martes, 29 de julio de 2008

BOLÍVAR, SECESIONISTA DEL PERÚ


Simón José Antonio
de la Santísima Trinidad
Bolívar y Palacios

El Virreinato del Perú fue creado por el Rey borgoñón Carlos I de Castilla y V de Alemania, por medio de la Real Cédula firmada en Barcelona el 20 de noviembre de 1542, tras la Conquista del Perú realizada por las tropas de Francisco Pizarro. Se tomó como base a los territorios de las gobernaciones de Nueva Castilla y de Nueva Toledo, otorgadas a Francisco Pizarro y a Diego de Almagro, respectivamente, con posesión desde Panamá a Chile y del Pacífico hasta Buenos Aires.

La reorganización territorial llevada a cabo a lo largo del siglo XVIII, por el Rey angevino Felipe V, mediante la cual se desmembraron dos territorios del Virreinato del Perú para conformar otros dos: el Virreinato del Río de la Plata en 1776; y el Virreinato de Nueva Granada (o Virreinato de Santa Fe) en 1717, restaurado en 1739 tras un periodo de supresión, supuso la pérdida de gran parte del espacio territorial del Virreinato del Perú.

El Virreinato del Perú comprendió, al momento de su mayor extensión, gran parte de Sudamérica y parte de Centroamérica, pero, a lo largo del siglo XVIII, y hasta la emancipación de esas zonas respecto del poder español, apenas comprendía poco más de lo que hoy en día es el Perú. A principios del siglo XIX, el Virreinato del Perú, al ser la posesión más importante de la Corona española, y su más importante fuente de riqueza, se convirtió en el último bastión y centro imperial del dominio español en la América Hispana, hasta que sucumbió, finalmente, tras las decisivas campañas guerreras de Simón Bolívar y José de San Martín y Antonio José de Sucre.

Pero el Virreinato se dividía, a su vez, en las Reales Audiencias, que eran jurisdicciones para la administración de justicia en segunda instancia. Estas demarcaciones geográficas de su jurisdicción tuvieron, incluso, gobierno propio con funciones políticas, así el Virreinato del Perú se subdividió en las Reales Audiencias de: Real Audiencia de Panamá (1538), Real Audiencia de Lima (1543), Real Audiencia de Santa Fe de Bogotá (1549), Real Audiencia de La Plata de los Charcas (1559), Real Audiencia de Quito (1563), Real Audiencia de Chile (1563-1573; 1606), Real Audiencia de Buenos Aires (1661-1672; 1776) y Real Audiencia de Cuzco (1787).

Virreinato del Perú hacia 1750

La primera gran pérdida para la República Peruana será Guayaquil, zona unida siempre a Perú por lazos de cercanía, comercio y cultura. Una diversidad de Cédulas Reales documentan esta relación directa con el Perú. Es Guayaquil mucho más cercana en intereses a Lima que a Quito, y Bolívar lo que hace es anexionarla a la Gran Colombia. De acuerdo al tratado de 1809, que asignaba a las nacientes naciones americanas los territorios “uti possidetis iure”, “uti possidetis, ita posessionis”, es una expresión latina que significa: "como poseéis, así poseáis", la cual tiende a mantener las situaciones actuales hasta la decisión que corresponda en un conflicto de límites territoriales. Este importantísimo principio, que nos llega del derecho romano, será quien fije las fronteras de los nacientes países americanos por la emancipación. Guayaquil debía ser peruana ya que, en 1809, formaba parte de su territorio.

El 11 de Julio de 1822 entra Bolívar en Guayaquil y el 13 declara unilateralmente:

“Que acoge bajo la protección de la República de Colombia al pueblo de Guayaquil, encargándose del mando militar y político de esta ciudad y su provincia”
El 22 de Julio se da en Guayaquil la famosa “Conferencia de Guayaquil” entre San Martín y Bolívar. Cuando San Martín llega por el río Guayas a bordo de la goleta Macedonia, Bolívar le da la bienvenida y lo invita a desembarcar en “territorio colombiano”.

En esta conferencia tratan los dos generales sobre los cambios que estaban sucediendo en la sociedad americana y de cuales serían los rumbos de las naciones al acabar las guerras de emancipación. San Martín abogaba por permitir la supervivencia del viejo orden con una monarquía constitucional, al estilo inglés, como sistema político previamente respaldado por un referéndum popular. Por el contrario, Bolívar, no era partidario de consultar nada a la gente pues ya él tenía “el respaldo de los pueblos tras de sus decisiones”. El resto de la conferencia se uso en tratar, San Martin, de convencer a Bolívar de que ayudase en las luchas emancipadoras en Perú, cosa que Bolívar hizo con un escaso apoyo de 1800 hombres del acantonamiento de Guayaquil. Desilusionado San Martín abandona Guayaquil y se retira a Lima donde en Setiembre de 1822, una vez instalado el Congreso Constituyente, renuncia al Perú.



Monumento a la Entrevista de Guayaquil
en el Malecón de Guayaquil

La provincia de Puno, le pertenecía al Virreinato del Perú desde 1796, después de habérsela quitado a la Real Audiencia de Charcas y desde esas fechas es parte integrante del Perú. La Real Audiencia de Charcas pasa al control directo del Virrey del Perú entre 1806 y 1816 para evitar que cayese en manos de los movimientos emancipadores de Buenos Aires.

