martes, 31 de julio de 2007
AQUELLOS INCA_PACES ESPAÑOLES
Mi primer día en Cusco se vaticinaba como el de la contemplación de la explosión del esplendor barroco del Virreinato del Perú. Unas españolísimas calles estrechas, llenas de casonas hidalgas, parecían presagiar la vista de una ciudad castellana. A primera vista la plaza de Armas de Cusco no es nada diferente a una plaza de Castilla. Porticada totalmente, si acaso, llama la atención que cuenta esta gran plaza con dos eminentes iglesias, la Catedral y la suntuosa iglesia de los Jesuitas, junto con la Capilla de San Ignacio. Es la de los Jesuitas de una magnificencia tal que opaca a la Catedral. Pero con paso acelerado quiero conocer primero el convento de Santo Domingo del Cusco, el antiguo templo Inca de Korikancha, o templo del sol.
No suelo ir a conocer los lugares turísticos de interés artístico acompañado de guías, en parte porque los españoles somos perfectamente individualistas y no nos gusta andar en rebaños gregarios y porque, principalmente, suelo documentarme bien antes de ir al sitio para saber que voy a encontrar. Pero la cantidad de gente que había en Korikancha, en esta fría y luminosa mañana cusqueña, me empujaba a formar parte de un pequeño grupo que era “aleccionado e instruido” por un guía de clara ascendencia mestiza, el cual iba desgranando las mismas tonteras y lugares comunes sobre la conquista española que los libros de texto hispanoamericanos y los discursos de los seudopolíticos suelen usar, eso sí, todo lo denostado fue dicho en un sonoro idioma castellano que siempre hace que me sirva de feliz consuelo saber que, para poder decir todo lo que dicen contra los españoles, lo dicen en su lengua materna española, el más emblemático signo de la transculturización. Pero los mitos, los lugares comunes y las leyendas negras y grises dan colorido al discurso del infatuado guía que se crece lanzando anatemas sobre los españoles y la cultura hispánica.
En el clímax de su discurso muestra orgullosamente los muros del Templo del Sol, Korikancha, y explica profusamente las técnicas constructivas incas. Muestra los primeros dos metros y medio de construcción con todos los bloques incas y muestra la parte superior donde comienza la construcción de los españoles del siglo XVI . Y todo ufano explica a los sorprendidos turistas, señalando a la parte baja, la inca, y después a la parte superior, la española:
“Esta parte baja es la parte Inca…. y esta de arriba es la de los Inca_paces”
Y para refutación de si mismo, el subjetivo guía lo que estaba señalando, como hecho por los Inca_paces españoles, era un bellísimo y armónico arco de medio punto que soportaba, junto con otros del mismo tenor, una cúpula impresionante que cerraba toda la construcción. Los capaces Incas no conocían ni el arco de medio punto, ni siquiera la rueda, y este “aflautado tenor de los grillos”, guía oficial de arte, (carrera universitaria en Perú), nos atribuye a nosotros, la incapacidad. Ni unos fueron más ni los otros lo fueron menos. Es maravillosa la construcción inca, la perfección en el tallado y unión de los bloques y la perfecta disposición de puertas y dinteles, o la inclinación de sus muros para soportar los habituales terremotos de la zona, pero no lo era menos el solapamiento de técnicas constructivas con atrevidos arcos para los mismos terremotos, y artes visuales que conjugaban perfectamente la unión de dos culturas. O el mejoramiento de las técnicas constructivas para resistir los habituales terremotos de la zona con la aparición de ciertos patrones estéticos, al tiempo que conducían al desarrollo de técnicas constructivas especialmente resistentes a los movimientos sísmicos como la quincha que es un entramado de cañas atadas con cordobanes unidos con barro.
Así como el barroco se imbrica perfectamente con el gótico y el románico en Santiago de Compostela, así se imbrican incas y renacentistas en el siglo XVI en el virreinato de Nueva Castilla, posteriormente Virreinato del Perú. Durante el siglo XVI, en estas obras, se suman elementos procedentes de la arquitectura mudéjar (mudéjar es la puerta del recibo de este convento y mudéjar es el artesonado de la escalera de la Iglesia y Convento de San Francisco en Lima, y los alfarjes del mismo sitio y el alicatado claustro del mismo convento, obra de los mejores alarifes mestizos) y también gótica y renacentista, a los que posteriormente se añaden otros, como el manierista y barroco y hasta el rococó.
Korikancha, parte baja muro del Templo del Sol (c.s. XIII)
y parte alta arco de medio punto (s. XVI)
Después de esta “boutade” del orgulloso guía, se hizo más fuerte en mí el mejor entendimiento de lo que representó y representa la cultura hispánica en la cultura americana, y en la cultura occidental en general, y también entendí que debemos difundir los verdaderos alcances de la transculturización castellana a tierras americanas, que no debemos dejar seguir fluyendo conceptos históricos como el de este guía peruano. La primera Universidad que se funda en América la fundan los españoles en Santo Domingo, el 28 de octubre de 1538, por una bula de Carlos V; esto es sintomático de lo que Castilla entendía como transferencia cultural de unos pueblos a otros, transferimos lo mejor y lo más capaz de nuestra cultura y en un mestizaje, que no sólo fue genético, floreció un arte nuevo que después se dio en llamar Barroco Americano, Escuelas Limeñas, Arequipeñas y Cusqueñas de pintura, canteros, constructores, historiadores, poetas, cronistas, músicos, todos ellos mezclaron en feliz confluencia lo mejor de los capaces españoles y los capaces incas o aymaras o quechuas.
Confieso que me ha llevado a Perú, por segunda vez, la contemplación del arte colonial, el Barroco Limeño y el Arequipeño y, por supuesto, la escuela de pintura Cusqueña. Pero no hay modo de ver arte barroco sin ver arte inca. No hay modo de separar las artes, como no hay modo de separar las culturas que, imbricadas unas en otras, van recreciéndose, fagocitando lo mejor de cada de una de ellas y progresando hacia los siguientes estadios del arte. No hay un arte gótico sin un arte románico y este sin uno asturiano o prerrománico. Unos se van superponiendo a otros creando unas mezclas y unos mestizajes culturales que lo único que pueden es asombrarnos por tan felices solapamientos culturales.
España es un crisol de culturas, en todas los ámbitos de la palabra cultura, nuestra literatura es una acumulación de estilos, nuestra arquitectura es una lógica continuación de los estilos y soluciones arquitectónicas, por las que, en una iglesia cristiana, construida con las mejores artes del románico, no dejamos de ver los arcos de herradura que el islamismo introdujo profusamente en toda nuestra geografía. Y así, la catedral de Santiago de Compostela será románica y será gótica y después barroca, todos los estilos conjugados y armónicamente dispuestos. La Mezquita de Córdoba es otro de los gráficos ejemplos de conjunciones de diversos artes, o la Giralda de Sevilla. Hay cientos de ejemplos de este tenor porque la cultura es, precisamente, la adición continua de los modos y costumbres o soluciones artísticas que la época proveía.
El imperio incaico es la conjunción para generar fuerza y poder de cuatro Grandes Naciones, por eso se llamaba al Imperio Incaico: Tawantinsuyo (tawa significa cuatro; suyo significa familia). Pero no solamente familia en el sentido de padre, madre e hijos, sino que “suyo” también es extensivo para una nación. Es así que el Imperio Inca, al ser el Tawantinsuyo, tenía cuatro regiones, una de ellas era el Collasuyo que era el altiplano alrededor del Lago Titikaka en el que sus pobladores hablaban aymara. La otra región era el Antisuyo que era toda la selva amazónica, que es parte ahora de Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia y Brasil. Después la otra región es el Contisuyo, que viene a ser la parte de sierras donde se hablaba quechua. Esta parte de sierras sale de Cusco hasta Quito, Ecuador. Y después tenemos el Chinchaisuyo que es la parte de la costa, la antigua tierra de la cultura Chimu.
