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lunes, 30 de julio de 2007

NO FUE POSIBLE LA PAZ



José María Gil Robles y Quiñones
(Salamanca, 1898 – Madrid, 1980)
Ministro de Guerra en 1935


Pareciera que los ciclos de la historia, como bien nos los explicaba Polibio, hacen que repitamos los mismos episodios de la historia en diferentes épocas, con diferentes personas, con diferentes circunstancias, pero al fin y al cabo los mismos episodios. Pareciera que estamos sometidos al “thymós”, esa fuerza interior que nos hace ir hacia nuestra propia desgracia o nuestro propio destino.

Allá por los revoltosos y liberadores años de la “revolución” del Mayo Francés, a comienzos del año 1968, circuló profusamente en España una de las primeras memorias de un personaje que fue historia de España, que hizo parte de la historia de España en aquellos años que fueron “parto de los montes” de la modernidad española, los años de la segunda República Española, 1931 a 1939, y los años de locura colectiva de la Guerra civil española de 1936 a 1939. Ese libro, esas memorias, llevaban el premonitorio título para nosotros, los que hoy vivimos en Venezuela, de: “No fue posible la paz”.


Conocí a Don José María Gil Robles y Quiñones en Oviedo, en 1968, cuando retornó a la Universidad de Oviedo para hacerse cargo, de nuevo, de la Cátedra de Derecho Político, dictar un curso de un año y jubilarse en esa Cátedra. Lo conocí una brumosa y lluviosa tarde otoñal ovetense; él también en el otoño de su vida, yo en la primavera de la mía, él tratando de explicar al mundo por qué no fue posible la paz y yo tratando de entender por qué hubo guerra. Para mi Gil Robles era un nombre emblemático de la historia de España, de la historia reciente y dolorosa de los años de la Guerra. Formaba, Gil Robles, parte de los relatos que cientos de veces había escuchado en casa, según el bando familiar que relatase, Gil Robles había sido héroe o villano. Difícil de entender para una mente juvenil que no había vivido ni padecido la preguerra y la guerra. Oía las historias y no entendía tan disímiles historias. Mis libros no ayudaban mucho, si acaso nos relataban que José María Gil Robles había sido el fundador de la CEDA y había sido ministro de Guerra siendo Presidente de la República Española Don Niceto Alcalá Zamora y Torres.



Niceto Alcalá Zamora y Torres
(Priego, Córdoba 1877 - Buenos Aires, 1949)
Presidente de la República Española

La CEDA, al igual que tantos otros nombres evocadores, como FAI, CNT, UGT, FE, siguen resonando en mi cabeza y trayendo al presente tormentosos años de la vida y de la historia republicana española, pero de la CEDA, la Confederación de Derechas Autónomas, siempre me extrañó su papel en el Gobierno de la República, signado ya por la radicalización de la revolución de 1934. Tan ampuloso nombre para un partido de derechas contrastaba con las ideas de izquierda que en esos momentos campeaban en el gobierno republicano. No era fácil entender por qué se había involucrado la derecha en un gobierno eminentemente de izquierdas.

Lo que sigue es el punto de vista de José María Gil Robles, fundador de la CEDA, Confederación de Derechas Autónomas, Ministro de Guerra desde el 6 de Mayo de 1935 en el Gobierno que presidía Don Alejandro Lerroux García. De los doce ministros del gabinete, cinco pertenecían a la CEDA.

Alejandro Lerroux García
(La Rambla, Córdoba, 1864 – Madrid, 1949)
Ministro de Estado


Ese mismo gobierno tenía en Gobernación a Don Manuel Portela Valladares y en Hacienda a Don Joaquín Chapapietra Torregosa, todos hombres que hicieron la historia de España de esos años. Este gobierno dura pocos meses y el 25 de Setiembre de 1935 se reorganiza con Chapaprieta en Presidencia del Gobierno y Lerroúx en Estado, manteniendo la cartera de Guerra Gil Robles. Este equipo de gobierno, con una nueva reestructuración el 29 de Octubre de 1935, dura hasta el 14 de Diciembre de 1935 en el que accede a Presidencia, de nuevo, Don Manuel Portela Valladares y sale del gobierno Gil Robles, marcando la salida definitiva de la CEDA del gobierno central. El mandato de Portela Valladares durará hasta el 19 de Febrero de 1936 en el que se hace cargo Don Manuel Azaña Díaz.
Manuel Portela Valladares
(Pontevedra, 1868 – Bandol, 1952)
Ministro de Fomento y Presidente de Gobierno