En 1821 el general español Pedro Antonio Olañeta Marquiegui (Elgueta-Vizcaya 1770-Tumusla-Bolivia 1825), conocido por sus enemigos como “el contrabandista” y furibundo absolutista partidario de Fernando VII, se opone al derrocamiento del Virrey Joaquín de la Pezuela y al nombramiento del Virrey La Serna, con lo cual mantiene un foco rebelde en el Alto Perú que fue combatido sin éxito por 5.000 soldados al mando del asturiano General Jerónimo Valdés y de Noriega. Al no tener éxito las tropas tuvieron que regresarse al norte para acabar derrotadas por Bolívar en Junín (6 agosto 1824) y por Sucre en Ayacucho (9 diciembre 1824). Olañeta, desde su posición de Charcas no acepta la Capitulación de Ayacucho de diciembre de 1824, y se retira a Potosí donde se proclamó a si mismo Virrey del Perú, aunque la corona no aceptó ese nombramiento. En Potosí resistió apropiándose de los fondos reales, los tesoros de las iglesias e incluso de las máquinas de la Ceca de Potosí donde se habían acuñado las famosas monedas llamadas “macuquinas” (de makkaikuna expresión quechua que significa golpeadas).


Macuquina de plata de Potosí, siglo XVIII
La resistencia duró hasta Enero de 1825 en que un ejército financiado por Perú, y compuesto fundamentalmente por peruanos, al mando del General Sucre, se enfrenta a Olañeta en el Alto Perú. Casi que como en un paseo triunfal, Sucre llega hasta La Paz y allí convoca a una Asamblea para que decida el futuro político del Alto Perú. Olañeta morirá en la batalla del Tumusla, el 1 de abril de 1825, donde cuentan las crónicas que solo se disparó un tiro, el que mató a Olañeta. Según algunas versiones, Olañeta morirá asesinado por alguien de la soldadesca que vengó la honra de su esposa y según otras versiones que durante el combate se despeñó con su caballo y se mató. En esta batalla fue enfrentado por el Coronel Carlos Medinaceli Lizarazu (NOTA 1) y sus valientes soldados chicheños. Este militar es el verdadero libertador de Charcas.


Coronel Carlos Medinaceli Lizarazu
(Tuctapari-Potosí 1779-Sucre 1841)

(NOTA 1)

Charcas le pertenecía enteramente al Virreinato de Buenos Aires, pero las circunstancias políticas imperantes permitieron esta curiosa segregación con la que Bolívar no estuvo para nada de acuerdo, sin tener más alternativa que acatar la voluntad de las gentes del altiplano. Consciente de lo que se venía encima, había escrito con molestia a Sucre desde Arequipa, el 15 de mayo de 1825:


"Estoy convencido de que nadie quedará conforme... y francamente puedo decirle que no me siento autorizado a dictar ese decreto y que sólo la fuerza de las circunstancias me obliga a aprobar su conducta, para apaciguar al Alto Perú, para contemporizar con el Río de la Plata, para probar los sentimientos liberales del Congreso del Perú y para mantener mi reputación de firme defensor de la soberanía popular y de la libertad de las instituciones"

Es difícil imaginar que Sucre tomase la decisión de convocar una Asamblea para decidir el futuro de esta región sin contar con la anuencia de Bolívar. En una carta de Sucre a Bolívar en abril de 1825 se puede leer:

“Los partidos están entre ser independientes o del Perú; a lo último se inclinan los hombres de más juicio”


Mariscal Antonio José de Sucre

En un principio Bolívar se oponía a la emancipación de este territorio pues temía que Quito quisiese lo mismo y con ello se desmembraría el sueño de la Gran Colombia, una sola nación sudamericana. Sucre no quería intervenir en lo que consideraba un avispero por los intereses contrapuestos de Perú y Buenos Aires. En enero de 1825 Bolívar le escribe a Sucre:

“Pero, amigo, no debemos dejar nada por hacer mientras que podamos, noble y justamente. Seamos los bienhechores y fundadores de tres grandes estados (sic), hagámonos dignos de la fortuna que nos ha cabido; mostremos a la Europa que hay hombres en América capaces de competir en gloria con los héroes del mundo antiguo. Mi querido general, llene V. su destino, ceda V. a la fortuna que le persigue, no se parezca V. a San Martín y a Itúrbide que han desechado la gloria que los buscaba. V. es capaz de todo, y no debe vacilar un momento en dejarse arrastrar por la fortuna que lo llama. V. es joven, activo y valiente, capaz de todo ¿qué más quiere V.? Una vida pasiva e inactiva es la imagen de la muerte, es el abandono a la vida; es anticipar la nada antes que llegue.”


Sucre cambia su opinión y apoya la creación de una nueva República. Sucre es elegido Presidente de la Asamblea Constituyente, cargo que asumió con vagas palabras de aceptación por las circunstancias, pero ejerció el poder de modo recio. ¿Qué lo había llevado a cambiar de opinión? Unos dicen que una ambición personal desmedida, otros dicen que fueron los halagos personales como la promesa del Congreso de decretar la construcción de una nueva ciudad a la que le darían su nombre. La ciudad no fue construida pero sí, al menos, le cambiaron el nombre a la antigua capital de Chuquisaca por el de Sucre.

El Congreso de 48 representantes fue elegido cuidadosamente para preservar los intereses de un grupo cuya cabeza visible era Jose Joaquín Casimiro Olañeta y Güemes, sobrino de Pedro Antonio Olañeta quien será el que induzca a Sucre a la emancipación de Charcas del gobierno del Perú.
José Joaquín Casimiro Olañeta
(Chuquisaca 1796, La Paz 1860)


La mayor parte de los congresistas eran terratenientes que buscaron más la defensa de sus privilegios que la visión política. Allí estaban reflejadas las tres tendencias: unos querían la anexión a Buenos Aires, otros a Perú y otros querían ser una nueva nación libre de las presiones de unos y otros.

