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jueves, 27 de septiembre de 2007

UN DILEMA HUMANO

Entrada al Campo Auschwitz-Bikernau


Estos días pasados estaba releyendo dos sesudos y enjundiosos libros, disímiles en cuanto a la visión del ser humano futuro; “El ascenso del hombre” de Jacob Bronowsky y “Decadencia de lo humano”, de Konrad Lorenz.

Los que somos humanistas, no por instruidos en letras humanas, sino porque creemos en los potenciales innatos que hacen que el hombre, en su cuerpo y en su psiquis, sea un explorador de la naturaleza, tanto la física que lo rodea, como la que de modo inmanente le es asociada a su alma, tenemos dudas en cuanto a la condición humana y su futuro.

A través de la historia de la ciencia podemos ver el ascenso del hombre, ascenso evolutivo que, tan bien, describió el eminente jesuita Teilhard de Chardin, cuando lo concibió como un ascenso en la complejidad consciencia del ser humano. El ser humano evolucionó con muchísimas menos habilidades que el resto de los seres vivos, pero con un efectivísimo poder de adaptación provisto por la fuerza de la imaginación de la razón, la cual hace que, no solo se adapte al medio, sino que trate de modificar el medio.

Bronowsky pone de relieve, en sus escritos, que el hombre asciende en su complejidad consciencia por la impulsiva imaginación que le hace sentir miedo por lo que está por venir, por el futuro incierto. Los hombres que han crecido en su complejidad consciencia son los hombres que han hecho en la vida lo que creen que están obligados a hacer, lo que es preciso hacer en cada instante de acuerdo a la evaluación constante que hacen de si mismos y de sus destrezas y de sus compromisos intelectuales y emocionales (sus sentimientos). Estos hombres realizan el ascenso en la complejidad consciencia, cuando todos sus potenciales, destrezas y compromisos son capaces de ser amalgamados por una voluntad propia decidida.

Pero esta visión vitalista del ascenso del hombre se ve, repetidas veces, puesta en duda por las actuaciones del ser humano, tanto ante la misma naturaleza que lo acoge, como ante los otros seres humanos con los que comparte espacio vital.

Konrad Lorentz se muestra escéptico cuando analiza las perspectivas de la Humanidad, a la luz de sus actuaciones en la naturaleza (y contra la naturaleza) que lo rodea, casi compartiendo ideas con Oswald Spengler, el cual creía en la decadencia insoslayable de la humanidad. Bien es verdad que no existe un sentido predeterminado en la historia de la humanidad, que no existe un objetivo específico y que lo que se haga, bueno o malo, será solo consecuencia de la responsabilidad creadora (o destructora) del ser humano. Nada sucede por designios extra humanos y no solo, lo que sucede, es mensurable en sus consecuencias en el mundo de la realidad física sino que tienen la misma preeminencia los acontecimientos que se derivan de nuestra experiencia subjetiva.

Solo el pensamiento abstracto, la introspección, el ser que piensa que piensa y la palabra, son la fuente del saber, del querer y del poder del ser humano. La mente humana crea las condiciones en las que se van a acomodar las predisposiciones naturales del hombre y así sus normas de conducta, tanto las innatas (heredadas a través de los genes) como las adquiridas, pueden ser catastróficas en determinadas condiciones, como muy bien nos lo ha registrado la historia de la humanidad y no deja de seguir registrando, por desgracia.

A pesar del optimismo de Bronowski en torno al ascenso del hombre, en sus textos encontramos pensamientos como los que le produjeron la visión de los campos de Auschwitz, ante uno de esos acontecimientos que hacen dudar de la dirección del ascenso del hombre. Y allí ante aquellas aterradoras llanuras de la impía historia del ser humano, cavilaba Bronowski sobre la duda inmanente de que, si la ciencia es la motora del ascenso humano, esta puede deshumanizar a la gente y convertirla en números.

Pero allí, en Auschwitz-Bikernau, están los restos, en forma de cenizas, humo y recuerdos, de los seres humanos (cerca de millón y medio) que fueron convertidos en números por la arrogancia del ser humano, el ser humano que lleva dentro de sí dos lacras que pueden hacerlo retroceder en su complejidad consciencia: una es el sentimiento y la creencia de que el fin justifica los medios y la otra es la traición al espíritu humano. Y los que hicieron aquello eran seres humanos que, al mismo tiempo que cometían aquellas atrocidades, eran capaces de extasiarse con Bach, Haendel, Mozart, Beethoven y sobre todo Wagner, y elevarse a las más altas cotas del pensamiento humano con Feuerbach, Kant, Jünger, Kafka, Hoffman, o con la poesía de Schiller, Hölderlin y Goethe. ¡Que extraña es la condición humana!