Manuel Azaña Díaz
(Alcalá de Henares, 1868 – Montauban, 1940)
Presidente de la República

La historia republicana, la segunda aventura republicana, había comenzado en 1931, cuando en Abril unas elecciones municipales en las que se volcó de forma masiva la clase obrera, hizo caer la Monarquía, pero era una clase obrera que, aunque liderizada por el partido socialista, no había logrado entender que la ocasión era propicia para adelantar los ideales de la Primera República Española, para realizar la transformación radical que necesitaba la sociedad española. Pudieron más las apetencias de poder para satisfacer primero las necesidades de dominio del adversario. Por otro lado el proletariado español estaba, como el resto del proletariado europeo, muy influenciado por el dogmatismo marxista más exacerbado, con discursos demoledores por lo atractivos, basados en el materialismo histórico y la consabida lucha de clases. Ese discurso destructor alimentó durante años las mentes del proletariado que en cuanto tuvo la primera oportunidad salió a aplastar a la burguesía opresora.

Los partidos republicanos, aquellos que habían nacido y alumbrado la Primera República Española y de los que se decía que eran demasiados avanzados para la época, no supieron en estos años tormentosos de mediados del siglo XX canalizar o frenar el empuje de las doctrinas marxistas. Los primeros impulsos republicanos a partir del 14 de Abril de 1931 fueron inicialmente atemperados en las elecciones de Noviembre de 1933 en el que las fuerzas conservadoras trajeron mensajes estabilizadores a esta sociedad acelerada.

Pero la difícil convivencia de ambos extremismos, los sectarismos evidentes en ambos grupos hicieron que la sociedad española estuviese radicalmente seccionada en dos sectores sin darle cabida a nadie más. Esta falta de espacio y esta falta de solución de problemas graves que atenazaban a la sociedad desembocan en la dolorosa Revolución de Octubre de 1934, llama encendida en Asturias. Las diferencias políticas de ambos grupos se tornaron en auténticas hostilidades, unos empeñados en conservar el régimen y otros desentendidos de resolver los gravísimos problemas de injusticia social reinantes en España.

