martes, 18 de octubre de 2011

REGINO ESCALERA Y SUERO-CARREÑO

(Biografía escrita por Patricio Adúriz Pérez
 y publicada en el Diario
El Comercio de Gijón los días 1-8-15 y 22 julio de 1973)




I

Las Filipinas como tierra prometida

• Envío

Amigo Antonio (1): hace unos días, ojeando una revista especializada tropecé con una noticia que desató en mí una serie de recuerdos y de afectaciones. Se hablaba allí de las Filipinas y, entre párrafo y párrafo, se venía a decir a las claras que aún se conservaban en su Archivo Histórico Nacional nada menos que cinco millones de documentos pertinentes a la conquista y a la colonización llevadas a cabo por España. Y que otra cifra análoga se había perdido para siempre a consecuencia de las guerras, la incuria, el clima, los parásitos y el hurto. Resultaba que, pese a todo, no todo estaba perdido y que las autoridades, conscientes de lo que significaba ese legado que es un verdadero tesoro al día, ni regatearon ni regatean esfuerzos para su sistematización a efectos de consultas que puedan llevar a cabo los investigadores de todos los países.

Y esa lectura, apasionante para mí por razones que quizás no acertaría a explicar, me recordaron que hace tres años –cumplidos en mayo- te había solicitado información sobre los Vigil-Escalera, sus andanzas, sus actividades profesionales, literarias y artísticas, y, en una palabra, todo aquello que espoleaba mi curiosidad a efectos de una divulgación posterior. Atendiste a mi requerimiento y me confiaste una serie de datos de los que muchos apenas si son conocidos por la incuria que nos caracteriza y por las mismas razones expuestas más arriba, entre las que no fue la menor la de los expolios y quemas llevadas a cabo en tiempos calamitosos y difíciles. Por eso advertí que el tiempo había pasado y que estaba en deuda contigo. Y que iba siendo hora de recuperar la memoria de Regino Vigil-Escalera y Suero-Carreño que un día, allá a lo largo del siglo pasado (XIX) y como veremos en su lugar, desempeñó cargos de responsabilidad en Manila, la capital del archipiélago de centenares de islas que fue causa de que en nuestros dominios jamás se pusiese el sol.

Hoy, tú ya no estás aquí. El soplo de la vida te aventó allende el Atlántico. Ya no puedo intercambiar contigo apreciaciones para perfilar el todo, pero, viéndome así solo y en compañía de los datos que tú me aportaste, quiero emprender una tarea a la que, como dije, me comprometí años ha. Con la esperanza de que se acerque lo más posible a la veracidad, que es tanto como decir al rigor histórico, aprovecho estas columnas para someter a tu consideración el producto de lo que ha de ser unos cuantos días de trabajo. Y nada más. Hasta que Dios quiera y con la cordialidad de siempre.

(1) Antonio Escalera Busto (Gijón 1949), bisnieto de Regino Escalera y Suero-Carreño y amigo personal del autor. (nota del t.)

Regino Vigil-Escalera y Suero-Carreño
(Regino Escalera)
Óleo de Eugenio Escalera Avello, 1888



• Con Noreña como fondo de tu infancia

Yo no sé si el estudio, en tiempos, de la Historia del Imperio Español, puede ser causa de una íntima devoción por todo lo que esa frase significa. Tercios, conquistas y conquistadores, Adelantados, historiadores de Indias, naturalistas, cartógrafos, misioneros, navegantes, virreyes y demás componentes de la colosal empresa que nos caracterizó ante el mundo pese a las leyendas que son grano de anís en comparación a las imputables a otros pueblos, son muestrario suficiente para el libre vuelo de la ensoñación. Muchos de nuestros compatriotas se entregaron a esas actividades que reportaron prez a la Patria y, pese a que no siempre acompañó el acierto en la gestión a realizar, nadie puede dudar de unas intenciones a las que disculpa la misma naturaleza humana. Aquí y allá, repartidos por la geografía del mundo, nombres preclaros que crearon universidades, imprentas, catedrales o, en lo práctico y a base de arrojo, anduvieron por donde nadie había andado y arrancaron al océano el secreto de sus islas ignotas. Son historias que fueron y que sin embargo siguen admirando por el deslumbramiento de lo desconocido. Esta de hoy, esta historia, va a tener como pilar a uno de estos hombres que, destinado a un relevante cargo público, supo con su virtud y su entrega demostrar el temple de la raza. Me refiero a Regino Vigil-Escalera y Suero-Carreño, o como él gustaba de firmar abreviadamente, Regino Escalera.

Regino Escalera nace en Noreña en siete de setiembre de 1849, hijo de don Francisco Vigil-Escalera y de doña Cándida Suero-Carreño. El padre ejercía de notario en ella y, oriundo de Pola de Siero, también había ejercido en la villa natal. Noreña sería para Regino como un recuerdo a lo largo de toda su vida, teniendo en cuenta que solo residió allí muy pocos años y de la que, pese a todo, guardó en el fondo de su corazón memoria perdurable según haría constar en distintas ocasiones y a todo lo largo de sus múltiples escritos, en los que pondría de relieve las características que abonaban tan hermosa tierra. Porque ya para entonces Santa María de Noreña pasaba por villa hermosa y perfectamente cuidada, y sus gentes, fuera de toda duda, de las más laboriosas del Principado. A este respecto recogemos aquí una antigua descripción de la misma:

“…dos industrias principales constituyen la vida de esta población, la zapatería y la matazón, salazón y embutido. Son pocas las casas en las que no se ejerza una de estas dos industrias, aconteciendo el ejercerse en muchas ambas a la vez, es decir, alternando, puesto que la salazón y embutidos es propia de los meses de invierno. Durante los meses de primavera y el verano y parte del otoño, los hombres trabajan en el calzado y las mujeres son las encargadas de recorrer consecutivamente los mercados de casi toda la provincia en la forma siguiente: los lunes se distribuyen entre Sama, Infiesto y Avilés; los martes aprovechan el mercado de Pola de Siero que reviste el carácter de verdadera feria; los miércoles concurren a los de Grado y Villaviciosa, los jueves aprovechan el de Oviedo y suelen ir hasta Pravia, no pocas de las que asisten el miércoles a Grado; los viernes suelen descansar para aprovechar el sábado en Gijón y el domingo en Oviedo y Grado”

Esa era la parte tradicional de un entorno cuya fama se había extendido por toda la provincia y cuyas gentes, a golpe de tesón, habían ganado un respeto que nadie discutía. Cada uno se dedicaba a sus actividades específicas y todo parecía indicar un futuro prometedor para aquella comunidad, si es que no numerosa en comparación con otras poblaciones más industriales, si lo bastante importante para atraer sobre sí el cálido aplauso de los que cifraban en el trabajo el único medio válido de progreso. Y con eso, con lo tradicional, al lazo de lo señero y lo histórico, encerrado, por ejemplo, en el vetusto palacio de Miraflores, situado a una altura y rodeado de bosques y praderas, perteneciente un día al mariscal Acebedo, célebre en la Guerra de Independencia, organizador de las primeras tropas asturianas y heredado a su muerte por su sobrina, conocida en aquellos contornos por “La Mariscala”. Con él, con el de Miraflores, el más antiguo de Don Mendo, bastión arrogante que proclamaba a los cuatro vientos la hidalguía de una tierra antiquísima a la que Enrique II ennobleció al conceder a su hijo natural Alonso Enríquez el título de Conde de Gijón y de Noreña, y al que después, en castigo por sus faltas por inquieto y turbulento, le quitó las posesiones e hizo donación de Noreña al Obispo de Oviedo, confiriéndole el título de Conde para él y para sus sucesores en dignidad, de modo y manera que, a tenor de esa disposición, ese condado es hoy al primero en España en antigüedad y tan solo el de Niebla data de época tan remota.