Transcribiré las palabras exactas de Jacob Bronowski, meditando ante el estanque de la prisión de Auschwitz:


“Hay dos partes que intervienen en el dilema humano.
Una es la creencia de que el fin justifica los medios.
Esta filosofía arrolladora, deliberadamente sorda al sufrimiento, se ha convertido en el monstruo de la maquinaria bélica.
La otra es la traición al ser humano: la afirmación del dogma que cierra la mente y convierte a una nación, a una civilización, en una legión de fantasmas: fantasmas obedientes o fantasmas torturados.
En este estanque de Auschwitz están esparcidas
las cenizas de cuatro millones (sic) de seres humanos
y esto no fue obra del gas.
Esto fue obra de la arrogancia.
Esto fue obra del dogma
Esto fue obra de la ignorancia
Cuando la gente se cree poseedora del conocimiento absoluto,
sin pruebas de la realidad, tal es su comportamiento.
Todo ello ocurre cuando los hombres
aspiran al conocimiento de los dioses “


Tantas tragedias del ser humano, a lo largo de su historia, son analizadas por José Antonio Marina en estos términos:


“Los terribles desplomes que ha sufrido la historia de la humanidad, esas espantosas orgías carniceras, no son más que una claudicación de la inteligencia que abandona la órbita de la dignidad”


Y tal vez no sea el hombre solo, como una individualidad, el que es capaz de tantas y tantas atrocidades, no es el hombre sino los hombres cuando son multitudes, y así pensaba Frederich Nietzsche:


“Solo los individuos se sienten “responsables”. Las multitudes han sido creadas para hacer cosas para las cuales no tienen valor las individualidades”


Hay innumerables sucesos en la historia documentada del ser humano que nos hacen dudar del ascenso del hombre. Los sucesos de la “Shoá”, el Holocausto, nos pueden hacer pensar en que, como Frederich Nietzsche decía:


“¿El hombre será solo un error de Dios?
¿O Dios será un error del hombre?


En estas cosas meditaba cuando, curiosidades de la complejidad del mundo azaroso, el novísimo Papa, Benedicto XVI, con quien poca empatía tengo con sus ideas teológicas y morales, produce, hace dos días, una de las frases más profundas y más heréticas que un creyente puede pronunciar.

Al igual que Jacob Bronowsky, también Benedicto XVI caviló ante la misma llanura de Auschwitz, pero éste, pensando que, tal vez, los sucesos que produce el ser humano pueden ser dictados o controlados o sometidos por Dios, pensó en voz alta y nos dejó, a los que nos debatimos en el agnosticismo creyente, un punto de apoyo para nuevas cogitaciones, la tremenda y agónica llamada a Dios, solo comparable a las quejas que le manifestó el paciente Job defendiendo su inocencia y la falta de justicia divina.

Benedicto XVI, exclamó, desde lo más hondo de sus dudas, ante la vista de Auschwitz-Bikernau:


“En un lugar como éste, las palabras fracasan. Al final, puede haber un silencio de temor, un silencio que es, en sí mismo, un grito hacia Dios:
¿Por qué, Señor, permaneciste callado?
¿Cómo pudiste tolerar esto?
Nuestro silencio se convierte, en cambio,
en un pedido de perdón y de reconciliación, un llamado para que Dios no permita que esto vuelva a ocurrir”



Las acciones de los seres humanos, las más acendradas y las más trágicas, su ascenso en la complejidad consciencia Teilhardiana, su ascenso como hombre de Bronowsky o la decadencia humana de Lorenz, no tendrían ningún sentido si la pregunta de Benedicto XVI a Dios, fuese ciertamente respondida y si Dios pudiese, o no, permitir que tales hecho sucedan.

Yo quiero creer que no tendrá jamás respuesta, que no hubo, no hay, y no habrá quien la conteste y, a lo peor de todo, si la contesta, no habrá quien la oiga.



¿Perché, Signore, hai taciuto?
¿Perché hai potuto tollerare tutto questo?

(Benedicto XVI, Auschwitz, 28-05-06)

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