Cuando se proclama la Segunda República el centro de atención política ya no es el logro de las libertades civiles que un régimen republicano brindaba muy por encima de un sistema monárquico, por lo que a partir de ese primer logro la atención se derivó hacia lo económico y social. Para muchos de los contendientes el sufragio universal, el voto, era ahora un instrumento o un arma revolucionaria. Las derechas españolas nunca habían sido muy proclives a los sistemas de consulta electorales; aferradas aún a tradiciones monárquicas legitimistas, no se adaptaban fácilmente a los nuevos tiempos y a las nuevas ideas y aún era peor en las juventudes radicales de la CEDA, las turbulentas JAP, Juventudes de Acción Popular, que conformaban los adalides del ideal absoluto. Las luchas entre la UGT y la CNT llegaron a ser sangrientas. Los primeros eran moderados, disciplinados y responsablemente dirigidos por el Partido Socialista. La CNT, desmelenada, llevaba en su seno a FAI, la Federación Anarquista Ibérica. En el medio de esas luchas sobrevivía la clase media proletaria, también dividida en dos grandes bandos liderizados unos por sentimientos religiosos y otros por sentimientos sociales. En el seno de estas diferencias y de estas discordias estaba la imposibilidad de la paz. A unos les espantaba el galopante laicismo del estado y a los otros les atemorizaban las peticiones del proletariado. Y por encima de todo ello, como sobrenadando estaba el problema de las autonomías regionales. Una república eminentemente socialista era imposible, un amplísimo sector de la población la rechazaba. Una república eminentemente burguesa era también imposible porque las fuerzas radicales de derecha y de izquierda la harían escenario de sus luchas y porque además se parecía demasiado a la existente bajo la monarquía. La República tenía entonces que conjugar todas estas fuerzas. El primer presidente del gobierno provisional de la República fue monárquico primero y después jefe del partido republicano y católico; formó gobierno con republicanos de todas las tendencias y con tres ministros socialistas. La República comenzó su andadura desarrollando los principios básicos de la democracia liberal pero en el aspecto económico no pudo seguir las líneas del liberalismo. España venía saliendo del auge económico producido en la posguerra de la Primera Guerra Mundial en medio de la dictadura de Primo de Rivera. No había rama de la economía que no hubiese entrado en recesión: la minería del carbón y del hierro, las industrias del hierro y del acero, la industria de la construcción. En medio de esta crisis económica nada más tentador que una política intervencionista. Lamentablemente esta acción de intervención también tocaba a la clase obrera ya que de la crisis económica se derivaba una crisis laboral que se manifestaba en huelgas y algaradas, paro obrero, paro campesino. Una agricultura basada en explotaciones rurales con salarios bajos no podía pasar en un gobierno republicano, fuese o no fuese de corte socialista. Una reforma agraria sería enojosa para la clase poderosa y enfrentaría sin remedio al proletariado con la burguesía conservadora. Las reformas sociales por más suaves que fuesen alteraban a la clase dominante, la separación radical de Iglesia y Estado, las autonomías regionales, la fundación de escuelas con instrucción neutra y libre y las acciones sobre los militares profundizaron más aún las separaciones entre los dos sectores de la sociedad. El carácter democrático del republicanismo hacía del voto y de las elecciones un pilar fundamental de la participación ciudadana; quería habituar al pueblo al uso de la democracia para todas las decisiones de estado. Pero esto no fue aceptado por los núcleos extremistas de bando y bando. La manera de ser española, el carácter impulsivo que nos caracteriza convirtió en un volcán de pasiones lo que debió haber sido una mera evolución normal de una democracia.

Y como los extremos se tocan, según el saber popular, radicales de derecha coinciden con radicales de izquierda. Un parlamento con mayoría de derechas echó para atrás las primeras conquistas republicanas, derogó la reforma agraria y puso en puestos claves a los militares sublevados en 1932.

La intervención de los militares en la historia española de los ciento cincuenta años anteriores está marcada por un solo objetivo: llenar un vacío. Un vacío de poder, un vacío de orden. Si las instituciones civiles funcionan adecuadamente el poder militar está sometido al poder civil. Pero cuando ocurren vacíos de poder y se presentan graves problemas de orden público, los militares se creen llamados a defender el orden público y la mayor parte de las veces creen que deben seguir realizando una acción política continuada. Otras veces los altos intereses económicos o de poder y unas masas populares que rehuyen las responsabilidades políticas hacen que los militares se aparten de su misión específica e irrumpan en la vida política del país.

El estado estaba amenazado de golpes de estado de la derecha y de acciones insurreccionales de las masas populares. Los sucesos de 1934 son consecuencia del giro a la derecha del gobierno. La represión de Asturias y la supresión de la autonomía catalana conducen a los decisivos primeros meses de 1936 pero ya los extremos estaban en guerra sin declarar. Igual se quemaron Iglesias que Casas del Pueblo, se mataron políticos de derecha como de izquierda, la Falange actuaba tan violentamente como lo podía hacer la FAI.

Todos estos sucesos nos llevaron al pronunciamiento militarista del 17 de Julio de 1936. El 18 comenzaba la guerra.

¿Fue el Thymós? ¿Fue la intransigencia, la intemperancia? ¿Fue la consecuencia del crecimiento natural? ¿Pagan las civilizaciones en sus progresos estos altos precios?

Epílogo local venezolano

Lamentablemente estamos viviendo otro ciclo histórico, final de uno, principio de otro, que más da; esta vez estoy conociendo, como protagonista, lo que ayer conocí por relatos. Los países son diferentes, las circunstancias son diferentes, los hombres son diferentes. Los ideales involucrados son los mismos, los anhelos son los mismos, las intemperancias son las mismas, el Timos es el mismo. Creo que todos estamos siendo empujados por fuerzas oscuras hacia nuestro destino.

¿ Quién escribirá en Venezuela, dentro de unos días o unos meses o unos años, “No fue posible la Paz” ?


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