Unidas así estas dos características, la de la tradición y la de lo histórico, tenemos un punto de partida que, aunque fragmentario, pueda servir para formarnos una idea de aquellos influjos que pesaron en el ánimo de Regino Escalera. Vivimos en una época en la que se estiman esas peculiaridades. Se habla de tradiciones y de blasones y él, muy niño, escucha los comentarios del padre que, por su cargo, está en situación de valorar virtudes de las familias más linajudas del contorno.


• Las Filipinas o el espejismo de ultramar


A Regino le falta amor de madre. Y, para colmo de desgracias, su padre fallece cuando el niño cuenta cuatro años de edad. Esa orfandad viene a redimirla su tío materno, Manuel Suero-Carreño que, junto con su esposa Teresa Avello Lago, dan calor de familia a quien apenas si se da cuenta de lo que esto significa. Y le trasladan a Pola de Siero, que es feudo de la prolífica familia de los Vigil-Escalera que ennoblecerá a su tierra con títulos de artistas, literatos y hombres públicos de lo más destacados de la provincia a todo lo largo del siglo XIX. Aquí, como en Noreña, el Palacio llamado El Jardín, perteneciente al Marqués de Santa Cruz de Marcenado y, también perteneciente a él la Casona con su carga de tradición secular. Se habla de polesos ilustres como el escultor Juan de Villanueva o de cirujanos no menos ilustres como Francisco Villaverde. Y de los títulos de los Vigil-Escalera que enseñorearon con su estirpe los fastos mejores de un concejo rico en prendas y en realizaciones. Aquí la enseñanza primaria cerca de aquellos a quienes podía considerar como suyos y que así se portaron, porque cuando el escolar estuvo en condiciones de emprender estudios superiores, pasa a Oviedo, en cuyo Seminario cursa la segunda enseñanza y Filosofía o, con palabras de Amaro Montes:

“ingresó como interno en el Seminario Conciliar de Oviedo, donde cursó algunos estudios de la carrera eclesiástica, en compañía, entre otros, de los que más tarde fueron arzobispos de Toledo y Valencia, señores Guisasola y Menéndez Conde, y del director propietario del “Diario de la Marina” de la Habana, primer Conde de Rivero”

Pero ese tipo de estudios no satisfacen sus aspiraciones de cara a la vida. Y es que Regino reunía en él características en apariencia antagónicas, cuales pudieran ser, entre otras, la seriedad y la jovialidad, un empaque de gran señor y una idiosincrasia que le obligaba a buscar las cosquillas a las cosas, apeteciendo como el claroscuro de las mismas y comprendiendo desde muy joven que el hombre es conjunto armónico pero capaz de desdoblarse, por lo menos, en dos personalidades que vienen a encerrar como el bien y el mal, o el rictus y la sonrisa. Para él la vida es cosa digna de empezarla a tiempo y, consecuente con sus opiniones, casa en 1867 con doña Felisa Avello y Miyares, que le proporciona la felicidad que él buscaba con ahínco. Las cosas discurren para ellos con relativa holgura y es entonces cuando su hermano Evaristo le propone, al objeto de mejorar de fortuna, partir hacia Manila, donde pensaba, tenían campo abierto para sus dotes humanas y literarias. Evaristo ya tenía una gran experiencia en estas lides y conocía a los mejores literatos del país. Las consignas son claras y terminantes: la familia debe permanecer en España por razones obvias que así lo aconsejan. Por eso poco tiempo después, y con el espaldarazo oficial que tiene fecha 14 de marzo de 1869, se nombra a Regino, por orden del Ministerio de Ultramar, oficial cuarto de la Administración de Hacienda Pública de Manila, para donde embarcó en 25 de abril del propio año.

Había quemado sus naves. Las Filipinas eran para él como un espejismo ultramarino. Edén que le iba a ser propicio en su plenitud tropical y en una labor de creación literaria que siempre marchó a la vera de sus responsabilidades burocráticas.

Bahía y puerto del Protectorado de Adén en 1884
Original grabado en madera (xilografía) dibujado por Taylor,
grabado por Hildibrand. Agua-coloreado a mano. 1884

• Visión retrospectiva

El motivo de aquella partida que era con mucho emigración, había sido sopesada en todas sus consecuencias. No quedaba otro remedio que decidirse a tentar la fortuna en aquel archipiélago de nombres señeros y exóticos. Se familiariza con la Geografía. Repasa aquella lista en que se habla de Mindoro, Mindanao, Luzón, Cavite, Joló, Samar y otra porción de nombres que se integran en aquel archipiélago formado por una población de malayos, tagalos, alfuras, españoles, chinos, negros de Oceanía y otros muchos que se integraban en una unidad política y de mando que era la de un Gobierno-Capitanía General de España en aquella parte del mundo, compuesto de tres grandes grupos de islas que eran las de Luzón, Visayas y Mindanao. Descubiertas por Magallanes en 1521, las denomina Archipiélago de Lázaro, y es en 1568 cuando Legazpi, en nombre de Felipe II, las conquista y las cristianiza bautizándolas con el nombre actual. Al fin de la guerra de los Siete Años, en 1782, fueron atacadas por los ingleses que se apoderaron de Manila y a la que restituyeron a la celebración de la paz. Los españoles tuvieron que luchar incesantemente por la competencia comercial que les hacían los ingleses y holandeses y, en especial, los chinos, que eran quienes llevaban a cabo un activo comercio.
Aduana e Iglesia de San Francisco
según grabado de 1884


A la llegada de Regino a Manila, existía en Filipinas el Apeadero del mismo nombre y del que dependían las Comandancias de la provincia marítima de la capital y de Iloilo, ambas de segunda clase y el Arsenal de Cavite, teniendo además dos Audiencias territoriales que eran las de la capital y Cebú. De la primera dependían doce juzgados de primera instancia de término y dieciséis de ascenso y entrada, lo que indicaba un auge que se haría ostensible al pasar de los años. La permanencia de los españoles significó para aquellas tierras un avance cultural extraordinario, a tal extremo que la Universidad de Santo Tomás fue de siempre foco irradiante en este aspecto básico y, por esas fechas, contaba con Facultades de Teología y Derecho Canónico, Jurisprudencia con la carrera de Notariado, Medicina y Farmacia de la cual dependían los Colegios de San Juan de Letrán y San José, el Ateneo Municipal de Manila, la Escuela de Dibujo y Pintura, la de Náutica, la de Idiomas y Teneduría de Libros y el Observatorio Meteorológico de Manila . Tanto la instrucción como el culto católico estaba a cargo de de las órdenes religiosas de los PP. Agustinos calzados, Dominicos, Franciscanos y Agustinos descalzos o Recoletos.