Cuzco, que ahora me niego a llamar sino como Cusco (aunque me cueste no pronunciarlo como z) es, precisamente, lo que su nombre indica. Cusco proviene de la palabra quechua Qosqo, que significa ombligo, si aceptamos las siempre bien documentadas apreciaciones del cusqueño Don Gómez Suárez de Figueroa, mejor conocido como el Inca Garcilaso de La Vega al serle reconocido el apellido de su padre el Capitán extremeño Don Sebastián Garci Lasso de la Vega y Vargas quien lo engendró en la ñusta (princesa) inca, Palla (Elisabeth) Chimpu Ocllo, nieta del undécimo Inca, Túpac Yupanqui, y prima de Atahualpa. Su eminencia fue recogida, por sus albaceas, en la lápida mortuoria de la capilla de las ánimas de la catedral de Córdoba (actualmente está enterrado en una cripta de la Catedral de Cusco) en estos términos:
“El Inca Garcilaso de la Vega, varón insigne, digno de perpetua memoria. Ilustre en sangre. Perito en letras. Valiente en armas. Hijo de Garcilaso de la Vega. De las Casas de los duques de Feria e Infantado y de Elisabeth Palla, hermana de Huayna Capac, último emperador de las Indias…”
La Plaza de Armas de Cusco está a 3350 m.s.m., la ciudad fue fundada en lo que siempre había sido un valle sagrado, mucho antes de la llegada de los Incas al Valle del Huatanay, actual ciudad del Cusco. Los habitantes nativos del lugar, los kilkie, tenían en este lugar un recinto de adoración a su divinidad el Sol. Al llegar los Incas, y ocupar este valle, decidieron conservar el lugar como sagrado y lo dotaron de todo lo necesario para tal fin, y ese lugar sagrado fue llamado Inti Huasi, que quiere decir, Casa del Sol.
Aún podemos ver todas las bases del Templo del Sol, o Korikancha, el perfecto tratamiento de las rocas; cada bloque de piedra es una escultura en sí misma y los bloques de piedra están, tan bien tallados y encajados unos con otros, que no cabe ni un cabello entre sus uniones. Esta técnica de construcción, en la que las uniones entre los bloques eran perfectas, solo se aplicaba a lugares sagrados. En algunos casos, como Korikancha, había varios recintos dedicados a cada entidad que los incas consideraban sagrada; así tenemos el dedicado al sol, la luna, las estrellas (Venus), el arco iris, el trueno el rayo y el relámpago, así como recintos dedicados a los sacerdotes. Este lugar estaba rodeado por una muralla en cuya parte superior tenía una cenefa de oro, por lo que fue llamado Korikancha, que significa cerco oro; de aquí en adelante es conocido con este nombre. Se dice que en su interior había no menos de 60 representaciones de Inti, el Sol.
Es evidente que en el imperio Inca había un manejo de este metal precioso, pero la fiebre por el oro de las Américas era tan grande que se tejían leyendas y no sabemos a ciencia cierta cuánto de todo esto es verdad. Lo que sí podemos afirmar es que, en el reparto de la ciudad entre los conquistadores, el Korikancha le tocó a Juan Pizarro, hermano de Francisco Pizarro, quien lo donó a la Orden Dominica. Fray Vicente Valverde es quien recibe esta donación, quien la entrega, a su vez, a Fray Juan Olíaz, que inicia la construcción del templo y convento de Santo Domingo del Cusco.
Interior del Korikancha con sus paredes inclinadas
Para atenuar los efectos de los terremotos
Del templo antiguo de Korikancha, se conservan solamente las paredes hasta una altura de aproximadamente dos metros y medio, y sobre ellos, como base fundacional, construyen los dominicos lo que sería el templo y convento de Santo Domingo para significar que la nueva religión se imponía sobre la anterior. Querían significar, también, que la nueva construcción se edificaba sobre la anterior para establecer la superioridad de una religión sobre la otra, que la transculturización, tanto artística como religiosa, tenía un componente importante en el impacto visual, en la transmisión del conocimiento a través de la vista. En una de las paredes, tal vez como solución a una rotura intempestiva, se puede ver la piedra tallada más pequeña del imperio inca.
Perfección en la unión de los bloques, sin ningún tipo de material de unión
Y piedra más pequeña de todas las construcciones del imperio
Piedra de los 12 lados (o 12 ángulos) en el Palacio Arzobispal de Cusco. La unión de las piedras no es tan perfecta porque esta construcción no era un templo sino el palacio del Inca Roca en la calle Hatun Rumíyoc
Este primer encuentro con Cusco supuso el paso de la contemplación del barroco americano de la Ciudad del Misti, de Arequipa, a la exaltación del mismo arte sobre una base Inca, pero también supuso el verificar, una vez más, que no hay artes puros, que no hay pueblos únicos ni culturas únicas. Que cultura es el crisol de todas las culturas anteriores donde se funden todas las artes y que, como su nombre indica, fue, es y será siempre, para el arte americano, Qotsco, Cozco, Cuzco, Cusco, el ombligo del mundo.
EL ORO DE LOS ASTURES
Refiere el historiador Floro (33-64) que las guerras cántabras que se habían producido entre los años 29 a.C al 19 a.C. es decir, casi cien años antes, eran una reacción de los romanos contra estas incursiones y fueron tan problemáticas para los romanos que el mismo emperador Augusto tuvo que venir a Hispania a hacerse cargo de esta guerra. Así escribió Floro:
“En Occidente, casi toda Hispania estaba pacificada excepto la que baña el Océano Citerior y toca a las montañas de la extremidad del Pirineo. Aquí se agitaban dos pueblos muy fuertes aún no sometidos, los cántabros y los astures”
Augusto llega a Hispania a fines del año 27 a.C. y así nos los relata Orosio:
«En el año 726 de la fundación de Roma, siendo cónsules el emperador Augusto por sexta vez y Marco Agripa por segunda vez, entendiendo que a poca cosa se reducía lo hecho en Hispania durante doscientos años si permitía que los cántabros y los astures, los dos pueblos más fuertes de Hispania, se portasen a su albedrío, abrió las puertas del templo de Jano y salió en persona con un ejército hacia Hispania»
Y es en tierras de Tarraco donde Augusto procede a la famosa división de Hispania en tres provincias: Ulterior, Citerior y Lusitania, la primera al mando del Senado, la segunda y la tercera al mando de Augusto. Para someter las tierras norteñas Augusto establece un frente principal que estaba formado por una línea maestra con tres puntos centrales que eran tres campamentos principales: “Segisamo” para enfrentar a los cántabros, “Asturica” contra los astures y “Bracara” contra los Galaicos.
Hispania Romana
El ejército romano estaba formado por la Legio IV Macedónica que se dividió en tres columnas para atacar la región por tres puntos. Una de las columnas, la central, al mando del emperador Augusto se traslada a Cantabria siguiendo la ruta del río Pisuerga y en varias campañas victoriosas somete toda Cantabria. Es posible que esta campaña haya sido ayudada por una escuadra procedente de Aquitania que habría desembarcado en Portus Blendium (la actual Suances). Otra columna, la occidental, entra hacia tierra de los Astúres por el actual Puerto de Pajares con destino a Gigia (la actual Gijón) ciudad que muchos autores hacen coincidir con “Oppidum Noega”. La columna oriental sube hasta Bilbao habiendo entrado por Espinosa de los Monteros (Burgos). Los autores nos relatan las dificultades extremas para batallar unas cohortes acostumbradas a pelear en terrenos llanos y no montañosos, ante ejércitos regulares y no con guerras de guerrillas. La unidad principal del ejército romano era la legión de infantería, armada con los “pilum” (lanzas), espada corta y casco de bronce; los cántabros y astures usaban jabalina y una espada llamada “falcata ibérica”, y se protegían con casco de cuero.
Soldado romano con su “pilum”
El ejército romano estaba compuesto principalmente por tres tipos de unidades militares: La infantería llamada “Legio”; cada legio estaba dividida en 10 cohortes, cada una de ellas contenía 6 centuriae, excepto la Cohorte I (Prima Cohorte), la cual era más grande que el resto, pues contenía 10 “centuriae”. Cada “centuriae” tendría cerca de 100 hombres, de tal modo que la “cohorte” básica (equivalente de un batallón actual) tenía entre 400 y 600 hombres. Cada “centuriae” era comandada por un Centurión. El centurión más importante de una “legio” era conocido como “Primus Pilus”. Este era el comandante de la “Cohors I” (Prima Cohort). Obviamente, el centurión menos importante era el comandante de la “Cohors X”. Toda fortificación, muro, puente, etc. construido por la “cohorte” , era firmada por su centurión; existían dos tipos de “cohortes” : “Cohorte Peditata”: formada solo por infantería y la “Cohorte Equitata”: mixta, formada por infantería (2/3) y caballería ligera (1/3).
Falcata Ibérica
Asturias es ocupada por los romanos, pero no sabemos a ciencia cierta en que momento ni a través de qué batalla, pero sí sabemos que en el año 26 a.C. estaba ocupada. En los años 22 al 20 a.C. hubo rebeliones, lo cual constata que ya Asturias estaba en manos romanas. Probablemente fuese Agripa, yerno de Augusto por su matrimonio con su hija Julia, quien llegó hasta la costa de “Noega Ucesia”, actual Ribadesella, procedente de las Galias, en el año 19 a.C. para pacificar la región. Este mismo año 19 a.C. se toma como el año del fin de las guerras cántabras con el cerco de los últimos cántabros en el Monte Vindio. Por el oeste el suceso final será el cerco del famoso Monte Medulio (elevación sobre el río Miño o Sil) el cual después de ser cercado con un foso de quince millas no logró la rendición al preferir los cercados suicidarse. Los sucesos de Monte Medulio ponen fin definitivo a las guerras entre astures y cántabros contra los romanos.