El grupo de congresistas separatistas le pidió a Bolívar la redacción de una Constitución y le pidió también que le diese a la naciente república la ciudad de Arica, importante puerto de mar, en ese entonces perteneciente al Perú. Estos mismos representantes le comunicarían a Bolívar la decisión que ya supuestamente habían tomado de de darle el nombre a la nueva República como “República Bolívar” y otorgarle el mando supremo cuando estuviese allí residente, como así ocurrió en Chuquisaca el 6 de agosto de 1825.

Mediante un decreto se determinó que el nuevo Estado llevara el nombre de Bolívar, en homenaje al Libertador, quien a la vez es designado Padre de la República y Jefe Supremo del Estado. Un tiempo después el Congreso se reunió para cambiar el nombre de República Bolívar por el de República de Bolivia.

El pensamiento de Bolívar por estos tiempos era proclive hacía un gobierno fuerte centralizado. El más reciente biógrafo de Bolívar, John Lynch cuenta que Bolívar le comentó al Cónsul de Inglaterra en Lima:

“…que su corazón siempre latía a favor de la libertad, pero que su cabeza siempre se inclinaba hacia la aristocracia…. Si los principios de libertad se introducían con demasiada rapidez, la anarquía y la destrucción de los pobladores blancos serían las consecuencias más inevitables”

Bolívar, hasta este momento, no aceptaba de buen grado la independencia de este país, pero, lo que le conmovió profundamente fue la actitud de las masas populares. El 18 de agosto, a su llegada a La Paz hubo una verdadera manifestación de regocijo popular, jamás país alguno rindió mayor homenaje a un hombre. Esta expresión tan ferviente de la población, conmovió a Bolívar, quien, ahora de buen grado, aceptó la Presidencia de la República pero declinó la aceptación de la Presidencia de la República, para cuyo cargo insinuó el nombre del General Sucre. Bolívar llamó su "Hija Predilecta" a la nueva Nación. Demasiado para cualquier ego.

Bolívar no solamente le quiso anexar Arica a Bolivia sino también la, actualmente peruana, ciudad de Tacna y los territorios hasta la, actualmente chilena, ciudad de Tarapacá. De acuerdo al derecho esgrimido del “uti pòssidetis iure” Bolivia no tenía acceso al mar y con las actuales fronteras el acceso al mar solo era atravesando los Andes y después el desierto de Atacama, algo casi imposible por lo que Sucre consideraba anexar a la nueva República Bolívar casi 500 km. de costa peruana hasta la, actualmente, ciudad chilena de Iquique. Por un tratado de 1826 Perú le cede a Bolivia las ciudades de Tacna, Arica y Tarapacá a cambio de un pago de cinco millones de pesos y unos territorios de selva en la provincia de Apolobamba. Curioso tratado en el que el representante del Perú era un colombiano, Ortiz de Zeballos, que seguía precisas instrucciones verbales de Bolívar en esta negociación.

Es posible que para estos tiempos ya considerase Bolívar la imposibilidad de la Gran Colombia unida y que considerase que un Perú independiente de la Gran Colombia podría llegar a ser un temible adversario para sus ideales. El Presidente del Perú, General La Mar, rechazó el tratado, y al final todas las culpas recayeron en el pobre Ortiz de Zeballos cuando lo que había hecho era solo seguir las claras y precisas instrucciones verbales de Bolívar.


Secesión del Perú:
1-Separación de Guayaquil en 1822
2- Pretensión de anexar Maynas a Colombia
3- Creación de Bolivia en 1825
4-Pretensión de ceder la costa sur a Bolivia
5- Deseo de hacer dos estados del resto del Perú,
uno de ellos con capital en Arequipa

Prioridad en el pensamiento político de Bolívar era la unión de todas las naciones en una sola Federación que uniese a la Gran Colombia (Colombia y Venezuela) con Quito, con Perú y con Bolivia, pero, para un mejor control de la Federación, sería conveniente dividir al Perú en dos con la segregación de los departamentos sureños peruanos. La Constitución que había redactado para Bolivia sería la Constitución de la Federación, para lo cual necesitaba la aprobación de la Gran Colombia y la de Perú. La Federación quedaría así: La Gran Colombia con las provincias de Cundinamarca, Venezuela y Quito; Bolivia, y Perú con tres provincias, Cusco, Puno y Arequipa.
Con estas ideas Bolívar hubiese consumado la secesión del Perú, perdiendo el antiguo Virreinato las tierras de Guayaquil al norte, después, al sureste, el Alto Perú, y al sur, por la costa del Pacífico, hasta Antofagasta, además el triangulo formado por Arequipa-Puno-Cusco desgajado del Perú, y por último Iquitos y la selva amazónica entregados a Colombia.

Actualmente, el antiguo Virreinato del Perú, llega por el norte hasta Tumbes, frontera con Guayaquil, el departamento de Loreto (Capital Iquitos) que es frontera con Colombia y Brasil; por el sur hasta Tacna después de haber perdido en las guerras del pacífico (1879-1883) con Chile de Arica hasta Antofagasta; por el sureste la actual República de Bolivia.


Epílogo sobre Bolívar y el Perú


Las valoraciones en el Perú sobre la actuación de Bolívar en el antiguo Virreinato del Perú dan para todos los gustos. Hay allí, en el Perú, un Bolívar enaltecido, pero también un Bolívar escarnecido. Hay, efectivamente, un Bolívar eximio Libertador, un Bolívar cínico Dictador y un Bolívar pragmático Seccionador.

