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lunes, 30 de julio de 2007

CARTA A UN AMIGO

Amigo,

Muy impresionado por los intercambios de ideas de estos días, me senté ante mis libros a buscar en ellos, como siempre, comprensión, no explicación, no remedio, solamente comprensión. Creo que pasamos por la vida comparando nuestras vivencias y nuestras experiencias con las de los demás, bien sean contadas, bien sean relatadas, bien sean leídas, pero siempre tratando de compararlas y medirlas y ajustarlas a nuestras particulares condiciones. Creo que todos los dramas de la vida, todos los éxtasis de la mente, todas las fobias y todos los miedos están escritos ya, porque todos han sido vividos por alguien. Definitivamente no hay nada nuevo bajo el sol, todos los días con nuestras vida recreamos situaciones vividas por otros en otras oportunidades y en otras condiciones. Nuestro mentalismo lo que hace es reconocer la situación, analizarla, compararla y buscarle una salida a la crisis.

Por lo que vi y oí y por lo que sentí, entiendo, en la medida de mis posibilidades, los miedos y frustraciones por los que estás pasando, los entiendo con una claridad y una lucidez máxima. Pero, ¿cómo ayudarte a solucionarlos?. Es posible que conozca las soluciones radicales a ellos, pero muchas veces, demasiadas veces, las soluciones son peores que los problemas, los remedios son peores que las enfermedades. Si eso es así y las soluciones son peores que los problemas entonces debemos dedicarnos a tratar de racionalizar los problemas de modo que no requieran soluciones o, al menos, que no requieran soluciones radicales.

¿Solución radical para enfrentar el problema?, asumir tu personalidad ante la vida que empieza y enfrentar las consecuencias de asumirla. Pero una vez expuesta estás atado a ella y la vas a tener que defender aún a costa de otros racionalismos posteriores. Solución traumática, dolorosa y no garantiza la paz espiritual.

¿Solución lúcida?, seguir con el estudio y la introspección de tu personalidad ante la vida, analizar qué la afecta, qué sentimientos la están condicionando, primero en lo personal y después en lo que afecta a tu vida social. Tienes que analizar tus miedos. Todos vivimos con miedos porque el miedo es consustancial con el ser humano, es casi como el factor que nos ayuda a conservar la vida, la vida física y la vida mental. Yo creo que sin dolor y sin miedo viviríamos escasos segundos.

Y como siempre te digo debemos analizar y estudiar los sentimientos que nos afectan para que con su comprensión podamos adecuarlos a que la suma de todos ellos nos provean la paz espiritual que todos anhelamos y todos buscamos por tantos y tan diferentes modos y caminos.

¿A qué llamamos miedo? ¿De qué tenemos miedo? Bueno, el miedo es algo así como una perturbación de nuestro ánimo (nuestra alma, nuestro espíritu, nuestro aliento, nuestra disposición) por alguna cosa que nos amenaza o por algo que nuestra imaginación finge amenazar. Normalmente el miedo, así solo, no indica gran cosa, ni respecto a lo grave del peligro ni a la intensidad de la sensación y por eso lo calificamos: miedo cerval, miedo excesivo, miedo grandísimo, miedo irrefrenable. Y entre las categorías de su intensidad hablamos también de “temores” que son solamente recelos o sospechas de que va a ocurrir algo malo, no conocimientos ciertos, solo sospechas. Pero también hablamos de “pavor” cuando nos referimos al miedo con susto, con sobresalto y decimos que entramos en “pánico” cuando pensamos que nos atenaza un miedo tan grande que seguramente no tiene fundamento o que nosotros lo creemos así de grande.

Tú ayer entraste en pánico porque a tus miedos habituales les diste una magnitud tan grande, tan grande, que se vuelven irracionales e inmanejables. Quien entra en pánico se inmoviliza, queda inerme ante él, paralizada la mente y paralizado el intelecto y paralizado el cuerpo. Pero el constatar la presencia del miedo o de la presencia del pánico no es más que una consecuencia de la vivencia, una consecuencia del mundo de acción en el que todos vivimos. Ese mundo de acción lo integran los motivos, los sentimientos, los actos y el carácter de cada quien. Todos ellos están continuamente interactuando entre sí y lo deben hacer en equilibrio. No debemos permitir que unos tengan preeminencia sobre otros porque entonces seremos esclavos de sus excesos. Por más motivos que tengamos no debemos permitir que sometan a nuestros sentimientos y cambien nuestros actos y nuestro carácter. Los sentimientos no deben prevalecer sobre los motivos; y nuestros actos, propios de nuestro carácter, no deben condicionar los sentimientos. Este galimatías solo quiere expresar que debe haber un equilibrio entre todos ellos y de ese equilibrio salga la paz interior.

