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lunes, 6 de agosto de 2007

¿DÓNDE COMIENZA ÁFRICA?


Siempre fue un tópico de la burla de los franceses, decir que Europa terminaba en los Pirineos, o que África comenzaba en los Pirineos. Bien es verdad que este sambenito nos lo colocaron los franceses en una época en la que en España reinaba un total aislamiento y aislacionismo con respecto a Europa. Además, tenía fama europea lo montaraz de nuestras costumbres, tal como lo veían los europeos del siglo XIX y bastante del XX. Es cierto que para las Bellas Artes, especialmente para la literatura y la música, España fue siempre un país exótico. Recordemos que cuando Giuseppe Verdi quería dar un toque de exotismo en su música entonces incluía estampas españolas. Así en “La Traviata”, ópera ambientada en un decimonónico París, en uno de los salones elegantes hace aparecer un coro y un cuerpo de baile de “toreadores”. Así también utilizó profusamente los ambientes y los temas españoles en sus óperas por la fuerza de los argumentos y por lo exótico del ambiente. “Don Carlo”, “La Forza del Destino”, “Hernani”, “Il Trovatore”, “I Vespri Siciliani” son óperas verdianas de ambiente español o con acentos musicales españoles.

Hubo tiempos en que los europeos nos veían como pertenecientes a la cultura y tradición africana, en concreto por las reminiscencias árabes que se depositaron en nuestra cultura y nuestras costumbres por la estadía de casi ochocientos años de los árabes.

Jean Rostand decía que, “Cultura es lo que el hombre le añade al hombre” y, precisamente, ese rasgo africano que nos quieren endilgar es, precisamente, todo el añadido de cultura árabe que tenemos, no solo como españoles, sino como participantes de lo que hoy entendemos como cultura occidental. No somos solamente los españoles los que llevamos dentro de nuestra vena cultural el acerbo aportado por los árabes, es toda Europa y es todo el pensamiento o cultura occidental. Tanto por los aportes propios que hicieron como por la transmisión del conocimiento y la cultura que se produjo por la dominación durante varios cientos de años de nuestra península y también de buena parte de Francia. Recordemos que los árabes llegaron a conquistar territorio europeo hasta cerca de la ciudad de Poitiers y que Carlos V tuvo que defender Viena de los ataques de los turcos. Venecia fue otro de los puntos de entrada de civilización árabe hacia Europa, lo mismo que Génova. Ni que decir del travase cultural que se produjo por las Cruzadas.


En otro artículo compartía con mis lectores la gran discusión histórica que mantuvieron durante muchos años los afamados historiadores Américo Castro y Claudio Sánchez Albornoz. Ambos debatieron sobre si los españoles actuales o la cultura española contemporánea le debe más a la tradición románico-visigótica, según Sánchez-Albornoz o a la judeo-arábiga, según Castro.

Como siempre ocurre en discusiones extremas, la solución debe estar en una razón compartida por ambas teorías. De todos modos parece que siempre tendemos a ver como más importante o más conocida nuestra ascendencia romana-visigótica que la judeo-arábiga. Es verdad también que nuestras importantes raíces árabes son, muchas veces, relatadas como meramente anecdóticas y no se profundiza verdaderamente sobre lo que le debemos al mundo árabe.

En otros tiempos, incluso, se propagó de tal manera el sentido nacionalista unitario de la palabra Español que los escritores de la época, en una locura colectiva de nacionalismo, nos hacían ver al escritor romano Marcial como español, cuando, en realidad, para la época en que nació Marcial, el famoso poeta de los “Epigramas”, en la península ibérica, ésta ya pertenecía a Roma como provincia desde el punto de vista político, lingüístico y cultural. Marco Valerio Marcial (nacido en Bílbilis, Tarraconense), en todo caso, pudo haber sido un “celtíbero” con ciudadanía romana, pero nunca un Español. Lo mismo ocurrió con el Emperador Trajano que la historia nos lo hace ver como un Emperador Español, o a los escritores Séneca, Lucano y Quintiliano, que han llamados “españoles” por haber nacido en la península, pero que son “romanos” a todos los efectos. Pero ya esto queda muy atrás en el tiempo y, afortunadamente, la historia moderna y la historiografía lo han superado. Hoy tienen más importancia otro tipo de nacionalismos y otro tipo de manifestaciones de esos nacionalismos, verdaderamente más preocupantes.