Trajes típicos de las Filipinas a finales del siglo XIX

Ese era el ambiente general en el que iba a desplegar sus atribuciones Regino Escalera y, en lo concerniente a sus actividades específicas, existía una Intendencia General de Hacienda de la que dependían la Administración Central de Rentas y Propiedades, la de Impuestos, la de Loterías, la de la Aduana de Manila y la de la Casa de la Moneda de la propia capital. Y esa capital, convertida en crisol de razas, religiones y usos, era, pese a todo, de las más europeizadas de aquella parte del mundo. Aquí, como en América, los españoles mezclan su sangre con los nativos, dando lugar a tipos de acusadas características. La Trasatlántica, una vez por mes, llegaba desde Barcelona con noticias de España. Regino es un pasajero más. Lesseps estaba a punto de culminar su sueño con el canal de Suez, evitando el largo rodeo que significaba la ruta del Cabo. El periplo está constelado de nombres de ciudades exóticas en las que el barco hace escala puntual y habitualmente. En la primavera de 1869, allí ante sus ojos, Manila se abre a sus esperanzas que no eran pocas.

El Canal de Suez según grabado de 1881

Cazadores tagalos





II

Lo tagalo como exótico nexo de comprensión

• Estudiante en Manila

Aquellos primeros años son de toma de contacto con la realidad circundante que se le muestra atractiva y sugerente en la variedad de sus manifestaciones. Se habla por entonces de “aquel terrible terremoto de 1863” que ocasionó cuatrocientos muertos y cerca de otros tantos heridos y que había sido uno de los muchos acaecidos en los últimos tiempos, significando, en esta ocasión, la pérdida de 71 edificios públicos, entre ellos la Catedral, el Real Palacio, el Ayuntamiento, el Hospital Militar, la Aduana, la Audiencia y todas las iglesias, derribando 616 casas y quedando amenazadas de ruina bastantes más de mil.

A la llegada de Regino Escalera todavía se estaba tratando de poner remedio a los efectos producidos por aquel desastre natural que había amedrentado a la población. De ahí que, observando la capital, se apreciase que casi la totalidad de los edificios se sujetaban a unas fórmulas de construcción que eran las más idóneas para aquella tierra convulsionada o azotada también en infinidad de veces por los huracanes desatados, de modo y manera que se tenía la precaución de construir los pisos bajos de piedra de sillería y los superiores de madera, pudiendo apreciarse que aquellos que no se habían sujetado a estas reglas fueron los que más sufrieron a lo largo del sismo reseñado. Manila, por otra parte, era una población cuyo porvenir se auspiciaba inmejorable. Sus calles eran rectas y espaciosas. La población de la ciudad murada exclusivamente contaba por entonces los once mil habitantes, número que, añadiéndole los de los arrabales de Binondo, el Trozo, Santa Cruz, Quispo, San Miguel, Sampoloo y Tondo, pueblos situados también a orillas del río Pasig, se acercaba a los cien mil, creyéndose con fundamento que ese número podía acercarse al doble a medida que fuesen utilizadas todas las posibilidades de crecimiento que ofrecía la capital. Capital que era mezcla de culturas y que contaba con consulados de todas las naciones civilizadas del mundo. Y su río, el Pasig, era hervidero de barcos mercantes y de piraguas indias que llevaban a la ciudad el tributo diario de las producciones del país.

Tal es, a grandes rasgos, el escenario pintoresco y multicolor en que se iba a desarrollar la vida de Regino Escalera, sorprendido por un género de vida poco o nada parecido al que había dejado atrás. Y es ahora cuando recapacita que, en plena juventud creadora, debe prepararse a sí mismo para en su día acceder a puestos de más alta responsabilidad. Es por ello que piensa dedicar todos sus ocios al estudio y, consciente de sus responsabilidades de cara a la familia, se matricula en la Universidad de Santo Tomás de Manila en el otoño de aquel mismo año de su llegada. A partir de entonces no piensa en otra cosa. Traba conocimiento con muchos de los profesores que, como él, son asturianos y aprovecha sus lecciones con aplicación suma, de modo y manera que unos cuantos años más tarde, en veinte de enero de 1873, se gradúa de Bachiller, lo que significa que se cierre como el ciclo preparatorio de su vida profesional que a partir de entonces va a conocer muchas y hondas satisfacciones.

Río Passig a su paso por Manila
Grabado de 1881




• Regino Escalera y Federico Casademunt

El premio a su dedicación es el retorno a la Península. Cesa como Oficial cuarto de la Administración de Hacienda Pública de manila por Orden del propio Departamento que lleva fecha de 27 de marzo de 1873 y que se cumple en 4 de junio del mismo año. Ahora va a disfrutar de unas breves vacaciones al lado de los suyos y terminar sus estudios matriculándose en la Universidad de Oviedo para cursar los estudios de Derecho que ya había iniciado con aprovechamiento en las Filipinas. No le son ajenos los movimientos literarios de la época y, en plena lucha de partidos que traerían como consecuencia la instauración de la República, él estrena y edita en Oviedo un juguete cómico-político que lleva por título “Otro abrazo de Vergara” que es el inicio de una carrera literaria con la que se mostraría consecuente y prolífico en grado sumo. Aquel año de 1873, jamás lo olvidaría por lo mucho que significó en su vida y en el que se conjugaron el amor de los suyos, sus estudios, el primer éxito teatral, la publicación de su primera obra escénica y, como colofón, al año entrante, se le nombra Oficial tercero de la Administración Central de Rentas Estancadas de Filipinas, orden del 31 de marzo de 1874, que viene a significar un nuevo paso adelante en su carrera profesional.

Las despedidas se repiten de nuevo y, como anteriormente, parte solo hacia las Filipinas embarcando en Cádiz en doce de abril de 1874. Esta etapa resulta tan fructífera como la anterior y, más aún, Regino se interesa por las tradiciones autóctonas y va estudiando todos aquellos materiales que tiene al alcance de la mano y que le han de servir para muchos de sus trabajos posteriores. A estas alturas ya tiene pruritos literarios. Versifica con facilidad asombrosa y nacen sus primeras colaboraciones que ven la luz en el “Diario de Manila”, versando sobre temas varios y prodigando poesías que hacen las delicias de la colonia española. Todo se le muestra favorable, y mucho más tras trabar conocimiento con Federico Casademunt, con el que iba a compartir horas felices y con el que iniciaría una colaboración literaria que daría aplaudidas realizaciones. Y es que Regino Escalera, al margen de su cargo oficial, es uno de los asiduos de aquel “Diario de Manila” de grata recordación que cubrió toda una época y que siempre estuvo al servicio de los intereses nacionales y del de los nativos, significándose por unos aciertos que le hacían insustituible en aquella parte del mundo.