El historiador peruano Jorge Basadre Groghmann (Tacna 1903-Lima 1980) dice que Simón Bolívar fue muchos Bolívar que sucesivamente se iban muriendo:

“Bolívar, un joven romántico en 1804, diplomático en 1810, jacobino en 1813, paladín de la libertad en 1819, genio de la guerra en 1824, imperator en 1825 y 1826”

Más contundente es el historiador Herbert Morote quien lo califica así:

“Ebrio de gloria, amo de los territorios que había independizado, legislador ahora de ellos, el Libertador se lanzó a una campaña para perpetuarse en el poder que culminó con su constitución vitalicia y su intento de seguir despedazando al Perú para seguir siendo fuerte él”

Para el escritor peruano Félix C. Calderón el juicio de valor sobre Bolívar es:

“El Bolívar que aparece con la lectura de sus propias cartas disponibles es un hombre ambicioso que comete el grave error de manchar su incuestionable trayectoria libertaria con los sueños de opio de una dictadura perpetua, aun a costa de volver a hipotecar la independencia de los pueblos que había supuestamente libertado. No es el santo varón desprendido y desinteresado, ni un demiurgo consumado que solo busca sembrar paz y concordia entre los pueblos; sino un habilísimo taumaturgo del lenguaje que ha descubierto en las palabras la mejor manera de ocultar sus non sanctas intenciones”
“Inteligente sin duda, aunque menos estratega que impetuoso guerrero (si se recuerda lo que pasó en Puerto Cabello, en La Puerta y casi ocurre en Junín), nadie discute su destreza diplomática, ni su arrojo y perseverancia, tampoco su voluptuosa proclividad por el adulterio, sin por ello dejar de ser implacable con el adversario cuando quería. Autoritario, calculador, contradictorio, intrigante, vengativo, impulsivo, lenguaraz, impaciente, resuelto, cínico o estudiadamente despectivo, todo eso era Bolívar, a veces y al mismo tiempo. Vale decir, profundamente humano, con defectos que suelen magnificarse en muchos, desgraciadamente, cuando el poder es virtualmente absoluto. Y él no fue la excepción”

El ya citado biógrafo John Lynch en la parte final de su biografía de Bolívar comenta la última herejía que se quiere implantar en la interpretación de su vida política, el Bolívar socialista:

“Aprovechando las tendencias autoritarias que ciertamente existían en las acciones e ideas de Bolívar, los regímenes de Cuba y Venezuela han convertido al Libertador en el patrón de sus políticas, distorsionando sus ideas en el proceso. De este modo un régimen marxista se ha apropiado de las ideas bolivarianas de libertad e igualdad y ha encontrado en ellas un sustituto útil al fracasado modelo soviético, pese a que en realidad no tiene en muy alta estima ninguna de las dos. Y en Venezuela un régimen populista del siglo XXI ha buscado legitimarse políticamente aferrándose a Bolívar como un imán, una víctima más del hechizo del Libertador”

No es la primera ni será la última interesada interpretación de la historia.

Hoy el Perú, esa pujante nación, emblema y paradigma de la cultura hispanoamericana, cima del arte barroco colonial y ejemplo del mestizaje castellano, no vive de las glorias pasadas, ni alimenta hueros discursos patrioteros del pasado para exorcizar problemas del presente. Excepto por el laudo a unas glorias militares del siglo XIX hace mucho que le echó tierra a los sucesos del pasado.

En Venezuela, el hombre, Bolívar, despojado de todo, hasta de sus glorias, que tuvo que ir a morir en casa de un viejo hidalgo español, gaditano, Joaquín de Mier y Benítez, y con camisa prestada como cumpliendo un cruel destino al tener que hacerlo en casa de un español. Bolívar, aunque descansa en un mausoleo caraqueño, pareciera que necesitase hoy, con toda urgencia que, como en aquel famoso dicho del “regeneracionista” Joaquín Costa que se usaba en la rancia España, una de las dos que nos helaba el corazón:


“hace falta echarle doble llave al sepulcro del Cid”


(En 1898, España había fracasado como Estado guerrero, y yo le echaba doble llave al sepulcro del Cid para que no volviese a cabalgar)(Joaquín Costa)

Que se eche llave, que se cierre definitivamente el sepulcro del Cid significa que encerremos dentro de él todos los discursos de alabanzas al pasado glorioso que poco aportan al prosaico presente sumido en el atraso y la decadencia, sobre todo cuando se quiere reinterpretar el pasado para justificar el presente.


Hace falta que le echen no solo llave, sino candado también, al sepulcro de Bolívar y que dentro de ese broncíneo sarcófago y ebúrneo monumento marmóreo, junto con sus restos, se entierren los discursos que aún quieren reavivar las heridas del pasado. Ninguno de los venezolanos de hoy, ninguno de los españoles de hoy, ni grancolombianos, ni quiteños o guayaquileños, ni peruanos ni bolivianos, ni blancos ni mestizos ni zambos, somos responsables de los hechos de la historia del siglo XIX. No se nos convoque para el recuerdo de odios y rencillas y baldones, no se nos convoque para denostar sobre el pasado que aún sigue marcando el presente. Convóquesenos para seguir trabajando, todos unidos, los de antes y los de ahora, pardos y mantuanos, blancos y negros, españoles y canarios, godos o vascones, por un futuro mejor para todos. De las glorias pasadas, de los fastos y nefastos, de orgullos y prejuicios, viven los pueblos y las naciones que solo tienen pasado y nosotros queremos vivir en naciones y con pueblos que solo ansíen la transformación del pasado para un inmejorable futuro.