Y Asturias siguió siendo romana hasta la caída del imperio. Y la famosa “pax romana” fue asegurada con la presencia en el norte de Hispania de tres legiones, la VI “Victrix” residente en Lugo, la X “Gemina” en Rosinos de Vidriales y la VI “Macedónica” en Aguilar de Campoó. Estas tres legiones fueron sustituidas por la Legio VII “Gémina” en León en el año 68 d.C.. Esta Legio VII estableció “cohortes” en Galicia, Asturias Cismontana y Cantabria como nos lo demuestran lápidas votivas e inscripciones halladas en la zona.
Una vez conquistado todo el norte de Hispania, Asturias y Gallaecia se incorporaron administrativamente a la provincia Lusitania Ulterior y Cantabria se incorporó a Lusitania Citerior. En tiempos de Augusto se cambió la adscripción a la Provincia Tarraconense. La actual Asturias comprendía tres zonas jurídicas distintas, la zona que va desde Navia hasta el río Eo se llamaba “Conventus Lucensis” que tenía su capital en “Lucus Augusti” (la actual Lugo). La zona entre los ríos Navia y Sella se llamaba “Conventus Asturum” y tenía su capital en “Asturica Augusta” (la actual Astorga), y por último la zona comprendida entre los ríos Sella y Deva se llamaba “Conventus Cluniense” y tenía su capital en “Clunia” (la actual Peñalba de Castro). Estos “conventus” eran circunscripciones con competencias jurídicas, militares, religiosas que agrupaba a una o varias poblaciones autóctonas.
Esta división administrativa se mantuvo hasta los tiempos del emperador Diocleciano, si bien en tiempos del emperador Caracalla se creó la “Provincia Nova Hispaniae Asturiae et Gallaecia” que no parece que hubiese sobrevivido a la duración de su gobierno, pero que después volvemos a encontrar en tiempos de Diocleciano. Desde esos tiempos Asturias formó parte de la provincia de Gallaecia. Con esta división la provincia de Gallaecia, ampliada con Asturiae, se extendía por el este hasta la actual Reinosa.
Los motivos de haber separado estas dos provincias en una sola parecen haber sido la lejanía de Tarragona, centro de toda la administración, y la coincidencia de importantes cohortes romanas en un centro de aprovisionamiento de oro. Esta nueva administración también tenía por objeto introducir factores de adaptación para que las tierras ocupadas fuesen siendo influenciadas por las ideologías romanas. Se concedieron prebendas a los soldados romanos que quisiesen quedarse en las tierras sometidas y así con este método se fundaron ciudades como “Emerita Augusta” que es la actual Mérida, y “Cesaraugusta” que es la actual Zaragoza y se acrecentaron centros poblados como “Asturica Augusta” (Astorga) y “Lucus Augusti” (Lugo).
Otro modo de integrar a cántabros y astures en la romanización fue incorporando a los jóvenes cántabros y astures en unas unidades auxiliares de las cohortes a las que se les agregaba el nombre de “astures” para indicar que tenía miembros de la región. Los jóvenes ascendían en la escala social con este servicio y así nos lo muestra la lápida de Pintaius Pedilici (Pintaius, hijo de Pedicilius) quien era un “astur transmontano”,del “castello intercatia” probablemente de Pajares, que fue portaestandartes, “sígnifer”, de la Cohorte V Asturum que servía en Germania. La lápida nos lo muestra cubierto con una piel de oso.
Pintaius, Pedicilius filii
Otro asturiano en el servicio fue Gaio Sulpicio Ursulo (oso) quien como militar llegó a general de los “Symmachiarii Asturum” en la Guerra contra los Dacios, en tiempos del Emperador Trajano (98-117). A lo largo de su extensa carrera militar militó en la “Cohorte IV Pretoriana” o guardia del emperador y en la “Legio IV Augusta” destacada en África, donde nació su hijo Gaio Sulpicio Africano, quien dedicó su lápida mortuoria. Curiosamente, el hijo romanizado de Ursulo, dedica una lápida votiva a Nimmedo Seddiago, el dios astur de su padre, lo que nos indica la presencia de dioses locales.
Se menciona siempre como una causa de la ocupación de estas tierras por los romanos la pacificación de estos pueblos aguerridos y también ha cobrado mucho auge la importancia de los yacimientos minerales de Asturias para la dominación de estas agrestes tierras. Parte de su riqueza mineral era el cobre, “cuprum”, en la zona del Aramo y en Lena. El hierro, “ferrum”, en Pola de Allande y en Grandas de Salime y en los Oscos. Plata, “argentum”, y plomo, “plumbeum”, en Ibias y en los Oscos. Cinabrio, “cinnabaris”, en Mieres y en Pelúgano. Pero la principal explotación minera de Asturias fue el oro, “aurum”, que se encontraba en estas tierras en yacimientos primarios y secundarios. Los yacimientos primarios están constituidos por los filones de oro puro incrustados en las rocas, generalmente cuarzos (oro de mina) y los yacimientos secundarios son los que están constituidos por sedimentos auríferos en forma de pepitas o de arena que provienen de la erosión de los yacimientos primarios por las aguas de un río normalmente (oro de placeres). A estos yacimientos secundarios también se les llama yacimientos de aluvión y estos son los que explotaban fundamentalmente los romanos en Asturias. Se considera que un yacimiento de aluvión es rico cuando la concentración de oro es superior a 100 miligramos por metro cúbico. Esta concentración recibe el nombre de ley. La ley de los yacimientos asturianos estaba alrededor de los 50 o 60. Para remover estos sedimentos se hacía mover grandes cantidades de agua a lo largo de la ladera de la montaña donde se encontraba el yacimiento con el fin de que erosionase el terreno y fuese extrayendo el oro del yacimiento. En muchos casos, incluso, se llegó a cavar zanjas y túneles en la montaña para facilitar la remoción por medio del agua que bajaba por estos canales en forma de trombas que prácticamente hacía que la montaña se viniese abajo por la erosión.
Pero mucho yacimientos del occidente astur fueron yacimientos primarios, por lo que las técnicas de extracción era totalmente diferentes y mucho más complejas ya que había que romper las rocas con picos o con la técnica de introducir cuñas de madera en grietas que después empapaban de agua para que su expansión rompiese la piedra. Una vez obtenido el material pétreo era machacado y lavado en canalones con agua utilizando la técnica del arrastre con agua. En uno u otro procedimiento de extracción es importantísima la presencia del agua como agente extractor por lo que en esta región asturiana la red hidráulica haya alcanzado cotas muy elevadas para la época.
Las Médulas (León), terreno erosionado por las extracciones de oro
por el procedimiento de derribo de los montes, “ruina montium”
Alrededor de estas explotaciones se formaron asentamientos poblacionales en los que los descubrimientos arqueológicos han encontrado restos de estas poblaciones junto con sus instrumentos de trabajo. En los mismos lugares se han encontrado cenizas y escorias procedentes de fundiciones que dado el tamaño de las mismas podemos suponer el gran volumen de las extracciones.
Las explotaciones se siguieron hasta bien entrado el siglo III en el que el agotamiento de los yacimientos y sobre todo el cambio del sistema monetario romano hizo que las explotaciones de oro entrasen en decadencia. Pero el sistema monetario fundamental fue el establecido por el Emperador Augusto que tenía como unidad monetaria el “aureus” de oro y el “denarius” de plata. El crecimiento del Imperio, y su consecuencial aumento en las operaciones mercantiles o de pago de las soldadas, hizo que la necesidad de oro para acuñar moneda se hiciese vital, por ello las explotaciones eran una labor de Estado y monopolizaron tanto sus yacimientos como toda las técnicas de extracción y elaboración de monedas. En este sistema un “aureus” pesaba 7.8 gramos con lo que con una libra romana de 327 gramos se podían acuñar 42 “aurei”.