Edición especial del Diario de Manila
Con motivo de la Expedición a Joló

Casademunt, al igual que Regino, era funcionario administrativo, cosa que no le estorbaba para dedicarse a las tareas literarias por las que sentía predilección, derivada del estudio y la constancia en el trabajo. Redactor del “Diario de Manila” durante muchos años en tiempos de los Ramírez y Giraudier, él y Regino Escalera llevarían el peso de una buena parte del periódico, siendo Casademunt incansable en su tarea, logrando a veces despertar cuestiones importantes con una simple gacetilla, “El Comercio”, también, aunque por poco tiempo, contó a Casademunt en su redacción como articulista de fondo.

Aquella imaginación tan viva y potente no tenía bastante con las ocupaciones que le absorbían y, con favorable éxito, junto con Regino Escalera, ensayan sus aptitudes como autores dramáticos. Y lo hicieron escribiendo una zarzuelita que titularon “Viaje redondo”, a la que el profesor Masseguer puso música y que se representó multitud de veces con aplauso, desde Carolina Campini a Práxedes Fernández. Este fue el primer fruto de una colaboración entrañable e íntima entre estos dos autores que poco después, en 1876, dan a la escena “Una página de gloria” que sería estrenada y editada posteriormente en Manila, detalle éste que, como otros que han de venir después, suscitó muchas dudas en los datos biográficos recogidos por nuestros mejores especialistas. “Una página de gloria” es el marco del mejor entendimiento de Regino Escalera y Casademunt, que íntimamente unidos en la creación literaria, cosecharon aplausos y parabienes en una época colonial que se avecinaba a su fin.



• “Una página de gloria” (1876), “República doméstica” (1878), “Viaje redondo” (1879)

Y “Una página de gloria” le dedican ambos autores a Don Baltasar Giraudier con estas frases transidas de respeto y admiración:

“Nadie como usted, querido amigo nuestro, tiene derecho a que su nombre figure al frente de este apropósito escrito con el deseo de cooperar a los festejos cívicos celebrados en Manila al regreso de las fuerzas expedicionarias de Joló; nadie como usted, testigo de su admiración y de su valor durante la campaña que ha vivido entre nuestros soldados y marinos por espacio de dos meses y medio y que ha sido el cronista de la guerra santa emprendida contra el mahometanismo en estas regiones”

Giraudier había sido el cronista de aquel hecho de armas que narró minuciosamente para el “Diario de Manila” que él regentaba. Los autores le reconocen un prestigio por nadie discutido. En su obrita emplazan a tan solo cinco personajes en los que se encarna la tradición patria. La escena tiene lugar en Manila y al regreso de la expedición contra el sultán de Joló, acaecido el 19 de abril de 1876. El júbilo es general por la victoria y, ya al final de la obrita, se sintetiza en unas cuantas estrofas todo aquel contenido patriótico que hacía vibrar los ánimos:

“Fue la negra oscuridad
a iluminar con su luz
fue a llevar allí la Cruz
fue a salvar la humanidad.
Y al darle Dios la victoria
sobre la raza maldita,
en su historia deja escrita
otra Página de Gloria
Hoy que se acabó la campaña
hoy que al bárbaro enfrentó
gritad como grito yo
con el alma: ¡Viva España!”

Estamos revisando, como dijimos, una serie de obritas de suma rareza a las que se suponía impresas pero sin que existiese constancia de ello. Nuestros facsímiles lo prueban sin lugar a dudas y, en realidad, forman parte de ese rico catastro bibliográfico filipino que hace las delicias de los estudiosos que se lo disputan con raro empeño, separados como estamos por tantos años y leguas de aquel ambiente colonial que pervive al día en esos testimonios que son tesoro al que hay que remitir a la hora de inventariar un pasado tan rico en todo y del que formaron parte una buena porción de españoles que con sus luces y su ciencia lo hicieron posible para la posteridad.

La Armada Española en Joló
Grabado de la época

Otra de las obritas, de 1878, también en colaboración, es la que lleva por título “República doméstica”, de ambiente popular filipino que los autores aprovechan al máximo para reflejar la sociedad de su época fuera de la metrópoli, con sus nostalgias subsecuentes cuales, por ejemplo, los ascensos, las noticias recibidas de los deudos, los destinos ulteriores y todo ese mecanismo que caracterizaba a los que se integraban en las colonias. De ahí que en uno de los pasajes se dijera aquello de:

“Cuántos aquí dando muestra
de estar todos, o en un tris,
del país, con faz siniestra
renegáis, la culpa es vuestra
achacándola al país
deducid la moraleja,
la clara filosofía
de esta sencilla madeja”


Grabado de una estampa rural en Joló

Al año siguiente, en 1879, editan la zarzuela de costumbres filipinas “Viaje redondo”, en un acto y verso, música de Ignacio Massaguer, que se estrena en el “Teatro del Circo de Manila” la noche del doce de diciembre de 1879. Los requisitos escénicos se reducen al mínimo y los actores son Carola Campini, Barbero, Ramiro, Rodríguez y Troquet. Se exige “la sala de una casa de Manila, amueblada decentemente y según los usos del país”, amén del acompañamiento de chinos “cargadores y criados”. La acción es contemporánea. Hay estrofas que definen la impresión primera de aquellos que llegan de la metrópoli hasta las tierras de ultramar:

“Pues señor, pues señor,
esto no me gusta,
ya el país me asusta,
me ahoga el calor”

Para luego, a medida que se desarrolla la trama, ir narrando las características de este archipiélago con sus lluvias, sus fiebres, sus terremotos, sus volcanes, su idiosincrasia y todas aquellas características que, pasados los años de permanencia, abonaban a estas tierras como país de promisión. Y uno de los personajes –Don Homobono- enumera la dieta a la que se habían de sujetar los recién llegados:

“Por más que lo niegues tú,
La sangre el plátano aquieta
Tú comerás morisqueta
y pensit y sotajú
tamale, achara, daloc,
bibinca, poto, tinapá
madoya y huevo hoboc.
Y responde el neófito:
¡Dios soberano! Me aterro
con ese idioma
Y contesta Don Homobono:
No es malo,
la mitad chino y tagalo”

Lo bastante para dejar las cosas en su punto y para reseñar un cuadro de época que ya no se volverá a repetir.

Vapor en el mar de las Filipinas

• Escalafón

Estos pequeños éxitos literarios que gozaron del aplauso y del refrendo del público de la capital van unidos íntimamente al de su carrera profesional en la que va ascendiendo por méritos propios que se le reconocen por sus superiores y por cuantos tienen ocasión de conocerle en su actividad burocrática. Porque ahora es Oficial segundo de la Administración Central de Rentas Estancadas de Filipinas, por Real Orden de 4 de agosto de 1878, posesionándose del cargo en primero de octubre y cesando en él, por ascenso, el 7 de abril de 1879. Y es que su dedicación y su competencia son la causa de que en ese mismo año se le eleve a la categoría de Oficial primero, Letrado de la Intendencia de Hacienda Pública de Filipinas, Real Orden que lleva fecha de 14 de febrero de 1879 y del que se posesiona en 8 de abril. Es este uno de los cargos más relevantes a los que va a llegar cuando se acerca a los treinta años en plenitud de facultades y sonriéndole la fortuna entre aquellos compatriotas que, como Casademunt, libraban diaria batalla en pro de los intereses nacionales y de los nativos, tratando de que llegase hasta ellos una cultura que, sin embargo, no se quería mixtificase las mejores tradiciones autóctonas, aquellas que defendían con sus plumas en un concierto que era de hispanidad.