Simón Bolívar y Palacios, 1819



Simonis Bolivar

Cineres

Grata atque memor patriahic

condit et honorat


NOTA 1

La información referente al Coronel Medinaceli en cuanto a su participación en la historia de Bolivia, así como la foto, se deben al estudio e investigación histórica realizado por el potosino Don Julio Ortiz Linares quien sacó del anonimato los hechos y circunstancias y el retrato de tan insigne héroe boliviano y que plasmó en el libro "El Libertador de Charcas", publicado en la ciudad de Sucre, Bolivia, en 2005. La información escueta aparece muchas veces en Internet pero sin mencionar ni dar crédito a su autor. Considero de justicia que, tanto en las citas de internet, como en este humilde trabajo de divulgación, se dé cuenta del trabajo histórico, muchísimas veces callado y anónimo, de los historiadores como Don Julio Ortiza Linares, a quien le debemos el conocer los hechos tan importantes de la historia de Bolivia como los sucedidos en Charcas en el siglo XIX. Honor a quien honor merece.
Antonio R. Escalera B.





lunes, 7 de julio de 2008

BOLÍVAR, DICTADOR DEL PERÚ


El historiador peruano Ricardo Mariátegui Oliva lo expresó así de sucinto:


Bolívar siempre actuó dubitativamente: proclamó libertad y procedió como absolutista; sostuvo la soberanía del pueblo y trató de destruirla; invocó justicia y la proscribió; dimitió tres veces una autoridad temporal y electiva, procurando, en cambio, una perpetua y hereditaria”


El historiador, también peruano, Herbert Morote autor de un exitoso libro titulado “Bolívar, Libertador y enemigo Nº 1 del Perú” dice:

“… tras independizarnos en solo 15 meses, los 21 siguientes en vez de libertad sufrimos una brutal represión y la amputación de la mitad de nuestro antiguo territorio. Ninguna nación latinoamericana ha pagado tanto por su independencia”

¿Que ocurrió en Perú para que estos historiadores emitan tal opinión de Bolívar? Si este es el dicterio de unos historiadores, podemos imaginar cual es la opinión que quedó en la gente del común. Hablando con unos y otros, en Perú, cada cual tiene su opinión histórica, pero en todos es coincidente el criterio de la trayectoria dictatorial, e incluso tiránica, de quien primero los había emancipado.


El 20 de setiembre de 1822 se inaugura el Congreso Constituyente bajo la presidencia del cura Francisco Xavier Luna Pizarro. La mayor parte de los Congresistas eran abogados, 28, curas 26, médicos 8 y solamente 5 militares. El primer día se dedican a establecer la forma de gobierno, por un lado estaba la tesis de San Martín de una monarquía constitucional y por otro la de José Faustino Sánchez Carrión de una república constitucional. Al segundo día del Congreso los diputados se decidieron por la forma republicana compuesta por ciudadanos iguales todos ante la ley. Esta Constitución establece de que el Presidente de la República era elegido, por 4 años, por el Congreso (sin ser necesariamente congresista) a quien se sometía.

Otro dato interesante de esta Constitución es sobre la participación de la sociedad. Las corrientes del pensamiento filosófico-político de la época, no eran partidarias del voto universal, como ya lo había hecho la Constitución de Cádiz de 1812 al eliminar a los pardos y a los indígenas del derecho al voto. Pero la Constitución peruana de 1823 otorga el voto a todos, indígenas incluidos, menos a las mujeres y a los menores de edad.

El 2 de Setiembre de 1823 el Congreso Constituyente Peruano nombra a Bolívar “Suprema Autoridad” y el 11 de Noviembre, un día antes de proclamar la primera Constitución de la República Peruana, el Congreso Constituyente decreta la suspensión de todos los artículos de la Constitución que se opongan a los deseos de Bolívar. No podía tener la Constitución de 1823 menos vida propia, murió el día antes de nacer.

Hasta Marzo de 1824 Bolívar se dedica a la formación del ejército patriota junto con Sucre, Córdoba y Lara, con La Mar al mando de las tropas peruanas. El 6 de Agosto, en Junín, son derrotadas por primera vez las tropas españolas, que serán definitivamente derrotadas en la Pampa de la Quínua, en Ayacucho, el 9 de diciembre de 1824. Un año y tres meses después de llegar Bolívar se termina el Virreinato del Perú.

Aquí termina, junto con el Virreinato, el Bolívar militar y Libertador sin cuyo genio militar y estratégico la emancipación peruana se hubiese alargado por sabe Dios cuantos años más, si es que acaso hubiese llegado a conseguirse. Pero a la par que termina el Bolívar militar comienza el Bolívar dictador del Perú.

Simón Bolívar y Palacios


Una vez completada la independencia peruana, Bolívar convoca de nuevo al Congreso Constituyente el 10 de febrero de 1825, al cual asisten 56 de los 79 diputados, la mayoría suplentes, de los cuales 9 era colombianos. Este Congreso nombra a Bolívar “Padre y Salvador de la Patria” y ordena que se erija la estatua ecuestre en la plaza del Congreso, donde está actualmente, así como el pago, como una “pequeña demostración de reconocimiento” de una recompensa al Libertador de 1.000.000 de pesos, cantidad que representaba, más o menos, la tercera parte del presupuesto anual del Perú de la época. Para poder entender la magnitud de esta cifra, estimen que es equivalente al monto total de todas las expropiaciones de tierras, casas, minas y haciendas hechas a todos los españoles que se habían refugiado en el Real Felipe de El Callao. Y este dato proviene de una fuente tan confiable como la del Ministro de Hacienda de Bolívar en 1826. Además de la recompensa en efectivo, que rechazó con poco ánimo varias veces para al final aceptarla “a nombre de su familia” y que fue efectivamente cobrada por sus herederos, el Congreso también le regaló una espada de oro con 1.374 piedras preciosas, diamantes, esmeraldas y rubíes

Un Congreso totalmente entregado a los encantos de Bolívar le otorga aún más poder que el militar que ya tenía. Logra para el ejército Grancolombiano, y para él mismo, recompensas desmesuradas, así como le otorga a Bolívar el poder decidir sobre la suerte del Alto Perú y, la casi exacción, de aportar el Perú 6.000 soldados peruanos al ejercito unido de la Gran Colombia.


