Simón José Antonio de la Santísima Trinidad
Bolívar y Palacios
El Virreinato del Perú fue creado por el Rey borgoñón Carlos I de Castilla y V de Alemania, por medio de la Real Cédula firmada en Barcelona el 20 de noviembre de 1542, tras la Conquista del Perú realizada por las tropas de Francisco Pizarro. Se tomó como base a los territorios de las gobernaciones de Nueva Castilla y de Nueva Toledo, otorgadas a Francisco Pizarro y a Diego de Almagro, respectivamente, con posesión desde Panamá a Chile y del Pacífico hasta Buenos Aires.
La reorganización territorial llevada a cabo a lo largo del siglo XVIII, por el Rey angevino Felipe V, mediante la cual se desmembraron dos territorios del Virreinato del Perú para conformar otros dos: el Virreinato del Río de la Plata en 1776; y el Virreinato de Nueva Granada (o Virreinato de Santa Fe) en 1717, restaurado en 1739 tras un periodo de supresión, supuso la pérdida de gran parte del espacio territorial del Virreinato del Perú.
El Virreinato del Perú comprendió, al momento de su mayor extensión, gran parte de Sudamérica y parte de Centroamérica, pero, a lo largo del siglo XVIII, y hasta la emancipación de esas zonas respecto del poder español, apenas comprendía poco más de lo que hoy en día es el Perú. A principios del siglo XIX, el Virreinato del Perú, al ser la posesión más importante de la Corona española, y su más importante fuente de riqueza, se convirtió en el último bastión y centro imperial del dominio español en la América Hispana, hasta que sucumbió, finalmente, tras las decisivas campañas guerreras de Simón Bolívar y José de San Martín y Antonio José de Sucre.
Pero el Virreinato se dividía, a su vez, en las Reales Audiencias, que eran jurisdicciones para la administración de justicia en segunda instancia. Estas demarcaciones geográficas de su jurisdicción tuvieron, incluso, gobierno propio con funciones políticas, así el Virreinato del Perú se subdividió en las Reales Audiencias de: Real Audiencia de Panamá (1538), Real Audiencia de Lima (1543), Real Audiencia de Santa Fe de Bogotá (1549), Real Audiencia de La Plata de los Charcas (1559), Real Audiencia de Quito (1563), Real Audiencia de Chile (1563-1573; 1606), Real Audiencia de Buenos Aires (1661-1672; 1776) y Real Audiencia de Cuzco (1787).
Virreinato del Perú hacia 1750
La primera gran pérdida para la República Peruana será Guayaquil, zona unida siempre a Perú por lazos de cercanía, comercio y cultura. Una diversidad de Cédulas Reales documentan esta relación directa con el Perú. Es Guayaquil mucho más cercana en intereses a Lima que a Quito, y Bolívar lo que hace es anexionarla a la Gran Colombia. De acuerdo al tratado de 1809, que asignaba a las nacientes naciones americanas los territorios “uti possidetis iure”, “uti possidetis, ita posessionis”, es una expresión latina que significa: "como poseéis, así poseáis", la cual tiende a mantener las situaciones actuales hasta la decisión que corresponda en un conflicto de límites territoriales. Este importantísimo principio, que nos llega del derecho romano, será quien fije las fronteras de los nacientes países americanos por la emancipación. Guayaquil debía ser peruana ya que, en 1809, formaba parte de su territorio.
El 11 de Julio de 1822 entra Bolívar en Guayaquil y el 13 declara unilateralmente:
“Que acoge bajo la protección de la República de Colombia al pueblo de Guayaquil, encargándose del mando militar y político de esta ciudad y su provincia”
El 22 de Julio se da en Guayaquil la famosa “Conferencia de Guayaquil” entre San Martín y Bolívar. Cuando San Martín llega por el río Guayas a bordo de la goleta Macedonia, Bolívar le da la bienvenida y lo invita a desembarcar en “territorio colombiano”.