El escalafón era una cosa y otra, no menos importante, el captar en el ambiente el producto de un mestizaje que era consustancial a la raza. De ahí que Regino Escalera quisiese ser fiel a la tradición como nos lo demuestra en su extenso canto “El Asuán de Mariquina”, leyenda fantástica filipina en que el asuán es el trasgo o duende occidental.

“Bella, gentil, hechicera
con ojos negros, rasgados
y siempre en ellos pintados
los destellos del amor.
Con su candonga de piña
y su saya de colores
y sus zarcillos mejores
y su peineta mejor,
hacia el templo Binondo
va Mamén en su victoria,
siendo el encanto y la gloria
de las mestizas de aquí;
Y exclaman, al ver los taos
la elegancia con que viene:
-Abá, siguro que tiene
un novio de salapit”

III

Retorno a España y nueva proyección literaria



• Traslado a la Península

A partir de los hechos que hemos reseñado con anterioridad, la vida profesional de Regino Escalera va a conocer una trayectoria de éxitos que se suceden en cadena y, en realidad, como superponiéndose los unos a los otros. Gemelos a ellos, los literarios y aquella actividad febril que se manifestaba casi a diario en las columnas del “Diario de Manila” que era espejo que reflejaba la realidad circundante, una vida de relación en la que tenían cabida acontecimientos y fastos que eran como las mejores páginas de aquella colonia en plenitud de relaciones de todo orden. Por eso conviene reseñar los cargos públicos de aquel hombre que era modelo de funcionarios y paradigma del cumplimiento del deber desde que había iniciado la carrera administrativa. Y es que ahora ya es Jefe de Negociado de tercera clase del Gobierno Civil de Manila, Real Orden de 24 de abril de1883; posesión en 20 de junio del mismo año y en el que cesa por ascenso en 14 de febrero de 1884. Como también ocupa el cargo de jefe de Negociado de segunda de la Contaduría de Hacienda Pública de Filipinas, Real Orden de 21 de diciembre de 1883; posesión en 15 de febrero de 1884 y cese por ascenso en 20 de octubre del mismo año. Después, en línea de aciertos, Jefe de Negociado de la misma Contaduría General de Hacienda de Filipinas.

Madrid hacia 1880 según grabado de la época


Vano intento éste de seguir matizando por menudo cada uno de estos pasos ascendentes en el escalafón general. Todo ello como cumplía con los requisitos patrióticos que le impulsaban a escribir de la metrópoli, o, como vimos, de aquellos temas isleños que habían impresionado su fina sensibilidad artística. Regino escalera había demostrado ser un abogado competente desde los muchos cargos ocupados hasta entonces. Sus méritos constaban en la hoja de servicios reglamentaria y, considerando ésta, la Superioridad decide su traslado a la Península tras tan dilatada estancia en las Filipinas a las que abandona no sin dolor de corazón porque, entre otras razones, supo captar lo que significaban para España y, lo que es más, comprender los tesoros que le eran propios e insustituibles en aquella apartada región del mundo. Regino Escalera vuelve a ser viajero por las rutas oceánicas. Y, como tal, procura retener en su memoria todos aquellos puntos exóticos en los que recala el vapor y a los que verá por última vez. La despedida es siempre –como se dijo muchísimas veces- como morir un poco. Y él, despedirse de la legión de amigos de Manila promete tenerlos al tanto de su vida. Concierta con el director del “Diario de Manila” que en cuanto pueda le enviará una serie de crónicas desde la capital de las Españas con todas las novedades sobresalientes que allí ocurran, prometiéndole, además, que siempre desde el cargo que ocupe, sea éste cual sea, defenderá en todo momento los intereses de aquellas Filipinas que fueron para él, regazo amante que endulzó los muchos días de ausencia.

• “Variedades” y “Madrid a pie”

Ahora, como antes, el camino de regreso y sin saber si ésta sería la última singladura. La proa del barco es saeta embalada hacia la patria. Y los costados del mismo -babor y estribor- ventana de horizontes desde la que se contempla en la lejanía bien la costa apenas insinuada o el cristal del mar. Recala en las principales ciudades del periplo. Allí la India milenaria, foco de culturas, con sus puertos comerciales que los ingleses explotan al máximo en lo que era ruta propia hacia sus dominios del Pacífico y, en especial, hacia Nueva Zelanda y Australia. Más adelante, como queremos reflejar en la parte gráfica, el protectorado de Adén. Más adelante aún, como quien dice al doblar la esquina, aquella bendita costa de España que iba a colmar sus esperanzas. Si fuéramos a dejar correr la imaginación, o a pensar en lo que él pensaba durante aquella travesía, tendríamos ocasión de compartir con Regino Escalera muchos sueños, muchos anhelos y también horas de intimidad. Pero a la acción no se le pueden poner trabas y, subsecuentemente, hay que dar un nuevo paso adelante para perfilar el todo.

Madrid hacia 1880 según grabado de la época


Madrid es su meta y él ya está en Madrid incorporado a la Administración del Estado en la que va a conocer una carrera brillantísima. Regino no pierde el tiempo y, a partir del año de gracia de 1886, comienza a darle a la pluma con remozado empeño. Le sucede ahora lo que le sucedió en las filipinas. Todo aquello es poco menos que nuevo para él. Y la mejor fórmula -opina- para ponerse al día, para ser un ciudadano más de España, ha de ser, sin duda, la de pasearlo de arriba a abajo y sin descanso para así tomar el pulso a aquella novedad. Los frutos de su pluma ven la luz en los mejores diarios madrileños y, consecuentemente con el pensamiento expresado con anterioridad, titula a sus crónicas con el epígrafe extensible a casi todas de “Variedades” y el más en consonancia con lo expuesto que es el de “Madrid a pie”, crónicas que posteriormente envía a Filipinas para que sean publicadas en el “Diario de Manila”.

Su nombre y su apellido los ampara bajo el seudónimo de “Claudio” que era el nombre de uno de sus hermanos ya fallecido. Y este “Claudio” verdadero Argos de lo informativo tanto a escala de la capital como a de las colaboraciones enviadas a Manila profundiza en la vida ciudadana que a veces se le muestra incongruente y a veces, también, punto de arranque de positivas elucubraciones literarias. La primera de esas crónicas o “Variedades” entronque entre el pasado y el presente ya explicita su estado de ánimo:

“Si estuviéramos en Manila diríamos que Madrid acaba de atravesar una larga colla del norte, con sus lluvias y sus ventiscas. Madrid con paraguas, representa un ataque perpetuo a la personalidad humana o cuando menos un riesgo constante para los ojos. Como en plena mar, los transeúntes tienen que precaverse contra las ballenas. En cuanto el bello sexo, suele notarse que no es refractario al viento si éste se mantiene dentro de ciertas conveniencias”

Esa parte inicial es bastante para mostrarnos su estilo que recuerda en muchos aspectos a ulteriores greguerías de Ramón Gómez de la Serna y, con más, un humor que había sido decantado en el crisol hirviente de los climas tropicales. El humor sería uno de los distintivos tanto en prosa como en verso y, consecuente con su modo de ser y de pensar, explaya una serie de apreciaciones magistralmente captadas que hacen de esa sección una de las predilectas de los lectores.