Espada regalada por la Municipalidad de Lima
al Libertador Simón Bolívar

Satisfechas todas las peticiones de Bolívar, el Congreso Constituyente da por terminadas sus sesiones y a partir de ese momento toda la autoridad de la República recaía en Bolívar. Bolívar gobernará el Perú por tres largos años en los que se le conocieron 11 diferentes gabinetes ministeriales aunque después optó por un solo Ministro o Secretario General de los Negocios de la República, puesto que ocupó en una oportunidad el angostureño Tomás de Heres quien había sido anteriormente expulsado del Perú por San Martín.



Tomás de Heres (Angostura 1795-1842)


El poder ejecutivo lo dejó en manos de un Consejo de Gobierno y le pidió al General La Mar que lo presidiese, pero este se negó causando el disgusto de Bolívar que quería a Sucre en el Alto Perú y a La Mar en el Perú.

Las actuaciones en la sociedad peruana se consideran hoy totalmente equivocadas en algunas de ellas, tal vez por desconocimiento de la realidad social del Perú. La sociedad Peruana de comienzos del XIX era muy diferente de la de Venezuela, que Bolívar conocía tan bien. En esa época, la clase baja peruana tenía un componente indígena puro muchísimo más importante que en Venezuela donde la clase baja estaba conformada por pardos y esclavos. En Perú existía una grandísima población indígena, no totalmente integrada a la cultura e idiosincrasia hispana, y que mantenía mucha de su cultura ancestral, la quechua y la aymara. Este estamento social no era, ni bien comprendido, ni bien aceptado por Bolívar. El eminente historiador John Lynch en su biografía de Bolívar nos refiere:

Los indígenas del Perú, a diferencia de los pardos y los negros, no ocupaban un lugar central en las preocupaciones de Bolívar “


Sabemos que Bolívar, por sus correspondencias, emitía juicios racistas como este contenido en la carta que desde Pativilca le envía a Francisco de Paula Santander el 9 de enero de 1824:

“Yo creo que he dicho a usted antes de ahora que los quiteños son los peores colombianos. El hecho es que siempre lo he pensado, y que se necesita un vigor triple allí que el que se emplearía en otra parte. Los Venezolanos son unos santos en comparación de esos malvados. Los quiteños y los peruanos son la misma cosa; viciosos hasta la infamia y bajos hasta el extremo. Los blancos tienen el carácter de los indios y los indios son todos truchimanes, todos ladrones, todos embusteros, todos falsos, sin ningún principio de moral que los guíe. Los Guayaquileños son mil veces mejores”



Francisco de Paula Santander y Omaña
(Cúcuta 1792 – Bogotá 1840)


Este tipo de expresiones contrasta con el decreto de San Martin del 27 de agosto de 1821 en que se prohibía el uso de palabras como “aborigen”, “indio” o “natural” y ordenaba que, solamente, se usase para ellos el nombre de “peruanos”.

En Abril de 1825, Bolívar, en uso de sus plenos poderes, dispone la anulación de la emancipación de los esclavos que había decretado San Martín y legisla un punitivo reglamento de trabajo y de castigos en las haciendas del Perú.

No obstante, Bolívar, el 4 de julio de 1825 emite un decreto proclamando:

1º Que la igualdad entre todos los ciudadanos es la base de la Constitución de la República.
2º Que esa igualdad es incompatible con el servicio personal que se ha exigido por la fuerza a los naturales indígenas y con las exacciones y malos tratamientos que por su estado miserable han sufrido estos en todos tiempos por parte de los jefes civiles, curas, caciques y aún hacendados.

Sin embargo, el 11 de agosto de 1826, Bolívar implanta de nuevo el tributo del indígena, que ya había sido eliminado por los españoles a raíz de la Constitución de 1812, aunque después recuperado por el Fernando VII absolutista y definitivamente derogado por San Martín el 27 de agosto de 1821.

Algunos autores defienden el decreto de Bolívar por la justificación de proveer recursos a un Estado casi en estado de insolvencia. Que el Estado estaba casi en quiebra es cierto, pero no justifica que se recurriese a un tributo solo por la raza y no por la cuantía de la riqueza del ciudadano. Estos tributos indígenas llegaron a representar el 35% del presupuesto de la República.

Curiosamente este tributo durará hasta el año 1852 cuando la República, en cuya presidencia estaba Ramón Castilla y Marquesado, se vio beneficiada por las nuevas exportaciones del guano. Por las mismas fechas es abolida definitivamente la esclavitud.

Ramón Castilla y Marquesado
Presidente del Perú
(Tarapacá 1797 – Tiviliche 1867)

A pesar de eso, el ejercito Grancolombiano se vio reforzado con gran número de indígenas del Ecuador y del Perú. Las primeras tropas peruanas para el ejército unido son aportadas después de la conferencia de Guayaquil. Después, un nuevo pedido de tropas al Libertador, por parte del primer Presidente de la República del Perú, tras la salida de San Martín, José de la Riva Agüero, ante el ataque de los realistas a Lima, Bolívar concede las tropas pero bajo la condición de que todas las bajas del ejército grancolombiano fuesen suplidas por peruanos.