En esta conferencia tratan los dos generales sobre los cambios que estaban sucediendo en la sociedad americana y de cuales serían los rumbos de las naciones al acabar las guerras de emancipación. San Martín abogaba por permitir la supervivencia del viejo orden con una monarquía constitucional, al estilo inglés, como sistema político previamente respaldado por un referéndum popular. Por el contrario, Bolívar, no era partidario de consultar nada a la gente pues ya él tenía “el respaldo de los pueblos tras de sus decisiones”. El resto de la conferencia se uso en tratar, San Martin, de convencer a Bolívar de que ayudase en las luchas emancipadoras en Perú, cosa que Bolívar hizo con un escaso apoyo de 1800 hombres del acantonamiento de Guayaquil. Desilusionado San Martín abandona Guayaquil y se retira a Lima donde en Setiembre de 1822, una vez instalado el Congreso Constituyente, renuncia al Perú.
Monumento a la Entrevista de Guayaquil
en el Malecón de Guayaquil
La provincia de Puno, le pertenecía al Virreinato del Perú desde 1796, después de habérsela quitado a la Real Audiencia de Charcas y desde esas fechas es parte integrante del Perú. La Real Audiencia de Charcas pasa al control directo del Virrey del Perú entre 1806 y 1816 para evitar que cayese en manos de los movimientos emancipadores de Buenos Aires.
En 1821 el general español Pedro Antonio Olañeta Marquiegui (Elgueta-Vizcaya 1770-Tumusla-Bolivia 1825), conocido por sus enemigos como “el contrabandista” y furibundo absolutista partidario de Fernando VII, se opone al derrocamiento del Virrey Joaquín de la Pezuela y al nombramiento del Virrey La Serna, con lo cual mantiene un foco rebelde en el Alto Perú que fue combatido sin éxito por 5.000 soldados al mando del asturiano General Jerónimo Valdés y de Noriega. Al no tener éxito las tropas tuvieron que regresarse al norte para acabar derrotadas por Bolívar en Junín (6 agosto 1824) y por Sucre en Ayacucho (9 diciembre 1824). Olañeta, desde su posición de Charcas no acepta la Capitulación de Ayacucho de diciembre de 1824, y se retira a Potosí donde se proclamó a si mismo Virrey del Perú, aunque la corona no aceptó ese nombramiento. En Potosí resistió apropiándose de los fondos reales, los tesoros de las iglesias e incluso de las máquinas de la Ceca de Potosí donde se habían acuñado las famosas monedas llamadas “macuquinas” (de makkaikuna expresión quechua que significa golpeadas).
Macuquina de plata de Potosí, siglo XVIII
La resistencia duró hasta Enero de 1825 en que un ejército financiado por Perú, y compuesto fundamentalmente por peruanos, al mando del General Sucre, se enfrenta a Olañeta en el Alto Perú. Casi que como en un paseo triunfal, Sucre llega hasta La Paz y allí convoca a una Asamblea para que decida el futuro político del Alto Perú. Olañeta morirá en la batalla del Tumusla, el 1 de abril de 1825, donde cuentan las crónicas que solo se disparó un tiro, el que mató a Olañeta. Según algunas versiones, Olañeta morirá asesinado por alguien de la soldadesca que vengó la honra de su esposa y según otras versiones que durante el combate se despeñó con su caballo y se mató. En esta batalla fue enfrentado por el Coronel Carlos Medinaceli Lizarazu (NOTA 1) y sus valientes soldados chicheños. Este militar es el verdadero libertador de Charcas.