“Aureus”, moneda de oro del Emperador Galba
Pero este oro no se utilizó exclusivamente en la elaboración de monedas sino que también fue utilizado en orfebrería de la que nos han quedado delicadas e importantes piezas. Una de las piezas más importantes es la diadema de San Martín de Oscos (aunque en realidad se encontró en Moñes, Piloña). Esta diadema, además de su exquisita factura, tiene la peculiaridad de que lleva grabadas en altorelieve escenas de la vida diaria, personas desnudas, a caballo, con objetos rituales, con armas, todo ello enmarcado en un ambiente lacustre con especies animales como aves en trance de comer peces. Toda esta imaginería se encuentra alrededor de la diadema sin solución de continuidad, sin un principio y sin un fin. Pareciera ser sólamente una colección abigarrada de personas, animales y cosas, pero un estudio semiológico nos indica más bien que es una interpretación del ciclo vital del hombre astur, una historia de vida y muerte. El transitar la vida, lo que llamamos el ciclo vital del hombre, es seguido por un hilo conductor que en esta diadema es el río y un rito que, aunque no está explícito, suponemos que involucraba a los personajes que aparecen en la diadema. El río es un elemento sagrado, misterioso, que es el camino o curso de la vida.
Trozo de la diadema de Moñes (Piloña, Asturias)
Las diademas eran labradas en láminas de oro con técnicas de martillado eran dibujadas con punzones y su técnica y estilo es similar a toda la encontrada en las excavaciones castreñas de todo el accidente. También es peculiar la fabricación de los “torques”, piezas señeras de la orfebrería de la época. Los torques eran collares que se usaban como adornos o como insignias distintivas. Estas piezas se fundían en moldes con la técnica de la cera perdida, lo cual permitía realizar unas piezas con detalles decorativos muy minuciosos que le conferían un gusto exquisito a las piezas. La técnica de la cera perdida es una técnica por medio de la cual se elabora una pieza en cera, en ella se dibujan los ornamentos con toda la delicadeza de trazos y detalles que permite la cera; posteriormente se recubre de arcilla. Cuando ésta se seca se derrite por calor y queda el molde de arcilla con todos los dibujos de la cera transferidos a ella. En el molde se vaciaba el oro fundido y se obtenía la pieza al romper la arcilla seca.
Además de diademas y de torques se fabricaron fíbulas que eran broches o hebillas, y se fabricaron amuletos y arracadas. Por cierto, “arracada” es una palabra árabe (arraqáda) que traducida literalmente significa “la que duerme constantemente”. En la edad media debió dársele ese nombre a unos pendientes que, por ser muy largos, reposaban sobre los hombros, de ahí ese curioso nombre árabe para ellos. Pues bien las arracadas castreñas asturianas fueron elaboradas siguiendo las mismas técnicas del sur de la península y en ellas también se presentan hechuras con filigrana de oro e incluso con granulado que era la técnica de adornar la pieza con pequeñas bolitas de oro. Este tipo de técnica usada nos indica la gran transferencia de información del sur de la península hacia el norte.
Una sinuosa línea conducente de la historia une la ocupación de unos pueblos aguerridos de unas tierras agrestes para obtener dificultosamente un oro que sirvió para acuñar moneda que pagaba las soldadas que conquistaban lo que había de llamarse el Imperio Romano. En su transcurrir dejaron una cultura, y unas leyes y unas estructuras sociales que han sido la base de una porción muy importante de la historia de nuestro enigma histórico como pueblo.
LA FRONTERA CRISTIANA EN EL SIGLO XI
Existe toda una práctica científica para estudiar todos los fenómenos físicos o químicos de un modo general, como estudio del comportamiento de la materia generalizada a toda la masa en estudio, pero sin incidir puntualmente en cómo se verifica ese fenómeno en todos los puntos de la materia. Así estudiamos de un modo genérico la ebullición del agua pero también estudiamos detenidamente como sucede esta transformación física a nivel de la frontera, es decir, tanto en el interior de la masa de agua como en las últimas moléculas que están presentes en la frontera que separa los estados líquido y gaseoso. Lo mismo ocurre con las reacciones químicas, una cosa es el comportamiento estadístico de una masa total y otra cosa es el comportamiento, una por una, de las reacciones químicas en el punto de reacción o frontera de las dos moléculas que van a reaccionar o interactuar.
En las “ciencias” humanas sucede exactamente lo mismo, los comportamientos sociales, que suponemos uniformes en una región o en un país no son necesariamente uniformes en toda su extensión territorial y sí son especialmente diferentes en las zonas de frontera, muy marcadamente diferentes por las condiciones especiales, casi de excepcionalidad.
La entrada de los árabes en España, y su postrer primera derrota en los predios de Covadonga, hizo que se despoblase toda la zona comprendida entre el valle del Duero y la cornisa cantábrica. Ordoño I comenzó la repoblación de toda esta zona en el siglo IX con poco éxito.
Cuando el reino de León y Castilla avanza, en lo que se dio en llamar “Reconquista”, desde las tierras norteñas, después de la unificación de ambos reinos en 1037, comienza una época de expansión en dos vertientes. Hacia el oeste, la expansión hará avanzar el reino cristiano hasta Lisboa, capital que es conquistada en 1093, fijando el límite de la conquista por el Oeste. Ya en 1055 había sido conquistada Viseu y en 1064 había sido conquistada Coimbra al rendirla por hambre Fernando I. Esta expansión y conquista dura hasta el año 1137 en que, a través de los Acuerdos de Tuy, se le concede a esta región una autonomía condal que, posteriormente, el 25 de Julio de 1139 se transforma en reino independiente por la victoria de Alfonso Enríquez en la batalla de Ourique.
El empuje conquistador por el este llevó a reconquistar la zona comprendida entre el río Duero y la Cordillera Central, ampliándose hasta Navarra y Rioja, posteriormente avanzan sobre la Cordillera Central y conquistan Coria en el 1079, y Toledo en 1085 a cargo de Alfonso VI, empuje que termina con la conquista de Uclés en 1109. Es de hacer notar que ya data de estas tan lejanas fechas históricas la tradicional división de Castilla en dos, Castilla la Vieja al norte de la Cordillera Central y Castilla la Nueva al sur de la Cordillera.
Las fronteras en el siglo XI
Se discute aún si los avances cristianos sobre el resto de la península, que se han dado en llamar “reconquista”, es tal o es una “conquista”. Entendamos los términos en su extensión. Si poseemos de nuevo unas tierras y unas poblaciones que habían sido ocupadas por la fuerza y lo hacemos en el corto tiempo que media para que en la zona ocupada no se hayan producido transformaciones de fondo, podríamos hablar de “reconquista”. Así podemos decir que los reyes asturianos reconquistaron las tierras hasta la marca del Duero, pero cuando los reyes cristianos ocuparon el reino Nazarita, ocho siglos después de su ocupación, no podemos hablar de una reconquista sino de una conquista; allí ya no quedaba nada de lo que los cristianos habían abandonado en el siglo VIII. Los historiadores suelen citar como excepción a los reinados de Fernando I y su hijo Alfonso VI, en los que sí hubo un sentido práctico de reconquistar toda la península. La influencia de la Iglesia y la herencia visigótica habían inculcado en la población que toda la península debía estar bajo la dominación cristiana.
La reconquista de estos territorios, en tiempos de los reyes asturianos, había supuesto el desplazamiento por la fuerza y por las penurias de las guerras y las razzias (razzia es palabra que deriva de la palabra árabe, “gayiza”, que significa incursión militar) de los habitantes de estas regiones. Estas tierras, desoladas y despobladas, estuvieron abandonadas por casi doscientos años y eran casi “tierra de nadie”. Una vez que en el siglo XI arranca de nuevo la reconquista, estos territorios así reconquistados eran propiedad del Rey que los acumulaba a su “realengo”. Realengo significa, “perteneciente al Rey”, y por tanto al Rey pertenecía la responsabilidad de repoblar dichos territorios.
Pero no todos los territorios en poder de los árabes eran apetecibles para los cristianos. En el siglo XI, Fernando I le cobraba a numerosos gobernadores de Taifas musulmanes, como a los de Zaragoza, Valencia, Sevilla, Toledo y Badajoz, unos tributos por no ser atacados, es decir una especie de chantaje o de “protección” o modernamente “vacuna”. Estos tributos, o mejor dicho “exacciones”, en el sentido de que eran cobros injustos y violentos, que cobraba Fernando I a los reinos de Taifas, recibían el nombre de “parias”. Taifa es una palabra árabe “ ta’fa ” que significa grupo, bandería, facción y que se usó para denominar a cada uno de los reinos en que se dividió la España árabe al caer el califato de Córdoba.
Fernando I
La actual palabra paria, en una de sus acepciones, es una palabra que nos viene del bajo latín y significa “igualar una cuenta, pagar” y que se usa para indicar “el tributo que paga un príncipe a otro en reconocimiento de su superioridad”. Bueno, esto es, ni más ni menos, que un tributo de protección para no ser “conquistado”. Estos documentos de tributación incluso eran motivo de herencia y así Fernando I al morir y dividir su reino entre sus hijos, también repartió entre ellas las “parias.