Esta condición de auxilio fue un gran fraude pues se le exigió al Perú que se supliesen les bajas del ejercito grancolombiano no solo por muerte en acciones de guerra, sino por cualquier otro motivo, enfermedad e incluso deserción. Y la mayor parte de las bajas fue por deserción ya que, en un solo mes, llegaron a contarse cerca de 3.000 deserciones, mientras que en batalla, entre las batallas de Junín y de Ayacucho, apenas se perdieron 345 muertos y 699 heridos.

Se supone que entre 5.000 y 6.500 peruanos fueron desplazados hacia Colombia y Venezuela por causa de este tratado, y vagaron por el norte de Sudamérica hasta mediados del siglo XIX. Hoy se piensa que el traslado de estos reemplazos al norte era para la defensa de la Gran Colombia que ya enfrentaba sus primeros problemas internos.

Podemos leer, en muchas correspondencias de Bolívar de 1825, las órdenes para llevar estos reemplazos peruanos a Panamá, Venezuela y Colombia y la discreción que pedía a sus jefes para que la tropa no supiese hacia donde iba por el temor de que desertasen. Muchos de estos soldados, procedentes de la sierra peruana se vieron desplazados a las cálidas tierras tropicales de Colombia y Venezuela donde padecieron todo tipo de penalidades. Todo esto era conocido en el alto gobierno peruano por lo que el Presidente, Jose Domingo La Mar Cortázar, inició reclamaciones para la repatriación de estas tropas, labor que no se lograría completa hasta tan tarde como 1857.


José de la Mar Cortázar
Primer Presidente del Perú
(Cuenca, Ecuador, 1778 – Cartago, Costa Rica, 1830)

Todas las campañas de guerra en el Perú fueron pagadas con tributos y con ventas de tierras del estado, en muchos de los casos hasta por un tercio de su verdadero valor, con lo que la primera gran reforma agraria devino en el acrecentamiento de nuevos latifundios. De este venta indiscriminada de tierras solo se salvaron las tierras confiscadas a los españoles y que estaban laboradas por indígenas “yanaconas” (yanaconas eran los esclavos de los incas y después los que ejercían la servidumbre a los españoles)

En otro orden de ideas suele considerarse a Bolívar el propulsor de una Ley de Imprenta. Si bien la Ley contenía importantes logros en libertad de expresión, no es menos cierto que esta Ley nunca funcionó y que Bolívar fue un celoso defensor de su imagen que lo llevaba al irrespeto no disimulado de las formas, cuando no de los fondos, y que, al mejor entendimiento de lo que ocurre actualmente en estas tierras de su heredad, se permitía escribir cosas como esta que aparece en una carta de Bolívar a Tomás de Heres:


“…bueno sería dar un artículo en la Gaceta de Gobierno combatiendo a “El Sol” a nombre de un colombiano, diciendo que los colombianos no quieren estar más tiempo sin mí; y que los señores argentinos se pueden componer como quieran sin mí, puesto que son tan ingratos, y que el Libertador no debe meterse en nada tocante a Río de la Plata. Haga Vd. que el general Salom dé el artículo para que lo firme un oficial como Alzuru….el artículo debe decir todo con moderación y gracia, a fin de que pueda entrar en la Gaceta como remitido por un colombiano”

Y para más seguridad de que los comentarios fuesen siempre halagadores, Bolívar decide fundar un periódico, El Observador de Lima, eso si, con los dineros del estado. Parece que el ejemplo de Bolívar aún permanece en nuestros días.

De la España Virreinal la República hereda las minas del Perú, que en el antiguo régimen eran propiedad del Rey quien las cedía en usufructo a españoles o criollos que diesen garantías de una explotación eficiente y de que se preservase el pago del quinto real. Para asegurarse de todo esto el Rey autorizaba el uso de las “mitas” (mita en quechua significa turno de trabajo) que era el trabajo obligatorio de los indígenas por una tercera parte del año.


El Libertador en su gloria

Bolívar, en vez de considerar que lo que está debajo de la tierra es de los peruanos y promover la explotación por parte de ellos, adopta la misma práctica española y ahora las minas son propiedad de la República, y en consecuencia, a disposición de quien mande en la República, a su bien parecer. Bolívar entrega las minas peruanas a los ingleses, haciendo valer los ofrecimientos que ya había hecho en la Carta de Jamaica:


“Los montes de la Nueva Granada son de oro y plata, un corto número de mineralogistas explorarían más minas que las de Perú y Nueva España;
¡Que inmensas esperanzas presenta esta pequeña parte del Nuevo Mundo a la industria británica!”


Las concesiones de estas minas estuvieron llenas de maniobras, ardides y corrupción en modos y maneras que nada desdice de las que aún siguen ocurriendo en nuestras repúblicas modernas. El propio Bolívar propició los proyectos de la compañía británica Cochrane, la misma compañía arrendataria de sus minas del Valle de Aroa y a quien en 1825 proponía la venta de Aroa, una propiedad de 260 mil hectáreas. Cuando esto trataba Bolívar, con John Dundas Cochrane, no sabía el pobre inglés que la propiedad de las minas de Aroa aún estaba en litigio con los señores Lazo y Estévez.

Dentro del Perú comenzó la oposición a Bolívar encabezada por el arequipeño Francisco Xavier Luna Pizarro, quien había sido primer Presidente del Congreso Constituyente y quien apoyó a La Mar para Presidente de la República. Bolívar intenta por todos los medios que Luna Pizarro no esté en el Congreso y así escribe una carta al prefecto de Arequipa, general La Fuente:


” ¡Qué malditos diputados ha mandado Arequipa!
…Si Vd. Ama a su patria debería empeñarse en que varíe esta maldita diputación. Luna Pizarro engañó a Rivera Agüero, Luna Pizarro echó a Monteagudo y a San Martín, Luna Pizarro perdió a la Junta de Gobierno, por culpa de Luna Pizarro entró Torre-Tagle, por Luna Pizarro se perdió el Perú eternamente y por Luna Pizarro se volverá a perder, pues tales son sus intenciones”

Con diputados tan poco proclives a Bolívar, Bolívar consigue que el propio Congreso General, por él convocado, suspenda sus funciones y entre en receso.