Coronel Carlos Medinaceli Lizarazu
(Tuctapari-Potosí 1779-Sucre 1841)
(NOTA 1)
Charcas le pertenecía enteramente al Virreinato de Buenos Aires, pero las circunstancias políticas imperantes permitieron esta curiosa segregación con la que Bolívar no estuvo para nada de acuerdo, sin tener más alternativa que acatar la voluntad de las gentes del altiplano. Consciente de lo que se venía encima, había escrito con molestia a Sucre desde Arequipa, el 15 de mayo de 1825:
"Estoy convencido de que nadie quedará conforme... y francamente puedo decirle que no me siento autorizado a dictar ese decreto y que sólo la fuerza de las circunstancias me obliga a aprobar su conducta, para apaciguar al Alto Perú, para contemporizar con el Río de la Plata, para probar los sentimientos liberales del Congreso del Perú y para mantener mi reputación de firme defensor de la soberanía popular y de la libertad de las instituciones"
Es difícil imaginar que Sucre tomase la decisión de convocar una Asamblea para decidir el futuro de esta región sin contar con la anuencia de Bolívar. En una carta de Sucre a Bolívar en abril de 1825 se puede leer:
“Los partidos están entre ser independientes o del Perú; a lo último se inclinan los hombres de más juicio”
Mariscal Antonio José de Sucre
En un principio Bolívar se oponía a la emancipación de este territorio pues temía que Quito quisiese lo mismo y con ello se desmembraría el sueño de la Gran Colombia, una sola nación sudamericana. Sucre no quería intervenir en lo que consideraba un avispero por los intereses contrapuestos de Perú y Buenos Aires. En enero de 1825 Bolívar le escribe a Sucre:
“Pero, amigo, no debemos dejar nada por hacer mientras que podamos, noble y justamente. Seamos los bienhechores y fundadores de tres grandes estados (sic), hagámonos dignos de la fortuna que nos ha cabido; mostremos a la Europa que hay hombres en América capaces de competir en gloria con los héroes del mundo antiguo. Mi querido general, llene V. su destino, ceda V. a la fortuna que le persigue, no se parezca V. a San Martín y a Itúrbide que han desechado la gloria que los buscaba. V. es capaz de todo, y no debe vacilar un momento en dejarse arrastrar por la fortuna que lo llama. V. es joven, activo y valiente, capaz de todo ¿qué más quiere V.? Una vida pasiva e inactiva es la imagen de la muerte, es el abandono a la vida; es anticipar la nada antes que llegue.”
Sucre cambia su opinión y apoya la creación de una nueva República. Sucre es elegido Presidente de la Asamblea Constituyente, cargo que asumió con vagas palabras de aceptación por las circunstancias, pero ejerció el poder de modo recio. ¿Qué lo había llevado a cambiar de opinión? Unos dicen que una ambición personal desmedida, otros dicen que fueron los halagos personales como la promesa del Congreso de decretar la construcción de una nueva ciudad a la que le darían su nombre. La ciudad no fue construida pero sí, al menos, le cambiaron el nombre a la antigua capital de Chuquisaca por el de Sucre.
El Congreso de 48 representantes fue elegido cuidadosamente para preservar los intereses de un grupo cuya cabeza visible era Jose Joaquín Casimiro Olañeta y Güemes, sobrino de Pedro Antonio Olañeta quien será el que induzca a Sucre a la emancipación de Charcas del gobierno del Perú.
José Joaquín Casimiro Olañeta
(Chuquisaca 1796, La Paz 1860)
La mayor parte de los congresistas eran terratenientes que buscaron más la defensa de sus privilegios que la visión política. Allí estaban reflejadas las tres tendencias: unos querían la anexión a Buenos Aires, otros a Perú y otros querían ser una nueva nación libre de las presiones de unos y otros.
El grupo de congresistas separatistas le pidió a Bolívar la redacción de una Constitución y le pidió también que le diese a la naciente república la ciudad de Arica, importante puerto de mar, en ese entonces perteneciente al Perú. Estos mismos representantes le comunicarían a Bolívar la decisión que ya supuestamente habían tomado de de darle el nombre a la nueva República como “República Bolívar” y otorgarle el mando supremo cuando estuviese allí residente, como así ocurrió en Chuquisaca el 6 de agosto de 1825.
Mediante un decreto se determinó que el nuevo Estado llevara el nombre de Bolívar, en homenaje al Libertador, quien a la vez es designado Padre de la República y Jefe Supremo del Estado. Un tiempo después el Congreso se reunió para cambiar el nombre de República Bolívar por el de República de Bolivia.
El pensamiento de Bolívar por estos tiempos era proclive hacía un gobierno fuerte centralizado. El más reciente biógrafo de Bolívar, John Lynch cuenta que Bolívar le comentó al Cónsul de Inglaterra en Lima:
“…que su corazón siempre latía a favor de la libertad, pero que su cabeza siempre se inclinaba hacia la aristocracia…. Si los principios de libertad se introducían con demasiada rapidez, la anarquía y la destrucción de los pobladores blancos serían las consecuencias más inevitables”
Bolívar, hasta este momento, no aceptaba de buen grado la independencia de este país, pero, lo que le conmovió profundamente fue la actitud de las masas populares. El 18 de agosto, a su llegada a La Paz hubo una verdadera manifestación de regocijo popular, jamás país alguno rindió mayor homenaje a un hombre. Esta expresión tan ferviente de la población, conmovió a Bolívar, quien, ahora de buen grado, aceptó la Presidencia de la República pero declinó la aceptación de la Presidencia de la República, para cuyo cargo insinuó el nombre del General Sucre. Bolívar llamó su "Hija Predilecta" a la nueva Nación. Demasiado para cualquier ego.