De estas “parias” se alimentaba el reino castellano-leonés y fueron tan considerables que, a través de documentos, podemos saber que al morir Fernando I, el emir de Zaragoza, al-Muqtadir, rompió el contrato de “parias” que tenía con Castilla y pasó a pagarle “parias” al reino de Navarra, el cual las fijó para el año 1073 en 12.000 dinares andalusís. Esta práctica de las parias también la realizaron los gobernantes de Cataluña. Por ello es fácil entender que había intereses económicos importantes por encima de intereses de reconquista. Un reino de Taifas reconquistado no rendía “parias”. Como curiosidad veamos alguna de las cláusulas de un contrato de “parias”. Sancho IV, se compromete con el emir de Zaragoza a:
“...proporcionar ayuda militar cuando fuera necesaria, tanto frente a los cristianos como frente a los musulmanes...”
Y las tropas cristianas provistas al reino Taifa de Zaragoza debían:
“... ser pagadas cada día lo que es costumbre dar a los hombres de Castilla o Barcelona”
No era fácil repoblar tierras desoladas por años de guerra y abandono, en la cercanía de los árabes y con el peligro de incursiones guerreras. La frontera que los separaba no era ni natural ni pactada, por lo que eran tierras sumamente peligrosas y poco atractivas desde el punto de vista de su producción económica. La repoblación se fue haciendo poco a poco, creándose villas con territorios vastos y con autonomías del Rey, tan grandes, que más parecían ciudades estado que villas bajo autoridad real.
El aprovechamiento de las tierras pasaba por adecuar unas tierras de secano al regadío y así tenemos noticias de la construcción de canales y acequias (palabra árabe, “sâqiya”, que significa regar) con técnicas aprendidas en la zona de frontera con los árabes, especialistas en sistemas de riego. También hubo profusión de construcción de molinos, aprovechando las aguas impetuosas que bajaban de las sierras hacia el Duero. Todo esto llevó a un incremento sustancial de cultivos como el trigo y la vid, representantes genuinos de los cultivos de secano y de regadío que han caracterizado a la meseta castellana.
Sin embargo, una mano de obra no muy abundante en las zonas del Duero, hizo que se privilegiase a la ganadería sobre la agricultura; y dentro de la ganadería que se privilegiase a la cría caballar sobre el resto de las especies animales, y esto era debido a la necesidad de enfrentar a los árabes con tropas a caballo, lo mismo podemos decir del incremento en la cría de mulas por ser animales especiales para la carga de las tropas. Del resto de las especies animales, es la ovina quien conoce más desarrollo y llegó incluso a considerarse moneda de intercambio junto con los “sueldos” de plata y los “modios” de trigo. La palabra “sueldo” es una castellanización de la palabra latina “solidus”, que así se llamaba a una cierta moneda sólida, o consolidada, a diferencia de otras monedas que, por habérseles disminuido la proporción de oro o de plata, se consideraban de escaso valor o de valor variable (esta práctica de disminuir la proporción del metal noble en una moneda es la primera práctica inflacionaria que registra la historia de la economía y fue hecha en Roma). En el año 1156 se documenta la palabra “sueldo” para denominar a una moneda cuyo valor coincidía con la paga de un soldado. El “modio” era una medida de áridos que usaban los romanos y que equivalía a 8.75 litros.
Esta consolidación de la actividad económica se realizó a lo largo de un siglo y durante él la unidad de cambio fue la oveja y el peso de plata y el modio de trigo, aunque también se usaban, en menor medida, las monedas heredadas del tiempo de los romanos y de los suevos. Los reyes castellanos aún no acuñaban moneda y era frecuente el trueque para las operaciones mercantiles.
La repoblación se hizo fundamentalmente con gallegos y suevo-godos, astures y cántabros y también vascones, según el historiador Sánchez-Albornoz, y por castellanos según otros autores. Sin embargo es curioso que todos los autores coinciden en señalar que esta repoblación se hizo también con mozárabes allegados a esas tierras huyendo de las guerras del sur de la península. La toponimia indica esto de modo fehaciente e incluso los estudios dialectales destacan la presencia, en nuestros tiempos, de reliquias idiomáticas de estas repoblaciones, como lo es encontrar palabras y modismos del bable asturiano en tierras tan alejadas como Salamanca o Zamora. Los mozárabes contribuyeron con el aporte de usos y costumbres para el mundo industrial y económico e introdujeron el uso de monedas árabes. Pero muchísimo más importante fue el aporte que su bagaje cultural y espiritual le dio a la vida cristiana y al nuevo arte que desarrollaron en las tierras repobladas. Ahí están San Miguel de Escalada y el Beato de Liébana y los scriptorios monacales de Tábara y Baleránica y ahí está San Millán de la Cogolla.
Como ejemplo de las facilidades ofrecidas y de las personas dispuestas a efectuar las repoblaciones tenemos el famoso Fuero de la ciudad de Sepúlveda, dado por el Rey el 15 de Noviembre de 1076 en el que, entre otras prolijas disposiciones forales, establecía casi como un fuero legionario al asegurar que quien hubiese cometido algún crimen o robo o secuestro, al norte de la marca del río Duero, si se avencidaba en Sepúlveda, se le aforaba para que no fuese perseguido por los justicias.
Algunas de las cláusulas del de Castrogeriz, son de este tenor:
“...Otorgamos estos buenos favores a los soldados de caballería, que disfrutaran el rango de nobles... y que cada hombre colonice sus tierras... y si alguien diere muerte a un caballero de Castrogeriz, que pague en compensación por su vida 500 soldi... los hombres de Castrogeriz no pagarán peajes...”
Estos fueros dieron inicio a un derecho de la frontera con unas serie de estipulaciones necesarias para que los aforados echasen raíces en las nuevas tierras. Por ello se les obligaba a residir en casas y a cultivar las tierras asignadas, sin más sometimiento que el cumplimiento del Fuero y sin más autoridad que la real. Eran hombres libres y autónomos para defender sus territorios, tanto los propios como los del municipio al que estaban adscritos. Muchos de estos hombres libres fueron pequeños y medianos propietarios y alcanzaron la distinción de “infanzones” o “boni homines”, que era el ultimo escalón de la nobleza; y muchos de ellos, también, eran simplemente enfiteutas del realengo o de algún cenobio.
Construyeron sus casas sobre escalios, es decir sobre tierras yermas. Esas tierras que necesitaban ser rozadas, roturadas y artigadas se las llamaba “escalios” como traducción de una palabra árabe. En las tierras de frontera se confunden los términos y se usan indiscriminadamente por unos y otros palabras que poco a poco se van haciendo del acerbo del mundo cristiano, de nuestro castellano.
La propiedad así constituida se llamaba “alodial” que significa “propiedad libre de carga y derecho señorial”, y podía ser traspasada a los hijos o herederos. Estas propiedades se agrupaban formando las villas, muchas de ellas llegaron a ejercer un derecho muy curioso y netamente hispánico como lo es el derecho de “behetría”. Por este derecho los habitantes de una población, por ser dueños de ella, podían escoger a un señor sin perder su libertad. Esta figura jurídica se institucionalizó en estas tierras del Duero.
Estas poblaciones de frontera aseguraban su propia defensa y en caso de tener que atender labores militares eran comandados por los más ricos de la villa que eran nombrados “caballeros villanos” y que solamente servían a las órdenes del Rey. Era una sociedad no jerarquizada, llana, por lo que la sociedad de repoblación del valle del Duero no era una sociedad articulada alrededor del “señor” feudal. La sociedad carolingia cerrada no prosperó en estas tierras de frontera, más bien prosperó una sociedad formada por pequeños propietarios con altísimos sentimientos de libertad. Solamente tuvieron preeminencia sobre ellos los desarrollos alrededor de los cenobios e iglesias, formándose estas agrupaciones de tierras por las donaciones de particulares y reales. Los grandes monasterios son quienes acumulan propiedades, como las que se formaron alrededor de Sahagún, en León, o en la Cogolla, en la Rioja.
Monasterio de Suso en la Cogolla
En esta nueva sociedad del valle del Duero se produce un nuevo tipo de “caballero” quien es un hombre libre, propietario de tierras, que se equipaba a sus propias expensas y quien no esperaba más beneficio que el bien servir a su Rey. No era un caballero feudal que rendía vasallaje a su señor. Es el tipo de caballeros desarrollados en Castilla que serán capaces de hacer jurar a un Rey, que será capaces de levantarse en armas ante el rey de León y fundar un reino como Castilla.