Recorte de un “Madrid a pie” de 1887

El texto de las “Variedades” ocupa periódicamente a una columna, lugares preferentes. Y el “todo Madrid” inquiere sobre la personalidad de aquel “Claudio” que pone el dedo en la llaga -para bien o para mal- con una donosura poco corriente y su tufillo filipino que delata su procedencia. Así, al referirse a las inmediaciones madrileñas, lugares de esparcimiento dominical y festero –caso de Las Ventas del Espíritu Santo-, escribe lo de que:

“…al que haya estado modernamente en Filipinas, se le escapa de los labios, al visitar aquellos parajes, esta pregunta:

-¿Pero esto es Castilla la Nueva, o me han transportado a las inmediaciones del Canal de Suez?

Nada más pardo, nada más africano”

Era, como dijimos, el inicio de su actividad literaria en la capital de España con un desparpajo que quiso y que quiere como como sinónimo de sinceridad, de impresión fresca buscando las cosquillas a una serie de realidades que eran de todos los días y que él iba a tundir -o a resaltar- con lo mejor de su ingenio y una prosa nítida para que fuese entendida por todos.



Recorte de un “Madrid a pie” de 1887



• Propaganda de la Exposición de Filipinas

No le cuesta mucho trabajo integrarse en aquella sociedad que es la de los grandes ingenios o la de un juego político que recaba partidismos. Se vive una de las épocas más características del siglo XIX y, tras finiquitar la República que había quedado ya muy atrás, la Monarquía procura dar satisfacciones a quienes veían en los partidos como el único cauce apto para llevar a buen puerto la nave del Estado. Políticos de nota pontifican desde el Senado y Madrid, en cuanto capital, es el hervidero de gentes que, provenientes de las provincias, aportan su colorido y sus modales peculiares. Y los asturianos, polarizados en torno a su Centro y a su notoria revista “Asturias” que era su órgano de expresión, abre sus brazos al nuevo coprovinciano que colabora con ellos en todo lo que le es posible y que se desvive porque todo salga a pedir de boca. Nada extraño que pase a formar parte de la Directiva de la que ya es miembro su hermano Evaristo y de la que sería su propio hijo Eugenio, como colaborador destacado de la faceta artística. De ahí que en el mes de Noviembre de 1886 -el día 21- pronuncie una conferencia en el Centro Asturiano de Madrid que lleva por título “La exposición de Filipinas”. Él es un perito en la materia por causas que a estas alturas ya conocemos. Sus frases iniciales nos lo demuestran con creces:

“Al comparecer ante vosotros para explanar el tema “Propaganda de la Exposición de Filipinas” , reclamo para mí una triple investidura: la de miembro de la Junta Directiva del Centro, la de individuo, aunque indigno, de una comisión adscrita a la Comisaría Regia que prepara aquel certamen, y la de colaborador y corresponsal del decano de los periódicos filipinos”

Su conferencia es conjunto de precisiones que explaya a los oyentes. Habla de que uno de los personajes que más se interesan por ella es el Conde de Tejada de Valdosera del que ya tuvimos ocasión de hablar con motivo de nuestra biografía en torno a Plácido de Jove y Hevia, Vizconde de Campogrande. Y que un gran poeta, Víctor Balaguer, es el inspirador, junto con Alfonso XII, de un proyecto que se le confía para ser transformado en realidad. Se viven jornadas de superación y de prodigios técnicos, poco tiempo antes inimaginables, que apoyan sugerencias de cara al futuro:

“El ingenio y la perseverancia de Lesseps realizaron la aventura gigantesca de la apertura del Canal de Suez, y Oceanía, Asia y Europa se abrazaron sellando pactos de mercantil alianza. El mismo coloso derriba ahora la valla que separa otros dos grandes océanos, que no tardará en confundirse en amoroso beso. Cuando por doquiera los pueblos más lejanos se aproximan y establecen relaciones y cambios de productos, España no puede permanecer inactiva, y debe redoblar sus esfuerzos para que, a los lazos indestructibles del amor que le unen a Filipinas, se agregue el vínculo de los intereses materiales, que suelen ser también sólida ligadura y prenda y garantía de mutua consideración y aprecio”

Toda la conferencia viene signada por un profundo conocimiento de causa. Regino Escalera explica a sus oyentes -que interrumpen varias veces con aplausos- la naturaleza de aquella tierra privilegiada, el carácter de los nativos, las mejoras llevadas a cabo por España, lo mucho que aún queda por hacer, y, en una palabra, todos los resortes y consideraciones que abonan al Archipiélago como merecedor de los esfuerzos de la Metrópoli.

Regino Escalera expone un temario en el que no se escamotean verdades por dolorosas que éstas resulten, pretendiendo, como pretendía, que la obra colonizadora produjese beneficios para unos y otros, españoles e indígenas unidos en un esfuerzo común. Sus frases son antológicas:

“…por la agricultura ha de venirle a Filipinas el cambio de sus condiciones económicas, hoy en angustiosa penuria”
“…es indispensable acelerar la constitución de la propiedad rústica”
“…hay que facilitar la radicación de los peninsulares”
“…hay que estimular el Comercio y la Industria”
“…y al llegar aquí no puedo olvidarme de la prensa de Filipinas, casi siempre ahogada por la previa censura aún para tratar cuestiones puramente administrativas y de interés local”

Y en abono de su tesis pone el ejemplo de uno de esos censores que:

…”al leer el suelto de un periodista, en el que hablaba de que una mujer “tenía unos ojos divinos”, el tal censor suprime lo de “divinos” y lo suple por lo de “hermosos” apostillando de su puño y letra que “solo tienen divinos los ojos Dios, las vírgenes, los ángeles y los santos y…las santas”. El hazmerreír fue general en Manila”

Así las cosas, desapasionadamente vistas a través de uno de los hombres que mejor conocían aquellas tierras, convenía atender sus razonamientos para hallar soluciones que satisficieran a todos.



• En el Madrileño Centro de Asturianos

A efectos sentimentales y los propios del bien común, quedaba poco menos que saldada la deuda que Regino había contraído con Manila. A ese tenor discurren sus actuaciones aquí y, querencioso de Asturias, aprovecha cuantas ocasiones se le presentan para ensalzar a esa tierra que es la de su origen. Por eso en más de una ocasión se presta a la lectura pública de algunos de sus trabajos en el Salón del Centro de Asturianos y en veladas que son memorables, no siendo raro que sus versos transparenten aún el profundo amor y el recuerdo que siente por las Filipinas:

“Ya hace meses que un navío
desde ese vergel risueño
me trasladó al hogar mío
lo estoy viendo y no me fío
¿Será ilusión? ¿Será un sueño?”