Arequipa no le era favorable al Libertador. En una carta que Bolívar le dirigió a Hipólito Unanue, eminente catedrático de anatomía de la Universidad San Marcos de Lima y Ministro de Hacienda en el gobierno de Bolívar, asevera:


“Arequipa está llena de godos y de egoístas: aseguro a Vd. que con toda prevención favorable que les tenía, no me han gustado. Es el pueblo que menos ha sufrido por la patria y el que menos la quiere”


Al no poder el gobierno eliminar a los diputados de oposición, entonces recurre a invalidar los poderes de los diputados de Cusco, Lima y Arequipa. De todos modos la mayoría bolivariana termina por anular el Congreso. Por esas mismas fechas el gobierno le retira a los municipios el derecho de elegir a sus autoridades centralizando el poder de decisión en el propio gobierno. Después de eso el gobierno decreta que los prefectos convoquen a los Colegios Electorales de las provincias y que aprueben directamente la Constitución Vitalicia y el nombramiento de Bolívar como Presidente Vitalicio

En Lima crecía el descontento contra Bolívar y Bolívar veía conspiradores por todas partes, entre los supuestos conspiradores padecieron persecución el general Mariano Necochea, a pesar de haber luchado por la Independencia de Argentina, Chile y Perú. El no ser colombiano fue el gran baldón que hizo que fuese expulsado del Perú. Antes de irse devolvió las condecoraciones al gobierno de Bolívar pues del Perú solo quería llevarse “las heridas de guerra”.

Otro perseguido fue el General Guisse, un militar con una larga tradición que lo lleva desde servir a las órdenes del almirante Nelson hasta servir a las órdenes de San Martín como contraalmirante de la escuadra peruana. Héroe de muchas batallas, participó en el sitio de El Callao. Con unas acusaciones falsas es detenido en Guayaquil. Bolívar ordena remitirlo, por tierra, a Lima para ser juzgado. Cuando iba a mitad de camino Bolívar ordena regresarlo a Cuenca, en Ecuador, así lo mantenía lejos de Lima y del contacto con el resto de los disidentes. 17 meses después de ser apresado comenzó su juicio bajo Consejo de Guerra. Este Consejo de Guerra, después de que Bolívar pierde el poder en Perú en 1827, lo declara inocente. Guisse moriría al año siguiente luchando en Guayaquil contra las fuerzas de Bolívar.

Juan Félix de Berindoaga y Palomares, vizconde de San Donás, había sido ministro de Torre-Tagle a quien siguió al refugiarse en el Real Felipe de El Callao. Apresado cuando escapaba de las malas condiciones de vida existentes en el Real Felipe, es juzgado por haber negociado secretamente la entrega del Perú a los españoles mientras fue Ministro de Guerra, y condenado a muerte y ejecutado en la Plaza de Armas de Lima, a pesar de las solicitudes que se le hicieron a Bolívar de conmutación de la pena. Al día siguiente Bolívar organizó, en su residencia de la Magdalena, una gran fiesta con numerosos invitados. Bolívar le había cobrado, al parecer, que Berindoaga hubiese firmado, junto con otras personas de Lima, un escrito de rechazo a la dictadura del Libertador.

Otros nombres se unirán a estos, cada uno con su historia de oposición o conspiración, nombres como Bernardo Monteagudo, Hipólito Unanue, Manuel Lorenzo de Vidaurre, Jose María Pando y Jose Faustino Sánchez Carrión.

En Setiembre de 1826 Bolívar enfrenta problemas internos en la Gran Colombia, la delicada unión está por romperse en tantos pedazos como intereses hay en las naciones que la componen. El sueño de Bolívar está a punto de estallar y Bolívar se dirige hacia Colombia a bordo del bergantín “Congreso” mientras deja en el Perú un Consejo de Gobierno encargado de llevar adelante la imposición de la Constitución Vitalicia. Aquí comienza el principio del fin que acabará en la casa de un español en Santa Marta un triste día, el 17 de diciembre de 1830

El último bastión inexpugnable, contra la Constitución Vitalicia, fue la Corte Suprema de Justicia donde se logró que los magistrados no aprobasen la Constitución Vitalicia. Ante este hecho Bolívar presiona al Cabildo de Lima para que declare la validez de las actas de los Colegios Electorales. Esta misma presión la ejerce el gobierno contra todas las autoridades Limeñas, civiles, militares e incluso eclesiásticas para que todos juren fidelidad a la Constitución y Presidente Vitalicio.


Andrés Santa Cruz Calahumana
Presidente del Perú
(La Paz, Bolivia, 1795 – Versalles, Francia, 1865)

Las tropas de Lima se sublevan el 26 de Enero de 1827, cae el Consejo de Gobierno dejado por Bolívar y ante el descontento general y de conformidad con la solicitud presentada por el pueblo de Lima, el Presidente del Consejo de Gobierno, Andrés Santa Cruz Villavicencio, convocó el 27 de enero de 1827, un Congreso Constituyente Extraordinario, desconociendo de facto la Constitución Vitalicia de Bolívar y se convocan unas nuevas elecciones para la presidencia de la República. La dictadura de Bolívar había concluido.

Simón José Antonio Antonio

de la Santísima Trinidad

Bolívar y Palacios

(Caracas 1783, Santa Marta 1830)