Así la reconquista dio lugar a un repoblamiento que estableció sociedades fundamentadas en la libertad y en las actividades guerreras junto con las agrícolas y ganaderas, pero esto se dio en ese gran territorio entre los confines del reino astur-leonés y el Duero, región que estaba despoblada. Pero cuando ésta avanzó al sur de dicha marca y se adentró al sur de la Cordillera Central entonces se encontraron con una región bien poblada y formada por comunidades de moros y mozárabes y ahí la vida societaria sobrevino por la coexistencia pacífica entre unos y otros y por el intercambio de modos y costumbres. Hay una clarísima distinción entre una y otra zona de reconquista porque las sociedades que las conformaban eran radicalmente diferentes, tanto en el aspecto social como en el cultural.
Al norte de la Cordillera Central era una sociedad libre que rendía pleitesía solamente al Rey y al sur de la Cordillera era una sociedad basada en la tolerancia y en el reconocimiento mutuo de las instituciones civiles y sociales donde florecieron las artes y las ciencias al amparo de la simbiosis de los hombres y mujeres que profesaban las tres religiones “del libro”: árabes, judíos y cristianos. Ya no era tierra de frontera.
AREQUIPA, LA DAMA DEL NEVADO AMPATO
Frente a la catedral comienza la calle de la Merced, que lleva este nombre ya que en ella se encuentra un convento cuya construcción se inició en 1551 y se concluyó en 1607 con un atractiva portada lateral, en la que destaca la imagen de la virgen de las Mercedes acompañada de dos santos mercedarios. Tanto la iglesia como el convento, el segundo construido en la ciudad, han sido edificados utilizando sillar arequipeño. Pero no es esta bella Iglesia la que hoy me llevó a la Calle de la Merced sino a una espléndida casa colonial que hoy es la última residencia helada de una niña, más conocida por “la Dama de Ampato”, la “Señora de las Nieves”, o, familiarmente para los arequipeños, Juanita. La momia helada que trajo hasta nosotros toda la cruda historia de un sacrificio ritual a los Apus, los espíritus de las Montañas del mundo religioso inca.
Todo comenzó hace unos 540 años, cuando sobre los incas reinaba Pachacuti o Sapa Inca Pachacútec Yupanqui; una niña inca de unos 14 años, fue escogida especialmente para ser sacrificada y ofrecida al volcán Sabancaya, con el propósito de que las erupciones de este volcán cesasen.
En la cultura Inca se daba por cierto que la gente se originaba de las montañas y de otros accidentes geográficos. Se señalaba a algunas montañas como progenitoras de la gente, no dejando de tener razón en parte, debido a que cada región geográfica da vida a sus moradores. Los Incas realizaban ofrendas humanas por diversos motivos: cuando el Inca iba a la guerra, cuando moría o enfermaba y en los festivales más importantes de los solsticios de invierno y verano, Junio y Diciembre. Las huacas de la cultura Moche o Mochica (pirámides ceremoniales hechas con millones de adobes) recibían parte de las ofrendas de la Kapaccocha (ofrendas con sacrificios humanos).
La niña fue llevada a Cusco, desde un lugar no precisado, probablemente Cabanoconde, la tierra de los Collahuas y los Cabanas donde se enseñorea el Cañón del Colca (con el Cotohuasi los más profundos del mundo) y fue acompañada de todos los nobles e importantes de su lugar de origen. En la ciudad fue atendida personalmente por el propio Inca, quien, en la ceremonia religiosa llamada Kapaccocha, le transfería parte de su divinidad para poder ponerla en digno contacto con los dioses de la montaña en un viaje sin retorno. Fue llevada a la cima del Nevado Ampato, una montaña de 6.318 metros que le debe su nombre, Ampato, a la palabra aymara que significa forma de sapo.
El Nevado Ampato
Llama y concha de Spóndilus
Unos expedicionarios, al mando del antropólogo norteamericano Johan Reinhard, junto con el arqueólogo José Antonio Chávez, suben hasta la cima del Nevado Ampato para, desde él, poder contemplar el Sabancaya y verificar los efectos que el deshielo podría causar. En algún momento llegaron a observar, atónitos, un pequeño abanico de plumas rojas de papagayo, evidentemente de la cultura inca, que sobresalía de un montículo. Tras ello fue apareciendo el cuerpo perfectamente conservado en el hielo de la primera momia de mujer inca que se haya encontrado. Probablemente, su cuerpo, sea el mejor preservado de todos los que se han hallado en América y que datan de tiempos precolombinos. La momia fue trasladada a Arequipa y allí se conserva en una cámara especial de vidrio, cerrada al vacío. La urna está asegurada con perfiles de acero y tiene en su interior dos capas de plexiglás. La urna se conserva entre -19 y -26 ºC para evitar la deshidratación de la momia. Ahí, en ese helado recinto, es donde prosigue su sueño eterno aunque sin la presencia de los Apus a los que fue sacrificada.
Los resultados de la prueba de ADN demostraron que “Juanita” tenía parentesco con la tribu Ngoge de Panamá y con antiguas razas taiwanesas y coreanas. Los del proyecto Genoma Humano, durante cinco años, habían recogido muestras de sangre de todas las naciones de la Tierra, ubicando geográficamente los grupos de ADN. Esa muestra mundial, demostró que “la raza humana bajó de los árboles en el noreste africano y se propagó por todos los rincones del mundo”. El estudio del ADN de “Juanita” demostró pues, que los seres humanos llegados por el Estrecho de Bering procedían de Taiwán y Corea.
Aún queda por averiguar más de la misteriosa vida y milagros de la Dama de Ampato, la Doncella de los Andes, la Niña de Hielo que los arequipeños llaman familiarmente, y simplemente, Juanita, la niña que volvió de los hielos de la montaña.
Arequipa, tantas veces destrozada por la fuerza de los Apus, es ahora la última morada de la Dama del Nevado Ampato. Los dormidos y silentes volcanes, guardianes de la Ciudad Blanca, el Chachani, el Misti y el Pichu Pichu, velan el sueño eterno de Juanita, la dama que fue sacrificada a los mismos Apus que hoy la guardan en beneficio de la Pachamama.
La Dama de Ampato
EL CASTELLANO Y LAS LENGUA ABORÍGENES
Poca gente sabe que en el primer viaje de Colón no había curas o monjes a bordo de ninguna de las dos carabelas ni de la nao. Entre las diversas personas a bordo de las naves estaban: un médico, un cirujano, un escribano, un intérprete que traducía el árabe y el hebreo y los tripulantes, que eran casi todos andaluces, de Palos de Moguer y de localidades vecinas, aunque había algunos vascos y hombres de otras latitudes. También resulta destacable que viajaron cuatro penados: un homicida y tres acusados de cohecho.
Son un mito esas representaciones pictóricas de frailes, cruz en mano, al lado de Colón rodilla en tierra, espada desenvainada y acompañado de soldados, que tampoco llevaba, ¡ otro mito más ! Pero los siguientes viajes estuvieron marcados por la presencia de la Iglesia, como natural guardiana y ejecutora del dogma cristiano que había que implantar en las nuevas tierras descubiertas.
Para pagar a los conquistadores, en el Nuevo Mundo, la Corona estableció el sistema de repartimientos y encomiendas. Por este sistema la Corona distribuía a los indígenas habitantes en un determinado lugar, entre los conquistadores o pobladores, en pago por sus servicios. Esta gracia solo duraba por la vida del encomendero y su heredero. Este tenía la obligación de cuidar de los indígenas, catequizarlos y velar por su bienestar. De igual forma debía defender el territorio que se le encomendaba. La religión actuó, no sólo como reguladora de las costumbres y de las normas éticas y morales, sino también como propagadora de conocimientos y cultura.
Los conquistadores actuaron, en consecuencia, ligando a la Iglesia a todos los acontecimientos relacionados con la conquista y la colonización, de ahí la importancia alcanzada por esta institución, cuya influencia se hizo sentir sobre indígenas y conquistadores, a veces por encima de los propios funcionarios gubernamentales. La Iglesia se hizo presente, tanto en los grandes actos oficiales del estado burocrático, como en los pequeños de la vida cotidiana.
Los conquistadores no trajeron a tierras americanas, solamente, arados y espadas, también trajeron, principalmente por los Jesuitas (Societatis Jesu), el alfabeto fonético para poder transcribir las lenguas indígenas americanas que no tenían manifestación escrita. Y en esta labor trabajaron Franciscanos y Jesuitas, siendo estos últimos superiores en aprender lenguas aborígenes para poder preservar las lenguas indígenas y para poder predicar en sus idiomas. Nunca el castellano fue impuesto, y de hecho el primer libro publicado en América, en 1539, fue publicado en lengua mexica (nahua) y en castellano. La imposición del castellano es otro mito más de la transculturización hispánica.