Bolívar no solamente le quiso anexar Arica a Bolivia sino también la, actualmente peruana, ciudad de Tacna y los territorios hasta la, actualmente chilena, ciudad de Tarapacá. De acuerdo al derecho esgrimido del “uti pòssidetis iure” Bolivia no tenía acceso al mar y con las actuales fronteras el acceso al mar solo era atravesando los Andes y después el desierto de Atacama, algo casi imposible por lo que Sucre consideraba anexar a la nueva República Bolívar casi 500 km. de costa peruana hasta la, actualmente, ciudad chilena de Iquique. Por un tratado de 1826 Perú le cede a Bolivia las ciudades de Tacna, Arica y Tarapacá a cambio de un pago de cinco millones de pesos y unos territorios de selva en la provincia de Apolobamba. Curioso tratado en el que el representante del Perú era un colombiano, Ortiz de Zeballos, que seguía precisas instrucciones verbales de Bolívar en esta negociación.
Es posible que para estos tiempos ya considerase Bolívar la imposibilidad de la Gran Colombia unida y que considerase que un Perú independiente de la Gran Colombia podría llegar a ser un temible adversario para sus ideales. El Presidente del Perú, General La Mar, rechazó el tratado, y al final todas las culpas recayeron en el pobre Ortiz de Zeballos cuando lo que había hecho era solo seguir las claras y precisas instrucciones verbales de Bolívar.
Secesión del Perú:
1-Separación de Guayaquil en 1822
2- Pretensión de anexar Maynas a Colombia
3- Creación de Bolivia en 1825
4-Pretensión de ceder la costa sur a Bolivia
5- Deseo de hacer dos estados del resto del Perú,
uno de ellos con capital en Arequipa
Prioridad en el pensamiento político de Bolívar era la unión de todas las naciones en una sola Federación que uniese a la Gran Colombia (Colombia y Venezuela) con Quito, con Perú y con Bolivia, pero, para un mejor control de la Federación, sería conveniente dividir al Perú en dos con la segregación de los departamentos sureños peruanos. La Constitución que había redactado para Bolivia sería la Constitución de la Federación, para lo cual necesitaba la aprobación de la Gran Colombia y la de Perú. La Federación quedaría así: La Gran Colombia con las provincias de Cundinamarca, Venezuela y Quito; Bolivia, y Perú con tres provincias, Cusco, Puno y Arequipa.
Con estas ideas Bolívar hubiese consumado la secesión del Perú, perdiendo el antiguo Virreinato las tierras de Guayaquil al norte, después, al sureste, el Alto Perú, y al sur, por la costa del Pacífico, hasta Antofagasta, además el triangulo formado por Arequipa-Puno-Cusco desgajado del Perú, y por último Iquitos y la selva amazónica entregados a Colombia.
Actualmente, el antiguo Virreinato del Perú, llega por el norte hasta Tumbes, frontera con Guayaquil, el departamento de Loreto (Capital Iquitos) que es frontera con Colombia y Brasil; por el sur hasta Tacna después de haber perdido en las guerras del pacífico (1879-1883) con Chile de Arica hasta Antofagasta; por el sureste la actual República de Bolivia.
Epílogo sobre Bolívar y el Perú
Las valoraciones en el Perú sobre la actuación de Bolívar en el antiguo Virreinato del Perú dan para todos los gustos. Hay allí, en el Perú, un Bolívar enaltecido, pero también un Bolívar escarnecido. Hay, efectivamente, un Bolívar eximio Libertador, un Bolívar cínico Dictador y un Bolívar pragmático Seccionador.