Nosotros somos nosotros, y nuestras circunstancias, y de ellas debemos sacar las fuerzas para enfrentar los peligros, sean reales o sean imaginarios. Sentiremos miedo pero nuestra natural impulsividad de salir adelante lo harán imperceptible. Sentiremos miedo pero nuestra confianza en nosotros mismos eliminará el miedo. Sentiremos miedo pero nuestro orgullo lo despreciará. Sentiremos miedo pero nuestra fuerza de ánimo, nuestra energía interior, lo disminuirán. Sentiremos miedo pero nuestra natural adecuación a sufrir lo aguantarán. Sentiremos miedo pero nuestro sentido de futuro lo enfrentará. Y sentiremos miedo pero una imprudencia salvatoria, lo olvidará.

Los miedos existen y deben existir, pero debemos cultivar las fortalezas que los minimizan porque si no lo hacemos así estamos expuestos a auténticos ataques de angustia, que es lo que creo que ayer te dio a ti, no un ataque de miedo sino un ataque de angustia. Cuando enfrentamos los problemas, y consideramos que estos tienen que ser resueltos, mantenemos disposiciones diversas ante ellos. Los eludimos, los aplazamos como esperando que la misma vida los resuelva en su transcurso, pero esto nos hace recorrer caminos sin “sentido”, sin rumbo, sin deriva y a lo mejor al cabo de todo descubrimos que todo ha sido un absurdo. Pero si enfrentamos los problemas entonces nos angustiamos por su posible no resolución y nos refugiamos en otras cosas para eludirlos. Nos refugiamos en soledades, nos refugiamos en el trabajo o nos refugiamos en lo que llamamos paraísos artificiales. Es esa angustia existencial de no saber que hacer con la propia existencia en relación con las responsabilidades que implican los vínculos sociales o afectivos de la persona. La angustia nos llega de la duda, de no saber que hacer con nuestra existencia, del desconocimiento de uno mismo o del futuro y del conocimiento o desconocimiento de uno mismo y de nuestras fuerzas para enfrentar todo esto. Nos angustiamos ante tantas preguntas sin fácil ni rápida respuesta. El gran problema es que nuestra lucidez nos permite mentalizar todas las preguntas que nos podemos hacer para las que quisiéramos tener todas las respuestas. El ejercicio de todas las libertades, que permiten todas las posibilidades que tenemos ante la vida, son las que nos producen la angustia vital. Nos sentimos responsables por todas y cada una de las libertades que se muestran ante nosotros y esa carga a veces puede ser abrumadora.

Debemos distinguir bien entre dos tipos de angustia, una la angustia vital que responde más o menos a las características que te describí arriba, pero esa angustia se puede transformar en angustia morbosa o patológica. La angustia normal procede de una decisión tuya, tu eliges el ejercicio de unas libertades y enfrentas las angustias derivadas. Pero si no aparece por tu ejercicio de la voluntad entonces pierdes libertades y la angustia es patológica. La angustia normal se produce solamente en nuestro mundo espiritual, la patológica produce trastornos en nuestro soma o cuerpo. La angustia normal o vital presiente la “nada”, la roza, la sobrevuela, pero la patológica siente un autentico “contacto con la nada” el vacío de todo tipo.

De este conocimiento sabemos que la angustia vital es beneficiosa pues desarrolla el ejercicio de las libertades aún con los sufrimientos que conlleva. La reflexión sobre uno mismo permite ir trazando el mundo futuro que se adecua mejor a su mundo interior. No somos dioses, no somos perfectos, no somos como todo el mundo exterior quisiera que fuésemos, pero nosotros debemos construir nuestra vida y nuestra imagen externa con lo que nosotros consideramos que a nosotros mismos nos da mayor bienestar. La vida es nuestra, no es del mundo exterior, nosotros la creamos, la amoldamos, la entendemos, la condicionamos, pero nosotros solos.

Es bueno vivir en angustia, es bueno vivir angustiados, pero vitalmente angustiados, lo cual quiere decir que estamos evaluando continuamente ejercicios de libertades, aunque muchos de esos ejercicios sean dolorosos y muchas veces nos cambien certezas por ansiedades. Pero hay que ser lúcidos para detectar cuando nuestras angustias vitales pueden estar cambiándose en angustias patológicas.

He encontrado a lo largo de los años lucidez en los libros, en la filosofía, en los tratados sobre ética, en prolijos estudios sobre la condición humana, en entender y comprender mis angustias vitales, algunas de las cuales he compartido contigo, pero no estoy preparado ni para detectar ni para calmar las angustias patológicas. Es bueno, como todo en la vida, el comunicarse, el solo hecho de hablar sobre ello o escribir sobre ello ya es una forma de liberación consciente. Es fácil la comunicación de nuestras más altas ilusiones, de nuestras más bajas pasiones, de nuestros más infantiles miedos, de nuestras más encendidas cóleras, de nuestros más escondidos odios, de nuestros sublimes momentos de creación lúcida y de nuestros más amargos momentos de vacío vital, cuando no hay condicionamientos hipócritas de la sociedad.

Que la lucidez te provea del suficiente conocimiento para entenderte y comprenderte a ti mismo en el desarrollo de tu personalidad cuando estés dispuesto a enfrentar la vida. No hay conocimiento sin sufrimiento, y ello es así porque si no, como bien dijo Emil Cioran:
“Si el sufrimiento no fuera un instrumento de conocimiento, el suicidio sería obligatorio”


Tu amigo

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