O, en el aspecto contrario y como dijimos, la ternura por las cosas de su tierra, no siendo raro que trate asuntos en los que expone la varia fortuna de quienes se ven obligados a dejarlo todo para emprender caminos de emigración:

“¡Allá va Juan! Cuatro días
enfrente del puerto lucha
el bajel que le conduce
al suelo de Moctezuma…”

Entre los asturianos es uno más y de los que ponen mayor empeño en enaltecer las cosas regionales. En 1887 todo sigue igual y sus crónicas tituladas “Madrid a pie” van camino de las Filipinas donde se estima al autor. Es puntual en sus colaboraciones y sabe matizarlas de un interés literario y humanos que las hacen como pequeñas obras maestras. Quizás porque él pone en ellas todo el cariño de que es capaz y porque el recuerdo es una parte importante de la vida. Lo más valioso a la hora de mirar atrás sin ira.

Parte final del poema "Una dicha malograda"
Poesía leída en el Centro de Asturianos de Madrid
el 20 de febrero de 1886




y IV

Referencia a cosas que fueron



AL EXCENTÍSIMO SR. VIZCONDE DE CAMPO-GRANDE

Mi ilustre jefe, mi buen paisano
señor Vizconde de Campo-Grande
si en estos versos, si en canto llano
esta misiva ramplona hilvano,
usted perdone que me desmande.

Hace ya tiempo que le he pedido
que un hijo que está en Toledo
venga a la villa donde resido.
Nada se ha hecho, y usted se ha ido
y yo en zozobras terribles quedo.

¿Será osadía de pretendiente,
punible audacia, quizá imprudencia
que recordarlo de nuevo intente?
pues yo prometo bajar la frente
y usted me impone la penitencia.

Merecidamente, Señor, no invoco,
solo del padre la voz escucho
y de seguro no me equivoco,
al dirigirme, valiendo poco,
al astur noble que vale mucho.

Y no me diga que ya en Hacienda
perdió el influjo que ayer tenía.
se alejó el astro, siguió su senda,
celebro mucho que raudo ascienda.
cuanto más sube, más luce el día.

Yo no me quejo, yo no me enfado,
debile al Jefe mil atenciones,
quedo al amigo muy obligado
¡Lo que daría por el traslado
Así que pasen las elecciones!



Misiva poética a Don Plácido de Jove y Hevia. Madrid y 1891. Ese era el estilo de Regino Escalera que, respetuoso con sus superiores, no vacilaba en exponer sus asuntos con toda la claridad del mundo. Descubrimos aquí esa faceta de la que habíamos hablado y que nos lo muestra como un poeta al estilo de los de aquella época que aprovechaba ocasiones varias para hacer brillar su estro, bien en composiciones a las que afecta el empaque de rigor y circunstancias, aunque poco después, y como quien dice al doblar la esquina, se manifieste éste con un tono festivo que le era consustancial por aquello de que el carácter asturiano propende a la sutileza, al humor sajón que mientras no se demuestre lo contrario es el más fino y el más equilibrado.

Poesía de Regino Escalera
para “El Diario de Manila”, 1895

Proliferan los asuntos líricos que le vienen que le vienen como anillo al dedo y que no se contradicen con sus varios cargos oficiales. Porque poco después de la fecha reseñada, es decir, en 1890, se le destinó a Jefe de Personal del Ministerio de Hacienda, que abandona en Mayo de ese año para ascender a Inspector del ramo en categoría de Jefe Superior de cuarta clase. Así, entre cargo y cargo, siempre en línea ascendente, le llega el nombramiento de Delegado de Hacienda de Madrid (1905) y en Marzo de 1908, Ordenador de Pagos del mismo Ministerio.

Regino Vigil-Escalera y Suero-Carreño
hacia 1900

Esos son los hitos principales de su carrera profesional a la que sirve con entrega y honestidad sumas, preciándose de no prevaricar jamás y de no hacer abuso de su cargo, antes por el contrario poner éste al servicio del público que era su verdadera obligación. Sus méritos son tantos y tan reconocidos por todos que el Gobierno francés le concede la Cruz de la Legión de Honor que se viene a sumar a otras españolas no menos preciadas y que él estimaba en todo lo que valían como reconocimiento a su probidad. Regino no es jactancioso. Su sencillez anonada por lo natural. Su permanencia en Asturias a lo largo de las vacaciones preceptivas vienen signadas por la afabilidad y la camaradería. Regino es uno más de los de aquí y sostiene largas conversaciones con los campesinos interesándose por las cosas tradicionales, no siendo raro que use el dialecto bable como medio de expresión para algunos de sus poemas con temas regionales y, en especial, cuando se trata de estrechar relaciones epistolares con alguno de sus muchos parientes. Como es el caso de su primo Aquilino Granda:

“Quiero tocar el punteru
en alabanza d´un primu
que´n verano ofrez arrimu
y casa y llar y pucheru…”


Noreña es la predilecta de sus ocios. Y desde allí, en jornadas inolvidables, Oviedo, Covadonga, Gijón y una serie de villas y pueblos que son como oxígeno para sus pulmones y encanto para la vista que él atesora en el fondo de su corazón a impulsos de una nostalgia infinita.

Poesía manuscrita de Regino Escalera, 1915



• Secuencias literarias

Por el contra allí, en Madrid, sigue su vida de actividad sorprendente. A las colaboraciones enviadas al “Diario de la Marina” bajo el título de “Madrid pintoresco”, que son, como las anteriores, ejemplo de la vida que fluye en torno al escritor. Nada se le escapa. Ora son los políticos que llaman su atención, ora los literatos de nota que le inducen a pergeñar en verso como unos apuntes del natural de cara a la curiosidad del lector. Así al referirse al Conde de Romanones escribe lo de:

“Al Conde de Romanones
le han apedreado en Orán
un morito de Tetuán
de pésimas intenciones”

Y en lo literario la figura de Francisco Villaespesa recaba su atención:

"De este vate de Almería
diré yo, porque se sepa,
que es de los de buena cepa
de cepa de Andalucía…”

Y si múltiples son sus actividades, no son menores las de relación que él sostiene sin boato pero con toda la cortesía del mundo. Son frecuentísimas sus dedicatorias líricas a deudos y amigos, sobresaliendo por una espontaneidad y un volumen que nos deja perplejos. Muchas veces es el dolor de la pérdida de su hijo Eugenio que iba para figura consagrada, que colaboraba con éxito en “Asturias” y uno de cuyos cuadros, “Examen de conciencia” había sido galardonado con medalla en una Exposición Nacional. La pérdida de Eugenio en flor de juventud significó un duro golpe para Regino, que fía a su inspiración una sentida elegía. La familia en estos casos es puerto de refugio.