El historiador peruano Jorge Basadre Groghmann (Tacna 1903-Lima 1980) dice que Simón Bolívar fue muchos Bolívar que sucesivamente se iban muriendo:
“Bolívar, un joven romántico en 1804, diplomático en 1810, jacobino en 1813, paladín de la libertad en 1819, genio de la guerra en 1824, imperator en 1825 y 1826”
Más contundente es el historiador Herbert Morote quien lo califica así:
“Ebrio de gloria, amo de los territorios que había independizado, legislador ahora de ellos, el Libertador se lanzó a una campaña para perpetuarse en el poder que culminó con su constitución vitalicia y su intento de seguir despedazando al Perú para seguir siendo fuerte él”
Para el escritor peruano Félix C. Calderón el juicio de valor sobre Bolívar es:
“El Bolívar que aparece con la lectura de sus propias cartas disponibles es un hombre ambicioso que comete el grave error de manchar su incuestionable trayectoria libertaria con los sueños de opio de una dictadura perpetua, aun a costa de volver a hipotecar la independencia de los pueblos que había supuestamente libertado. No es el santo varón desprendido y desinteresado, ni un demiurgo consumado que solo busca sembrar paz y concordia entre los pueblos; sino un habilísimo taumaturgo del lenguaje que ha descubierto en las palabras la mejor manera de ocultar sus non sanctas intenciones”
“Inteligente sin duda, aunque menos estratega que impetuoso guerrero (si se recuerda lo que pasó en Puerto Cabello, en La Puerta y casi ocurre en Junín), nadie discute su destreza diplomática, ni su arrojo y perseverancia, tampoco su voluptuosa proclividad por el adulterio, sin por ello dejar de ser implacable con el adversario cuando quería. Autoritario, calculador, contradictorio, intrigante, vengativo, impulsivo, lenguaraz, impaciente, resuelto, cínico o estudiadamente despectivo, todo eso era Bolívar, a veces y al mismo tiempo. Vale decir, profundamente humano, con defectos que suelen magnificarse en muchos, desgraciadamente, cuando el poder es virtualmente absoluto. Y él no fue la excepción”
El ya citado biógrafo John Lynch en la parte final de su biografía de Bolívar comenta la última herejía que se quiere implantar en la interpretación de su vida política, el Bolívar socialista:
“Aprovechando las tendencias autoritarias que ciertamente existían en las acciones e ideas de Bolívar, los regímenes de Cuba y Venezuela han convertido al Libertador en el patrón de sus políticas, distorsionando sus ideas en el proceso. De este modo un régimen marxista se ha apropiado de las ideas bolivarianas de libertad e igualdad y ha encontrado en ellas un sustituto útil al fracasado modelo soviético, pese a que en realidad no tiene en muy alta estima ninguna de las dos. Y en Venezuela un régimen populista del siglo XXI ha buscado legitimarse políticamente aferrándose a Bolívar como un imán, una víctima más del hechizo del Libertador”
No es la primera ni será la última interesada interpretación de la historia.
Hoy el Perú, esa pujante nación, emblema y paradigma de la cultura hispanoamericana, cima del arte barroco colonial y ejemplo del mestizaje castellano, no vive de las glorias pasadas, ni alimenta hueros discursos patrioteros del pasado para exorcizar problemas del presente. Excepto por el laudo a unas glorias militares del siglo XIX hace mucho que le echó tierra a los sucesos del pasado.
En Venezuela, el hombre, Bolívar, despojado de todo, hasta de sus glorias, que tuvo que ir a morir en casa de un viejo hidalgo español, gaditano, Joaquín de Mier y Benítez, y con camisa prestada como cumpliendo un cruel destino al tener que hacerlo en casa de un español. Bolívar, aunque descansa en un mausoleo caraqueño, pareciera que necesitase hoy, con toda urgencia que, como en aquel famoso dicho del “regeneracionista” Joaquín Costa que se usaba en la rancia España, una de las dos que nos helaba el corazón:
“hace falta echarle doble llave al sepulcro del Cid”
(En 1898, España había fracasado como Estado guerrero, y yo le echaba doble llave al sepulcro del Cid para que no volviese a cabalgar)(Joaquín Costa)
Que se eche llave, que se cierre definitivamente el sepulcro del Cid significa que encerremos dentro de él todos los discursos de alabanzas al pasado glorioso que poco aportan al prosaico presente sumido en el atraso y la decadencia, sobre todo cuando se quiere reinterpretar el pasado para justificar el presente.
