las mismas premisas de entonces.

Al ver, en esta misma Plaza de Armas, en el Portal Independencia, las puertas de la Universidad de San Cristóbal de Huamanga, pensaba en las personas que allí sentaban cátedra sobre la condición humana o la condición social. Ayer los guiaba la necesaria emancipación para la mejora de las condiciones de vida de la sociedad y los de hoy o los de hace cuatros días, perseguían los mismo fines, pero estos últimos siguiendo el Sendero Luminoso de los pensamientos de un ideólogo, José Carlos Mariátegui, con la errónea praxis de Abimael Guzmán, en esta dolorida tierra ayacuchana. Pero esta es otra historia… ¿o es la misma con diferentes protagonistas?

Plaza de Armas de Ayacucho
Estatua ecuestre de Antonio José de Sucre

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APÉNDICE
CAPITULACIÓN DE AYACUCHO



Don José Canterac, teniente general de los reales ejércitos de S. M. C., encargado del mando superior del Perú por haber sido herido y prisionero en la batalla de este día el excelentísimo señor virrey don José de La Serna, habiendo oído a los señores generales y jefes que se reunieron después que, el ejército español, llenando en todos sentidos cuanto ha exigido la reputación de sus armas en la sangrienta jornada de Ayacucho y en toda la guerra del Perú, ha tenido que ceder el campo a las tropas independientes; y debiendo conciliar a un tiempo el honor a los restos de estas fuerzas, con la disminución de los males del país, he creído conveniente proponer y ajustar con el señor general de división de la República de Colombia, Antonio José de Sucre, comandante en jefe del ejército unido libertador del Perú, las condiciones que contienen los artículos siguientes:

»1° El territorio que guarnecen las tropas españolas en el Perú, será entregado a las armas del ejército libertador hasta el Desaguadero, con los parques, maestranza y todos los almacenes militares existentes.
»2° Todo individuo del ejército español podrá libremente regresar a su país, y será de cuenta del Estado del Perú costearle el pasaje, guardándole entretanto la debida consideración y socorriéndole a lo menos con la mitad de la paga que corresponda mensualmente a su empleo, ínterin permanezca en el territorio.
»3° Cualquier individuo de los que componen el ejército español, será admitido en el del Perú, en su propio empleo, si lo quisiere.
»4° Ninguna persona será incomodada por sus opiniones anteriores, aun cuando haya hecho servicios señalados a favor de la causa del rey, ni los conocidos por pasados; en este concepto, tendrán derecho a todos los artículos de este tratado.
»5° Cualquiera habitante del Perú, bien sea europeo o americano, eclesiástico o comerciante, propietario o empleado, que le acomode trasladarse a otro país, podrá verificarlo en virtud de este convenio, llevando consigo su familia y propiedades, prestándole el Estado proporción hasta su salida; si eligiere vivir en el país, será considerado como los peruanos.
»6° El Estado del Perú respetará igualmente las propiedades de los individuos españoles que se hallaren fuera del territorio, de las cuales serán libres de disponer en el término de tres años, debiendo considerarse en igual caso las de los americanos que no quieran trasladarse a la Península, y tengan allí intereses de su pertenencia.
»7° Se concederá el término de un año para que todo interesado pueda usar del artículo 5°, y no se le exigirá más derechos que los acostumbrados de extracción, siendo libres de todo derecho las propiedades de los individuos del ejército.
»8° El Estado del Perú reconocerá la deuda contraída hasta hoy por la hacienda del gobierno español en el territorio.
»9° Todos los empleados quedarán confirmados en sus respectivos destinos, si quieren continuar en ellos, y si alguno o algunos no lo fuesen, o prefiriesen trasladarse a otro país, serán comprendidos en los artículos 2° y 5°.
»10. Todo individuo del ejército o empleado que prefiera separarse del servicio, y quedare en el país, lo podrá verificar, y en este caso sus personas serán sagradamente respetadas.
»11. La plaza del Callao será entregada al ejército unido libertador, y su guarnición será comprendida en los artículos de este tratado.
»12. Se enviarán jefes de los ejércitos español y unido libertador a las provincias unidas para que los unos reciban y los otros entreguen los archivos, almacenes, existencias y las tropas de las guarniciones.
»13. Se permitirá a los buques de guerra y mercantes españoles hacer víveres en los puertos del Perú, por el término de seis meses después de la notificación de este convenio, para habilitarse y salir del mar Pacífico.
»14. Se dará pasaporte a los buques de guerra y mercantes españoles, para que puedan salir del Pacífico hasta los puertos de Europa.
»15. Todos los jefes y oficiales prisioneros en la batalla de este día, quedarán desde luego en libertad, y lo mismo los hechos en anteriores acciones por uno y otro ejército.
»16. Los generales, jefes y oficiales conservarán el uso de sus uniformes y espadas; y podrán tener consigo a su servicio los asistentes correspondientes a sus clases, y los criados que tuvieren.
»17. A los individuos del ejército, así que resolvieren sobre su futuro destino en virtud de este convenio, se les permitirá reunir sus familias e intereses y trasladarse al punto que elijan, facilitándoles pasaportes amplios, para que sus personas no sean embarazadas por ningún Estado independiente hasta llegar a su destino.
»18. Toda duda que se ofreciere sobre alguno de los artículos del presente tratado, se interpretará a favor de los individuos del ejército español.

»Y estando concluidos y ratificados, como de hecho se aprueban y ratifican estos convenios, se formarán cuatro ejemplares, de los cuales dos quedarán en poder de cada una de las partes contratantes para los usos que les convengan.
Dados, firmados de nuestras manos en el campo de Ayacucho, el 9 de diciembre de 1824.


José Canterac - Antonio José de Sucre