Poesía autógrafa de
Regino Vigil-Escalera y Suero-Carreño
con motivo de la muerte de su prima carnal y consuegra
Delfina Vigil-Escalera y Crespo, 1912


Y la familia eran sus hermanos Evaristo, Anastasia y Antonio. Y sus hijos Mario, Cesar, Macrina y Rodolfo. Y es que Regino siente devoción por la familia en todo lo que esta significa, estando salpicada su obra literaria de múltiples dedicatorias en santos, cumpleaños, bodas, natalicios, y, en realidad, para todas aquellas solemnidades que creía requerían su concurso. Ora era Mery, la “de los ojos azules” quien era objeto de inspirados versos, ora Rodolfo u otro cualquiera de sus hijos o algún pariente que esperaba como agua de mayo la misiva lírica. Quedan como muestra muchos, muchísimos versos. Tales los que siguen:

“Ni en Asturias ni en la Bética
ni en Galicia, ni en Otranto
se puede pasar tu santo
sin mi descarga poética.
siento que, como la miel,
no descienda el canto mío,
mas si dinamita envío
no será la del Musel…”


“Examen de Conciencia”
Óleo de Eugenio Escalera Avello


Grupo familiar:
Mario Vigil-Escalera y Avello, Regino Vigil-Escalera y Suero-Carreño,
Carmen Alvarez-Tejera y García Valdés, Vicenta García Valdés y Vigil-Escalera, Felisa Avello y Miyares

Todo eso recuerda sus noches de gala. El despachar con el Ministro de su Departamento. El traje de etiqueta de le proporcionó más de una anécdota curiosísima. La chistera que en más de una ocasión fue objeto de permuta involuntaria. Las vacaciones en Asturias. Sus visitas a Gijón en donde se establecerían algunos de los suyos y en donde verían también la luz bastantes colaboraciones literarias. Sus dichos y sus sentencias en las que siempre prevalecían el honor, la honradez, todas aquellas prendas que adornaron en tiempos a los hombres de una pieza y de los que se le podía poner a él como prototipo. Sus muchos cargos -de suma relevancia algunos- sólo le permitieron un buen pasar, pero, no prestándose jamás al juego sucio, llegó a carecer de fortuna que otros amasaron. Cada uno con su conciencia y la suya era exigentísima en motivos de fe, de moral pública y de honradez profesional.

De Regino Escalera quedan bastantes cosas inéditas. Diálogos como “Las primeras nubes” y numerosos cuadros de época que reflejan estilos ya periclitados, trasunto de una dedicación literaria que consumió muchas de sus horas mejores, aquellas de comunicación con los lectores o con los parientes. Mundo decimonónico que iba a resultar avasallado por el progreso. Una de sus particularidades, quizás la más sobresaliente, la de la amistad. Regino Escalera era en ese aspecto de un puritanismo exacerbado. Allá en dieciséis de Junio de 1912, envía una solicitud a su buen amigo el Excmo. Sr. Don Juan Navarro Reverter, Ministro de Hacienda, en la que se expresa así:

“Perdone el jefe ilustre que
hilvane yo esta instancia en versos,
recordando tiempo que fue mejor,
al fin, la poesía tiene algo de fragancia
y en sus frivolidades, de dulce resonancia,
un ruego impertinente esconde su rubor…”

De siempre, como un símbolo, su amistad con el gijonés Francisco Prendes-Pando:

“¿Creéis, Pachín amado, que
porque estoy tan lejos
de vuestra fiesta olvido el
mágico esplendor?
Os engañáis Don Paco,
nos quedan a los viejos
así como si fueran los pálidos reflejos
de las memorias de juvenil ardor…”

Y de siempre también su constante preocupación por las cosas vernáculas. Y unas coplillas populares, aquellas que dicen lo de:

“Al pasar por los Pilares
Me llevó el aire el sombrero
¡Adiós, sombrero del alma
Que te quedaste en Oviedo!

Bajo los arcos de piedra
Jurete yo amor constante
Y aquel amor se mantuvo
firme con los Pilares"


los que inspiran su poema “Por los Pilares de Oviedo”, que es remembranza de siempre clavada en el corazón y que ofrece a la estima de los lectores:

¡Ya lo sabéis!... Trajo el viento
mejor dicho, el huracán
ecos del Ayuntamiento
con este grito sangriento:
¡trastos viejos al desván!

Los ovetenses gentiles
vierten lágrimas a mares
firman protestas a miles
pues mandaron los ediles
que se tiren los Pilares.

¿Por qué? Porque son añejos
y piden befa y olvido.
servicios que ya están lejos
de nada vale a los viejos
la actividad que han tenido.

¡Caigan pues esas arcadas!
Nada al municipio arredra
ni piensa en glorias pasadas
viendo las calles cerradas
por un cinturón de piedra

Si hoy un París no es Vetusta
con plazas y bulevares,
su urbanización augusta
amplia, elegante y robusta,
¿quién lo impide?... Los Pilares.

¡Bah! Nos parece ese un cuento
¿Queréis ensanche? ensanchad
por otro lado al momento.
derribando el monumento
se mutila a la ciudad.

Que no es obra de arte?... Bene
es el argumento exiguo
y a los ediles conviene
eso es verdad, pero tiene
la pátina de lo antiguo.

Si lo echan abajo un día
pierde la ciudad de Fruela
su especial fisonomía
y queda triste y sombría.
ya verán lo que es canela.”

Nombres y más nombres en el dilatado camino de la amistad. De una amistad para la que conservó lo mejor de su inspiración y un afecto incuestionable demostrado a lo largo de toda su vida. Concurren aquí, junto con esa faceta que nos le muestra en la integridad de su carácter, el frío estadismo de sus cargos públicos que nos dicen que, en el desempeño del último, el de Subdirector de la Dirección de la Deuda, le llega su jubilación en octubre de 1913. Se cubre toda una trayectoria que comienza en Noreña, siguió en Pola de Siero, las Filipinas, Madrid, nuevamente Asturias, con largas estancias en Gijón y, por último –tras ser Jefe del Negociado de la Dirección de Contribuciones, Subdirector de Propiedades, Interventor de Clases Pasivas y Secretario del Tribunal Central del Ministerio de Hacienda-, el tránsito postrero que acaece en Madrid en diciembre de 1915.

Conoció las postrimerías del Imperio Español que se vino abajo tras la solapada y mezquina declaración de guerra yanqui en la que sólo nos cupo defender el honor de la Patria a costa de vidas heroicas. Regino, testigo de excepción de venturas y catástrofes, valedor de la hombría de bien en todo lo que ésta significa, supo y quiso ser fiel a sus principios. Su divisa era la del señorío. La justifican sus innumerables composiciones poéticas en las que hay como resonancias de tiempos románticos en las que el oro no lo es todo porque por encima de él, muy por encima, sobresalen los principios, la formación, el sentido del honor y otras muchas prendas que son algo tan grandioso que no hay cosa capaz de comparárselas.

Esclavo de ellas y de ese mundo –su mundo- con solera de siglos, Regino se extingue entre el tronar de los cañones que conmocionan a Europa, como antes en Cuba y Filipinas. Siglo trágico de una humanidad irresponsable que se desgarraba a sí misma apabullando mensajes líricos de amor, fraternidad y concordia. Regino Escalera o el deber y la poesía. Porque su postrer pálpito floreció en ramillete de versos, igual que siempre.

Después, mucho después, de los sucesos aquí referidos, alguien recordó su figura para rotular con su nombre una calle de su Noreña natal. Mínimo homenaje a quien como él, fue cigarra que repartió entre sus congéneres lo mejor de su vida con ejecutoria de dignidad.

Que mi modesto homenaje biográfico sea como siempreviva a la eterna memoria de su recuerdo.

Regino Vigil-Escalera y Suero-Carreño
(Regino Escalera)
Fotografía original, c. 1910


Dedicatoria del autor Patricio Adúriz:




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