Hace falta que le echen no solo llave, sino candado también, al sepulcro de Bolívar y que dentro de ese broncíneo sarcófago y ebúrneo monumento marmóreo, junto con sus restos, se entierren los discursos que aún quieren reavivar las heridas del pasado. Ninguno de los venezolanos de hoy, ninguno de los españoles de hoy, ni grancolombianos, ni quiteños o guayaquileños, ni peruanos ni bolivianos, ni blancos ni mestizos ni zambos, somos responsables de los hechos de la historia del siglo XIX. No se nos convoque para el recuerdo de odios y rencillas y baldones, no se nos convoque para denostar sobre el pasado que aún sigue marcando el presente. Convóquesenos para seguir trabajando, todos unidos, los de antes y los de ahora, pardos y mantuanos, blancos y negros, españoles y canarios, godos o vascones, por un futuro mejor para todos. De las glorias pasadas, de los fastos y nefastos, de orgullos y prejuicios, viven los pueblos y las naciones que solo tienen pasado y nosotros queremos vivir en naciones y con pueblos que solo ansíen la transformación del pasado para un inmejorable futuro.
Simón Bolívar y Palacios, 1819
Simonis Bolivar
Cineres
Grata atque memor patriahic
condit et honorat
NOTA 1
La información referente al Coronel Medinaceli en cuanto a su participación en la historia de Bolivia, así como la foto, se deben al estudio e investigación histórica realizado por el potosino Don Julio Ortiz Linares quien sacó del anonimato los hechos y circunstancias y el retrato de tan insigne héroe boliviano y que plasmó en el libro "El Libertador de Charcas", publicado en la ciudad de Sucre, Bolivia, en 2005. La información escueta aparece muchas veces en Internet pero sin mencionar ni dar crédito a su autor. Considero de justicia que, tanto en las citas de internet, como en este humilde trabajo de divulgación, se dé cuenta del trabajo histórico, muchísimas veces callado y anónimo, de los historiadores como Don Julio Ortiza Linares, a quien le debemos el conocer los hechos tan importantes de la historia de Bolivia como los sucedidos en Charcas en el siglo XIX. Honor a quien honor merece.
Antonio R. Escalera B.
Sr. Escalera: he leído su comentario y me parece muy interesante, pero lo que no me parece interesante es que Ud. haya publicado una fotografia del Cnl. Medinaceli que yo utilizo en la tapa de mi libro intitulado "El libertador de Charcas" donde doy a conocer, por primera vez en mi país, la verdadera liberación nacional documentada y llevada al libro, pues hasta hoy no hay otro libro que se haya dedicado exclusivamente como tema central de la investigación, la liberación de mi patria, en cuya fuente seguro estoy Ud. basó su comentario. Le hago saber que la imagen lo descubrí luego de una intensa búsqueda que me llevó mucho tiempo hasta que lo ubiqué en el mismo lugar donde pasó su vida el coronel Medinaceli y que nadie, absolutamenete nadie sabía de él hasta que yo llegué con mis investigaciones que me costaron algo más de ocho años. Así que le pido, por un mínimo de ética personal, destacar el origen o la fuente de la imagen o de lo contrario dígame donde lo obtuvo para pedirle disculpas si acaso yo miento. Por otro lado, debo decirle que para llegar al retrato es una historia muy larga cuyos testigos viven y están allí, en el lugar donde está la imagen y donde vivió el verdadero libertador de Bolivia o alto perú. Aguardaré su respuesta.
ResponderEliminarSr. Julio
ResponderEliminarNo sabe cuanto lamento ser motivo de sus justas críticas. Encontré la foto en Internet y no aprecié la importancia de su aparicion. de haberlo sabido hubiese destacado su trabajo historico para su localizacion. Si, por favor, me sumisnitra sus datos completos los añado como referencia al artículo in comento.
Lamento no haberle contestado antes pero apenas hoy es que vi su comentario.
Disculpeme, una vez mas,. y me encantaria poder intercambiar informacion con Ud.
Lo saludo atte.