Casi todas las crónicas de los conquistadores dan la impresión, por sus relatos, que la comunicación entre aborígenes y conquistadores era fluida y que se podían percibir todos los giros del idioma o todas las ideas abstractas que se querían comunicar. Y tan es así que el documento leído, llamado Requerimiento, por el cual se le comunicaba a los indígenas cual era la cadena de mando, desde el Rey de España y el Papado, hasta el conquistador y se pedía en él que se sometiesen a esa autoridad les era leído en castellano. Este Requerimiento, en estos términos de imposible comunicación entre las partes, fue denunciado por Bartolomé de las Casas porque:
“.. es cosa absurda y estulta e digna de todo vituperio y escarnio en infierno…”
No hay constancia de que el documento fuese traducido por intérpretes ni leído en los idiomas aborígenes; lo cual hace suponer que los conquistadores asumían que los pueblos estaban sometidos cuando entendían sus idiomas. Este modo de proceder presuponía que existía comprensión inmediata de la allí leído.
Pero los conquistadores siempre fueron conscientes de las limitaciones en la comunicación hasta el extremo de que Colón, al regreso de su primer viaje, se lleva a siete taínos con el fin de instruirlos en el idioma castellano para que sirviesen de intérpretes en su segundo viaje. La habilidad demostrada, por los dos únicos que sobrevivieron, asombró mucho a los españoles e hizo que este tipo personas, los intérpretes, gozasen de una cierta relevancia social.
La gran intérprete de Hernán Cortés, en la conquista de los mexica, fue La Malinche, Malinalli, Malintzin, o simplemente, doña Marina, después de bautizada (con todos esos nombres fue conocida). Esos nombres se refieren a la mujer que nació hacia 1505 en una familia azteca, de cuna noble, y que fue muy importante para Cortés por dominar ella las lenguas maya y náhuatl. Sin embargo la estrecha colaboración de Malinche con los conquistadores para enseñarles idiomas y costumbres aztecas fue mitificada posteriormente como traición por entreguismo. Otro mito más.
Pizarro hizo lo propio con dos muchachos del norte del Perú, educados en España y llevados en la conquista de 1531, tercera tentativa de colonizar el Perú (también conocido como Birú, o Pirú) e incluso participando en los hechos de Cajamarca de 1532. Estos indígenas, Felipillo y Martinillo, tuvieron mucho que ver con los desencuentros entre Atahualpa y Pizarro, al menos así nos lo indica el Inca Garcilaso de la Vega al contarnos del encuentro entre Atahualpa y Pizarro y a que sería la ineptitud comunicativa de Felipillo y del clérigo, Fray Vicente de Valverde, quienes provocan el fin de la diplomacia y el comienzo de las hostilidades. El gesto de Atahualpa azotando la Biblia, que nada significaba para él, fue interpretado por los conquistadores como grave herejía y señal del inicio de la lucha. El relato de los españoles fue:
"El sábado 16 de noviembre de 1532 se presentó Atahualpa en Cajamarca con ánimo de exigir cuentas a los españoles. Lo hizo en su litera de oro macizo y rodeado por unos 10.000 indios quiteños desarmados. La plaza estaba repleta, los españoles, ocultos. En medio de este silencio, salió al encuentro del inca el dominico fray Vicente de Valverde, para cumplir con la lectura del requerimiento; pero Atahualpa no entendió su significado y, como era de esperar, reaccionó ferozmente. El fraile se asustó con el mal talante del monarca y, temeroso de su vida, se retiró apresuradamente…”
Pero el relato que sobre el mismo suceso, según la versión de Titu Cusi Yupanqui, en 1570, muestra la versión pero desde el punto de vista de los incas, y es muy diferente en las apreciaciones:
“…Entonces el sacerdote le mostró un objeto hecho de numerosos planos superpuestos exornados de inscripciones, y poniéndolo en manos de Atahualpa le dijo que allí estaba toda la sabiduría. El inca examinó aquel objeto, tratando de escuchar todo el saber que había en él, pero al no oír nada se sintió engañado y lo arrojó por tierra con indignación…”
Los idiomas y la comunicación de las ideas en el fondo de todo.
El Sapa Inca Atahualpa (Quito 1500, Cajamarca 1533)
Batalla de Cajamarca (16 de noviembre 1532) según grabado antiguo
La comunicación es otro de los grandes mitos de la conquista, el mito de la comunicación o del fallo comunicativo, hay mucho que interpretar en los cómo y en los por qué de los hechos históricos y cuanto de sus circunstancias se debe a la mala comunicación entre las partes o a la mala adecuación de algunos idiomas para trasmitir las ideas.
De ahí la grandísima importancia que se le dio a las comunicaciones entre conquistadores y frailes e indios. Los primeros para facilitar la conquista y ocupación (y ya hablaremos del mito de la ocupación total), los segundos para poder catequizar y los terceros para acomodarse a las circunstancias. Pero fueron primeramente los clérigos, los Franciscanos, quienes, desde 1524, ya estaban aprendiendo las lenguas locales. Su carácter bondadoso y su facilidad para las comunicaciones con los indios hicieron que gozasen de gran influencia entre los indígenas, en contraposición con colonos y encomenderos. De ahí nacería un encono, entre ambos, que perduraría en el tiempo y en todos los lugares de encomienda y misión.
Finalizando El siglo XVI ya había libros en casi todas las lenguas mexicas: zapoteco, maya, tarasco, chinarra, otomí, mixteco, etc… y diccionarios y vocabularios en todas ellas.
En una recopilación de 1680 se concluía que, dada la dificultad de enseñar en tantas diferentes lenguas aborígenes los Misterios de la Fe, se resolvía lo siguiente:
"…Y haviendo resuelto, que convendrá introducir la Castellana, ordenamos que enseñen a los que voluntariamente la quisieren aprender, como les sea menos molesto y sin costa”
“…No parece conveniente apremiarlos a que dejen su lengua natural…”
No pretendía Felipe II que los indios aprendiesen castellano sino que los frailes aprendiesen las lenguas locales y para ello constituyó sendas cátedras, en México y Lima, para enseñar nahua y quechua respectivamente.
Los Jesuitas fueron eminentes en compilar vocablos y en inventar letras para poder glotalizar consonantes que no existían en nuestro castellano. Y a gracias a estos trabajos se escribieron las primeras gramáticas y se editaron los primeros catecismos en lenguas aborígenes y se pudieron escribir las historias del pasado y del presente. La historias que debieron haber sido “escritas” en los quipus incas (complejo entretejido de cuerdas de colores con hasta casi 1500 nudos de colores que actualmente se piensa que eran, más bien, registros contables, censos y finanzas del tipo de impuestos laborales), aún permanecen herméticas, no así las historias orales que fueron transcritas gracias a la labor de los Jesuitas.
En el caso de la lengua guaraní, antes de los conquistadores españoles exclusivamente oral, iba siendo alfabetizada mediante el alfabeto castellano, pero había sonidos en guaraní que el castellano no tenía y que fueron suplidos con nuevas vocalizaciones. Entre los franciscanos, y más tarde, y especialmente, entre los jesuitas, que misionaron en estas tierras, vinieron filólogos que empezaron a moldear la escritura del guaraní, estudiando su morfología y sintaxis, elementos mucho más enriquecedores de una lengua que la notación de su escritura. Los diccionarios publicados en el siglo XVI pueden aún ser usados para resolver dudas de etimología, o quizás para desempolvar vocablos arcaicos en vez de crear neologismos innecesarios.
Historia General de los Hechos de los Castellanos
Por Antonio de Herrera y Tordesillas, 1615
lunes, 30 de julio de 2007
LA REAL AUDIENCIA DE QUITO
“Colombia es una Universidad, Quito un Convento y Venezuela un Cuartel”
Lima es un Convento, Arequipa es un Convento, Cusco es un Convento, Quito es un Convento, Franciscanos (1534), Mercedarios (1535), Dominicos (1541), Agustinos (1573) y Jesuitas (1586), mas Clarisas y el Carmelo y la Asunción, en fin, lo más granado del misticismo hispano.