Le debemos a la cultura judeo-arábiga mucho más que lo que es creencia común. Es cierto que la cultura peninsular se enriqueció con los aportes del arte arquitectónico, representado magistralmente por el arco de herradura y por las decoraciones pictóricas de techos y paredes. Ahí está todo el arte mudéjar y el arte nazarí.
Los aportes al idioma y a la literatura son inmensos. A nuestro idioma castellano le han aportado una cantidad importante de palabras, recordemos, simplemente, casi todas las palabras que comienzan por “al” y por “az” (almena, almohada, alcalde, alcazaba, alcabala, aljibe, azabache, azabara (áloe), azafrán, azar, azogue, etc. etc..) Nombres de oficios y de herramientas de muchos oficios. Además los aportes de conocimientos vastos en medicina, en álgebra y en geometría. Sería prolijo detallar todos los aportes. En siguientes artículos recordaremos algunos de los más importantes.

Otros aspectos son menos conocidos pero son tan consustanciales con una historia de España y de lo Español que pareciera que fuesen intemporales y que estuviesen presentes desde siempre en la idiosincrasia española. Así tenemos, por ejemplo, que fue una costumbre importante, desde el siglo XVI hasta casi finales del XIX, la “limpieza de sangre”. Y mucho más que importante, era vital para el funcionamiento de la sociedad, según sus usos y costumbres. Esta institución de la “limpieza de sangre”, que había que demostrar en Cortes y Chancillerías hasta varias generaciones atrás, es una costumbre que entra en la sociedad española por influencia y uso de los judíos. No es una práctica cristiana, sino judía, y que, muy atenuada en estos tiempos, aún siguen practicando los judíos en sus comunidades. Otra institución que fue pilar importante de la vida política en España, hasta los tiempos presentes, fue la unión de Iglesia y Estado, principio de acción que nace de la influencia árabe. En efecto, esta simbiosis Iglesia-Estado es una institución árabe. Los reyes cristianos se denominaban a si mismos “miramamolín” que es una palabra castellana que procede de la palabra árabe “ amir al-munimin” y que significa, “príncipe de los creyentes”, como título que se le da al califa. Este tipo de relación es característica de los españoles por la influencia árabe. El rey era solo de los fieles, no era el rey de todos los españoles. Este tipo de relación comienza a verse ya desde los tiempos de Alfonso VI. Que difícil ha sido eliminar este rastro en nuestra cultura política.

Hay otra característica de conducta que quiero resaltar hoy y que es esa a la que somos tan proclives los españoles: “la grandiosidad” (los franceses también sufren algo de eso pues el termino acuñado por ellos como “la grandeur” retrata más o menos el mismo rasgo de conducta). La palabra adjetiva “grande” y sus acepciones de uso adjetivo como “Grande de Castilla” o “Grande de España” nos llegan del árabe cuando éstos nos acostumbran a usarla para calificar a las personas. La palabra “grande” usada para dignificar a personas y no a cosas proviene, pues, de los árabes.

Ese antiguo sentimiento despreciativo, de los franceses hacia los españoles, por considerarnos “africanos”, tiene un parecido inmenso con el que nos relata la “Primera Crónica General” del siglo XIII (edición de Menéndez Pidal). Cuando nos relata una de las guerras púnicas, el escritor dice, al tratar de justificar que los habitantes de la región del Ebro se pusiesen de parte de los romanos y en contra de los cartagineses no sólo por el bien que les hacía sino:

“... porque teníen que era más razón de tener (“juntarse”) con los romanos, que eran partes de Europa, que non con los de Cartago, que eran de Affrica...”

Como vemos ya en el siglo XIII había un cierto sentimiento de fijar unas fronteras que definiesen claramente nuestra manera de ser o nuestras ambiciones. Para los franceses África comenzaba en los Pirineos y para los Celtíberos también era una prioridad poner la frontera de África mucho más al sur de las tierras del Ebro. Y en esta lucha seguimos. Nunca acabamos de poner fronteras. Lo peor es cómo, muchas veces, se quieren imponer y que luchas se dan para defenderlas.

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