Se sabe con certeza que para el siglo XIV el territorio estuvo dividido entre varios estados guerreros y distintas lenguas. A inicios del siglo XV, la nación Cara, dirigida por la dinastía Shiri, comenzó a expandirse al norte y centro de la pre-cordillera andina. Los Cara se asentaron en el reino de Quito, que era la unidad mayor de una confederación que no ha dejado registros históricos. Por la misma época, tanto la nación Chimú, proveniente de la zona costera norte del Perú, como el Imperio Inca comenzaron a ejercer presión sobre los Cara y demás pueblos asentados en la región. En el año 1478 el inca Topa Yupanqui unificó los pueblos agrícolas ecuatorianos. En pocos años, la región norte del Tahuantisuyu adquirió gran importancia económica y Quito fue su centro comercial. Pero la rivalidad por la sucesión entre el quiteño Atahualpa y el cusqueño Huáscar disminuyó el poderío del imperio. De esta situación sacaron partido los conquistadores españoles, quienes al mando de Sebastián de Benalcázar sometieron al reino de Quito en 1534. Sebastían de Benalcázar, cuyo nombre original era Sebastián Moyano, había nacido en el cordobés pueblo de Benalcázar (o Belalcázar), de quien toma posteriormente el apellido.
Plaza Grande de Quito, al fondo la Iglesia Catedral
Monumento a los héroes del 10 de Agosto de 1809 (Foto A.E.B.)
De humilde mulero en Córdoba acompaña a Colón en su tercer viaje a América, en 1518 participa con Pedrarias en la colonización del Darién Panameño; en 1524 participa en la conquista de Nicaragua con Hernández de Córdoba y en 1530 se une a Francisco Pizarro y Diego de Almagro en la conquista del Perú.
Santiago de Quito fue fundada el 15 de agosto de 1534 en las llanuras de Liribamba por Diego de Almagro. Siete años después, Francisco de Orellana, partiendo de Quito en busca del país de la canela, descubría el Amazonas. El acta de fundación de Villa de San Francisco de Quito se constituye el 28 agosto de 1534. El capitán Sebastián Moyano de Benalcázar (o Belalcázar), el 6 de diciembre de 1534, reúne al cabildo de la Villa de San Francisco de Quito y luego de instalarlo distribuye solares a quienes iban a vivir en ella. Ahí comienza la larga andadura de una ciudad que fue Real Audiencia desde 1563 en que Felipe II expide una Cédula Real creando la Real Audiencia y Cancillería de San Francisco de Quito y después se convertiría en país para al final cederlo por el de Ecuador. Se extendía, por el norte, hasta Pasto, Popayán, Cali, Buenaventura y Buga, en el actual territorio de Colombia, y hasta Piura, en el Perú, por el sur. Su primer presidente o “Regente” fue el español Hernando de Santillán.
Iglesia y Convento de San Francisco de Quito (Foto A.E.B.)
En el año 1717 debido al cambio de la dinastía en España (Borbones por Austrias) comenzó un período de reformas administrativas hasta que, en el año 1740, la Real Audiencia de Quito fuera atribuida al Virreinato de Nueva Granada (antes Virreinato de Santa Fe de Bogotá), que se había establecido en 1717. Además el territorio de la Real Audiencia de Quito quedó reducido, pero al mismo tiempo mejor definido. Es decir que en vez de empezar en Piura, ahora partía desde Tumbes (frontera entre Perú y Ecuador). Igual se cortó parte de la Amazonía, pero dejando los dos márgenes del Marañon bajo el control de misiones que pertenecieron a la Real Audiencia de Quito. Judicial y socialmente, la Audiencia de Quito debía seguir los lineamientos del Virreinato del cual formaba parte.
Sebastián de Benalcázar
En el año 1592, sobrevino la revolución de las alcabalas. El Virrey del Perú ordenó implantar dicho impuesto y se produjo un verdadero motín urbano, en el que se asesinó al Procurador del Cabildo y se asaltaron las Casas Reales. Duró hasta abril de 1593, cuando las tropas enviadas desde Lima lograron restablecer el orden efectuando una cruel represión. Se consolida en el siglo XVII la nación Quiteña, altiva y religiosa, piadosa dada a devociones y culta dada a las letras. Las ciudades quiteñas se organizan y crecen. Y Quito, la capital, se convierte en ciudad monumental con templos que hasta ahora despiertan admiración y con una asombrosa obra de ingeniería y urbanismo logra vencer la más caprichosa y rota topografía siempre amenazada por el imponente volcán Pichincha.
La Real Audiencia es un organismo de administración de justicia real que proviene de la Edad Media, la primera se funda en Valladolid en 1371. Posteriormente Isabel de Castilla en 1494 la divide en dos, Valladolid con competencia hasta el río Tajo y Granada con competencia al sur del mismo río. La importancia es solo inferior a la de la Chancillería. La jurisdicción se extendía a todo el área que abarcase, bien sea este un reino o una provincia. Estaba presidida por un Regente y contaba con “Oidores” que eran jueces en la instancia civil y con “Alcaldes del Crimen” que eran jueces en la instancia criminal. Las sentencias de ellos solo podían ser revisadas en las Chancillerías.
Iglesia Catedral de Quito donde reposan los restos del Gran MariscalAntonio José de Sucre, el héroe de la Batalla de Pichincha (Foto A.E.B.)
A semejanza de las peninsulares, las Audiencias indianas se concibieron con el objeto de que fueran, no sólo órganos de justicia, sino también de control del gobierno y de consulta para las demás autoridades. Eran Tribunales Colegiados, compuestos por un número variable de Oidores y Jueces Letrados, y tenían además uno o dos fiscales y otros funcionarios menores. Debían, así mismo, resolver los conflictos de competencia entre otros magistrados y los "recursos de fuerza" intentados contra los jueces eclesiásticos cuando éstos excedían sus facultades o no actuaban con arreglo a derecho. Por vía de apelación, conocían en segunda o tercera instancia en las causas civiles y criminales falladas por los Gobernadores y las ejecuciones fiscales sentenciadas por los oficiales de real hacienda.
La Real Audiencia fue el más alto tribunal judicial de apelación en las Indias, pues contó con jurisdicción civil y criminal y una amplia competencia extendida incluso al ámbito eclesiástico. Esto último debido a una de las facultades que el Real Patronato otorgó a la corona. El Real Patronato era una serie de concesiones papales de una serie de privilegios que permitieron a los reyes españoles dirigir la iglesia en América hasta en sus menores detalles. Algunas de las prerrogativas contemplaban la facultad de nombramiento de todas las autoridades de la iglesia, el cobro de los diezmos (impuesto) y la fijación de los límites de las diócesis. Por otra parte, la corona tenía la obligación de financiar todos los gastos del clero, además de facilitar el cumplimiento de la misión evangelizadora y la edificación de iglesias, catedrales, hospitales y centros de beneficencia.
Sobre la Audiencia sólo estaba el Consejo de Indias, al que únicamente se podía recurrir en los casos de mayor categoría. Al mismo tiempo, este Tribunal Real asesoró a la autoridad política del territorio asignado a su jurisdicción y se constituyó en un organismo consultivo de vital importancia para los virreyes y gobernadores. Las Audiencias Americanas estaban organizadas, al modo del Consejo de Indias, como autoridades colegiadas. Se componían de letrados profesionales que, en principio, fueron cuatro Oidores y un Fiscal presididos por el Virrey o Gobernador de la zona. Con el transcurso del tiempo el número de estos funcionarios aumentó en los territorios más extensos. Cada año, rotativamente, un Oidor debía realizar viajes de inspección y judiciales por las provincias que formaban parte de la jurisdicción de la Audiencia. La primera Real Audiencia de América se funda en 1511 en Santo Domingo.
Iglesia y Convento de Santo Domingo de Quito
Delante la estatua del Mariscal Sucre señalando hacia Pichincha
En la Real Audiencia de Quito, la segunda mitad del siglo XVIII fue una época de ilustración y luces. El libro se hallaba al alcance de los quiteños. La Compañía de Jesús se había propuesto hacer de Quito un centro de cultura. Metódicamente los jesuitas fueron enriqueciendo las bibliotecas que crearon hasta límites de actualización increíbles, tanto en ciencias humanas como divinas. Las de la Universidad de San Gregorio y la de El Colegio eran las mejores del continente. Y si de construcciones hablamos la Real Audiencia de Quito llegó a tener el mejor conjunto colonial de obras eclesiásticas, superior a los que conozco del Virreinato del Perú.
El conjunto conventual de San Francisco, Iglesia y Claustros, el conjunto de La Merced, el de Santo Domingo, las Clarisas, Santa Teresa, y sobre todos ellos la Iglesia más bella que yo haya conocido, tanto del barroco americano como de los barrocos europeos, la Iglesia de la Compañía de Jesús de Quito. No en vano la Real Audiencia de Quito ha merecido con honores ser reconocida como la ciudad convento.
Bóveda recubierta de pan de oro de la Iglesia de la Compañía en Quito (Foto A.E.B.)